Trabajos antiguos de historia médica venezolana (Reproducción)

MEMORIA ACERCA DE LA MEDICINA EN CARACAS Y BOSQUEJO BIOGRÁFICO DE SUS MÉDICOS

Presentados a la Sociedad Médica de Caracas en 1829.

POR EL DOCTOR JOSÉ MARÍA VARGAS

INTRODUCCION

  1. La historia de la medicina en Caracas y la biografía de sus médicos más notables, forman la materia de la memoria que la suerte me ha designado para cumplir con uno de los deberes que, como socio, me impone esta corporación. El primer objeto, a falta de hechos trasmitidos por los archivos escritos o por la tradición, es fácilmente desempeñado revolviendo las épocas pasadas con el criterio de las analogías o de las conjeturas, ofrece un campo estéril, por la imposible averiguación de los hechos, si hemos de ceñirnos a la simple narración de la verdad.
  2. Es cierto que el respeto santo de los sepulcros, los sentimientos benévolos, compasivos y puros que inspiran los restos inanimados de los hombres, para siempre inofensivos, incapaces ya de ser temidos, de producir colisión con nuestros intereses privados, y de herir nuestro amor propio; los recuerdos tiernos de nuestros compañeros de profesión, amigos, condiscípulos o maestros, excitan emociones demasiado vivas y animan cualquiera pluma a tratar con rasgos brillantes la memoria biográfica de nuestros médicos caraqueños, si sólo nos propusiéramos desahogar el corazón y hablar a la imaginación.
  3. Pero no es un romance el que se busca, no es esto tampoco lo que importa a la verdad, a la ciencia, a la educación de nuestros jóvenes médicos cobre los modelos de sus antepasados. Recoger las pocas ideas exactas que han podido llegar hasta nosotros a través de ese caos de olvido, de descuido o de falta de aquellos medios que eslabonan los hechos, los hombres, los lugares y los tiempos en los pueblos civilizados; llenar las lagunas que quedan con las conjeturas probables y deducir aplicaciones científicas o morales a nuestro estado actual, es la mira que en sus trabajos se propone la sociedad. Para satisfacerla en lo posible y dar algún grado de interés y utilidad a este escrito, notaré por vía de preliminares los puntos de vista bajo los cuales importa a la ciencia y a la moral de sus profesores, la redacción de su cuadro histórico en este país y la mención de los médicos notables que nos han precedido.
  4. Una ojeada sobre el estado conjetural de la ciencia entre los pueblos salvajes indígenas de este país, y un bosquejo de lo que ella probablemente ha sido desde la conquista hasta el establecimiento del Protomedicato, formarán una parte de este trabajo. La descripción de sus progresos después de esta institución hasta nuestros días, hasta la era actual, que es la de su acrecentamiento en esta provincia, y que conocemos mejor, así como la biografía de sus profesores compondrán la otra.
  5. La “Sociedad Médica”, al acordar la formación de un bosquejo de la ciencia de curar en Caracas, y la recolección de los nombres y algunos rasgos biográficos de los médicos que nos han precedido, ha mostrado bien que quiere metodizar sus trabajos; y conociendo lo que han sido las nociones medicas en este pañis; y lo que actualmente son, trazar de un modo cierto el curso más o menos rápido de sus adelantamiento.
  6. A la verdad, así como la sociedad en general, toda institución que se propone reportar ventajas del resorte de la asociación, las conseguirá de un modo indefectible, a proporción que vaya estrechando los nexos de la misma sociedad.
  7. Podemos calcular con exactitud, decía un ilustre viajero y filósofo (1), la civilización de un pueblo, por sus caminos, canales, el número y carácter de sus papeles y de sus sociedades; porque aquella no es más que un desarrollo mayor y más perfecto del mismo sistema social, que avanza a proporción que los hombres, los lugares y los tiempos se enlazan por prontas, fáciles y estrechas relaciones.
  8. Importa, pues, a esta corporación reconocer lo que ha sido la medicina en estos pueblos, cuáles y cuántos sus gérmenes, las circunstancias y tiempo de un brote, y pesando bien los efectos al lado de sus causas, conocer a fondo todas las ventajas que el país promete, para adecuar sus esfuerzos a los casos y emplearlos con orden, eficacia y oportunidad.
  9. Más, para lograr estos fines. ¿A qué contribuyen las nociones en la historia? Es verdad que a primera vista y en general damos a ese cúmulo de ideas consignadas en las historias, más importancia de la que en sí tiene, y muchísima más de aquella que tendrá atendiéndonos solamente a la utilidad social. ¡Qué número de errores, perniciosas preocupaciones y daños han tenido en ella su origen! ¡Cuántos pormenores inexactos que sólo interesan el orgullo de algunos hombres y pueblos o nuestra curiosidad! De nada de estos reporta bien alguno el genero humano. Frecuentemente no hacemos con semejante estudio más que adquirir errores y aprender ignorancia, según la frase del autor de “El Espíritu” (2) como si no fuese bastante toda la que arrastramos como consecuencia necesaria de nuestro limitado entendimiento.
  10. Así es que, trazar la marcha del espíritu en la formación gradual de las ciencias y de las artes; presentar modelos a la moral pública y privada, informar a fuerza de hechos repetidos e imparcialmente calculados, la ciencia de organizar los estados y gobernar los hombres, son los tres únicos objetos reales que la historia nos ofrece.
  11. Los dos primeros son los que a nuestro designio importan y a ellos se reducen este bosquejo histórico y la biografía de nuestros médicos mas sobresalientes. Eslabonar en el primero las épocas más notables sin descender a consideraciones minuciosas, que ni han pasado hasta nosotros ni ser5virian de base para establecer los medios de nuestro adelantamiento; recoger las ventajas que haya podido suministrar el país a una medicina de pura experiencia; solicitar estas ideas de los mismos indígenas y antiguos habitantes para enriquecer o modificar los métodos de tratamiento; ofrecer en el segundo, modelo de aplicación, industria y constancia en superar las dificultades que suelen oponerse a la adquisición de las luces; manifestar la modestia, el desinterés y la moral desplegados por los que nos han precedido en el ejercicio de la profesión saludable, tales son las miras que en nuestra opinión la sociedad debe proponerse.

PRIMERA PARTE

¿Cuál ha podido ser la Medicina entre los salvajes indígenas de esta provincia?

  1. Yo avisto en las lejanas y nebulosas épocas de la antigüedad, hombres consagrados al arte saludable: Asirios, Caldeos y Magos ocupados en socorrer a los hombres; noto a los reyes y sacerdotes de los egipcios ennobleciendo su dignidad con el humano atributo de curar o aliviar a sus semejantes: y esto, antes de dividir el saber y hacer de la Medicina una Ciencia.
  2. Mucho antes de que existieran las escuelas de Crotona, Rodas, cos y Epidauro, ya Melampo había hecho su fortuna y la de su hermano, curando las hijas del rey Proto; ya la mano lenta del tiempo había erigido mil monumentos a la salud del hombre en las paredes el templo de Gnido, fuente de instrucción para el príncipe de la Medicina; ya los de Epidauro habían admirado los prodigios de Esculapio, levantándole templos y tributándole el culto de divino; ya su maestro Chiron había perpetuado su memoria en el signo sagitario de la faja celeste. Los Jasones, Teseos y Aquiles, ávidos de gloria, enlazaban con los timbres de guerreros invencibles, el más durable, si más brillante, de médicos compasivos.
  3. No tenemos ideas exactas de la Medicina entre los pueblos salvajes. Muy poco mérito prestan las narraciones de los viajeros, estribadas en hechos observados de paso, en tradiciones absurdas bien que populares, en impresiones influidas por las preocupaciones, desfiguradas por los atavíos del asombro y de la propensión de lo raro y extraordinario; mas, para llenar este vacio es preciso contemplar el organismo del hombre, sus fenómenos, el desarrollo de su entendimiento y afectos morales, el desplegarse de su industria, seguir las necesidades que va sintiendo o se va creando, y, como dice un filósofo (1), adivinar, o más bien comprender por analogías razonables, por qué grados el hombre reducido a la asociación necesaria para reproducirse, ha ido a adquiriendo las perfecciones sociales.
  4. Según estos principios, parece incontestable que el hombre viviendo en el estado salvaje está demasiado sujeto a las desgracias de las enfermedades y muy distante, en su situación, de hallarse exento de las consecuencias mismas de su organización y de los agentes de la vida.
  5. Empéñese enhorabuena el orgullo caprichoso del filósofo de Ginebra en sostener la brillante paradoja de la condición preferible del hombre en el estado salvaje; no por eso es menos evidente que el estado social arreglado en su destino y la condición de su perfección. ¡Qué lastima, que el hombre que se apellidaba de la naturaleza, se haya empeñado en despojar a la mejor de sus obras del carácter social con que está sellada la armazón misma de sus huesos!
  6. No hay duda, que una vida endurecida en el curso de influencias tan inconstantes, de escenas tan violentas como varias de la lucha de los elementos, debe presentar menor susceptibilidad a las impresiones comunes, que la vida llevada en la molicie y voluptuosidad de las grandes capitales. Empero, lo que la naturaleza humana gana por este respecto, lo pierde por su sometimiento al imperio de influencias demasiado violentas, de fenómenos imprevistos y perniciosos, de agentes maléficos que la enseñorean a todas horas, en todo lugar y en todas sus relaciones con los demás entes el universo. Las vicisitudes de la atmosfera beben, por necesidad, producir epidemias desastrosas (1). No teniendo y aun ignorando los medios de garantirse del contagio y de sus riesgos, son desolados por este terrible azote con más furor que los pueblos civilizados.
  7. Así es que Elnis refiere, que en 1789 observó en Sydney de la Nueva Holanda una epidemia parecida a la viruela que causó horrorosa mortandad. Un natural que entonces residía en el mismo pueblo de Sydney fue a visitar a sus antiguos compañeros, mas, al llegar al lugar de sus moradas fue sobrecogido de terror al hallarlo convertido en un desierto espantoso. En vano buscaba por todas partes a sus compatriotas: nadie aparecía, todo respiraba un silencio sepulcral, ni una raza siguiera de la planta humana en aquellos yermos arenosos. Más, las cavernas situadas entre las rocas vecinas estaban henchidas de cadáveres podridos: eran los despojos de las víctimas de la enfermedad desoladora. Todo era muerte en esta mansión pavorosa, y al aspecto de tan horrible desastre el desgraciado huésped levantaba de cuando en cuando sus ojos y manos al cielo, turbando aquel mustio silencio con los acentos de la desesperación. ¡Qué! ¡Todos muertos, muertos todos! El mismo fue después una víctima más inmolada a los recuerdos y adhesión de sus amados compatriotas. A muchos otros lugares de la misma costa cundieron el contagio y sus horrores.
  8. Vancouver vió sobre las riberas occidentales de América, la tierra emblanquecida con montones de esqueletos, monumento triste de una epidemia desastrosa. Los habitantes de la isla de Otahiti, de estos pueblos que nos recuerdan la edad de oro, no están al abrigo de enfermedades terribles y contagiosas.
  9. No menos sufren los pueblos salvajes las enfermedades esporádicas o particulares y os achaques que marcan sobre el semblante el estado endeble y valetudinario. El hombre melancólico de las islas de Andaman y de la Tierra del Fuego presenta unas extremidades ahiladas, un vientre prominente, unos hombros elevados, indicios todos de una constitución deteriorada. Los desgraciados Sechereses, según observa el capitán Bouganville, casi todos tienen los dientes cariados, esto es, los pies y las rodillas hinchados y una marcha claudicante, esto es, los rasgos característicos de un vicio escrofuloso. El raquitismo ha sido observado por el capitán Cook en la tierra de Vandiemen. Los otahitianos, a pesar de la belleza de su clima, padecen con frecuencia obstrucciones viscerales. Los Algonthinos. Hurones, Samoyedos no están exentos de gran número de achaques y enfermedades. ¿Quién ignora que la viruela desola algunas veces la costa de África al norte de la línea equinoccial? (1).
  10. La forma exterior de los indígenas de Puerto Rico manifestaba algún vicio en la constitución de su cuerpo (2). La razón nos persuade de que el hombre en el estado salvaje está sujeto a la devastación de las epidemias. A los sufrimientos de las enfermedades particulares, a los achaques multiplicados que deben nacer de la naturaleza misma de su ser y de la influencia que los agentes externos sobre él ejercen; los hechos vienen todos en apoyo de esta verdad, relegando a la clase de las quimeras esa exención mayor de las dolencias que se atribuye al salvaje, con respecto al hombre civilizado. Si la molicie y el lujo engendran nuevas enfermedades en el refinamiento de las grandes capitales, es por un abuso de la civilización. Más, ¿dejaremos por esto de hallar el mayor bienestar posible del hombre en el seno de la sociedad bien ordenada?
  11. Así debemos concluir que arrastrado el hombre en el estado rudo por el hambre, por el furor de los elementos unas veces aterido de frío, otras tostado por el sol, sin abrigo, disputando a las fieras el alimento y en guerra abierta e incesante con ellas; lanzado a menudo a sangrienta luchas con sus semejantes, sino el freno de las leyes, ni de los dulces hábitos de la vida social, debe ser víctima de las desgracias, de las enfermedades y padecimientos con muchas más frecuencia que en medio de la civilización, en que las artes, las ciencias y las suaves costumbres han tornado nuestra existencia más dulce y tranquila.
  12. De aquí se deduce por consecuencia natural que los antiguos habitantes de estas regiones cargaban con los inconvenientes, penas y sufrimientos de las enfermedades, de las lesiones casuales y de una constitución valetudinaria, en mayor grado que los que viven en medio de los goces sociales. Necesidades tan naturales y urgentes exigen de la Madre Naturaleza un conjunto de medios curativos, un cuerpo de medicina salvaje.
  13. Mas, y ¿cuál puede ser esta medicina en los primeros estados de la sociedad? La marca del espíritu humano ha sido una misma en todas partes. Los Egipcios, Los Caldeos, los Griegos no fueron los únicos que amalgamaron el sacerdocio y el poder gobernativo con el atributo sublime de curar al hombre o aliviarle en sus dolencias. En todas partes hallamos oráculos, revelaciones misteriosas en medio de la impenetrabilidad de las tinieblas, con todos los aparatos propios para engañar y sojuzgar a la crédula muchedumbre (1).
  14. Todos saben esto respecto a las naciones antiguas; idénticas representaciones hallamos en América. Veamos lo que dice el P. Iñigo Abad en su Historia de Puerto Rico (1): “Los caciques imponían las cargas y destinaban sus súbditos a la caza, pesca y demás ocupaciones que ocurrían a su arbitrio. Sus mandatos se anunciaban como dimanados de un oráculo o Cemi, a quien hacían hablar lo que querían por medio de los agoreros o médicos que ejercían las funciones de ministros del ídolo y tenían el nombre de Buhitis. Estos se ocultaban detrás de la estatua del Cemi, declaraban la guerra y la paz, arreglaban las estaciones, comedían el sol, la lluvia y todo cuanto convenía según las necesidades o el antojo del cacique, y cuando los anuncios o promesas salían fallidos, respondían al Cemi, había mudado de dictamen por convenir así, sin que por esto se dudase del poder y éxito de la fingida divinidad, ni de sus embusteros ministros. ¡Tanta era la simplicidad e ignorancia en que vivían estos indios!” Exclamación exacta de Iñigo, pero que no concierne sólo a los indios sino a todos los hombres en general. ¿No es este un verdadero dechado de lo que los anales de las naciones cuentan de sus principios? Excepto los atavíos de una antigüedad venerable, es una misma la historia de las imposturas, más o menos ennoblecidas por os brillantes fastos de las naciones que las han consagrado.

  15. Los primeros medicamentos que los hombres han empleado en todas partes han sido los vegetales: Macaon, Podalirio y Melampo hicieron sus prodigios con plantas cuyas virtudes les proporcionaron aquellas curaciones prodigiosas que los hicieron deificar. El guayacán, el sasafrás, la raíz de china, etc., fueron aplicaciones indígenas de esta tierra contra las bubas y otras enfermedades venéreas halladas entre ellos y después diseminadas por sus conquistadores. (2).
  16. Tampoco faltan a las tribus salvajes sus métodos higiénicos que la naturaleza les ha indicado, como los más calculados para libertarse de algunos males y sufrimientos indispensables a su situación.
  17. Los indios de estos países tenían y aún conservan la práctica de cubrir su cutis con algún barniz que los garantice de las mordeduras o picaduras de los insectos y quizás también de la excesiva impresión de las vicisitudes atmosféricas; la grasa de tortuga con alguna sustancia vegetal o mineral colorante compone está cubierta entre los indios de las riberas del Orinoco; esta costumbre es muy general entre los salvajes del Canadá, y los de la tierra de Vandiemen se barnizan con aceite y ocre o carbón; los antiguos guaches de las Islas Canarias usaban de ciertos jugos de plantas amasados con grasa; los hotentotes hacen uso de grasa y hollín, etc.
  18. No sólo hallamos en estos rudimentos de la sociedad humana, rudimento también proporcionado de la necesaria ciencia de la conservación de la vida, o de aliviar las dolencias por métodos higiénicos y aplicaciones internas, sino que se descubren operaciones externas que pueden ser consideradas como los gérmenes brutos de la cirugía. Los salvajes usan de la sangría, ya abriendo la vena en la cabeza al golpe de un instrumento de madera, como lo ejecuta el Tuá o sacerdote patagón ejerciendo la medicina, bien disparando pequeñas flechas con retenidas de hilo en la punta para que no penetren mucho en el cuerpo del enfermo, como lo practicaban los indios de Panamá y los de Puerto Rico y probablemente toda la nación Caribe; ya por una especie de sedal como los kamchadales; ora por las escarificaciones como los indios del Canadá y los groenlandeses.
  19. También están familiarizadas con el cauterio algunas naciones nómadas del norte de la América; sábese también que los kamchadales usan la moxa. Es muy probable que los salvajes de esta parte del nuevo continente, a semejanza de los habitantes del Norte y de los africanos, ejecutasen muchas operaciones quirúrgicas con sus instrumentos demasiado groseros y por métodos imperfectísimos.
  20. Así que guiados por principios de exacta analogía, recogiendo hechos aislados y marchando por el campo de las probabilidades con la antorcha de la razón en la mano, es cómo podemos suplir las faltas de historias exactas, de tradiciones verdaderas acerca del sistema de medicina que existió entre los indígenas de estos países, y es cómo podemos ver esta ciencia tan antigua como el hombre siguiendo paso a paso los progresos de su civilización. ¿Qué adelantos sucedieron al primer estado de la ciencia entre los indígenas? Pasos rápidos y agigantados debió dar; la medicina salvaje debió mezclarse con otra mucho más culta de la nación conquistadora que entonces hacía el primer papel en Europa. Aquí tenemos también el medio de trazar la historia por conjeturas racionales, a falta de hechos que no existen. Veamos, pues, la historia de la medicina española desde aquella época, y modifiquemos su emanación en estas colonias lejanas, en virtud de las necesarias influencias que debieron ejercer sobre ella la falta de correspondencia de los médicos de estos nuevos países con los de España, y otros muchos obstáculos casuales o dictados por la política del Gobierno.
  21. MEDICINA DE ESPAÑA: - La España, como parte del Imperio Romano, entrada en el cuadro de sus glorias, de su civilización y también en la perversidad de sus costumbres. Así la historia de los progresos de sus ciencias y artes en los primeros siglos de la era presente se confunde hasta un cierto punto en la general de su metrópoli. Mas, diré, mientras la versatilidad romana extrañaba de Roma a los médicos por hechiceros y verdugos, la España conservaba los depositarios de los preceptos saludables. La irrupción de los bárbaros del Norte lanzó de su seno la instrucción, y sus depositarios apenas respiran de sus infortunios, cuando ofrece el consolador espectáculo de estudiantes recogiendo en la cueva de Toledo la doctrina de Avenzoar y Mesnes, de estos árabes que, como sus otros compatriotas, eran los únicos que guardaban los archivos médicos escapados de la borrasca universal que amenazaba sumir de una vez, no digo éstos, sino todos los de la civilización del mundo.
  22. Pero bien que en los últimos años del siglo XVI, un Robledo compasivo, un Ayala celoso y un Solicito Daza acreditaron por afortunadas curaciones en las cortes de sus respectivos monarcas que estaban penetrados de su honroso deber de aliviar el género humano, bien que en los días aciagos y disolutos de Felipe IV, un Díaz, un Fragoso, un Hidalgo, un Agüero, y otros le hiciesen frente de un modo enérgico y triunfante al torrente devastador que afligía la especie humana; bien que en las guerras de sucesión y en los sangrientos espectáculos de las de Italia en Placencia, Bitonto, Valentri y Montalván no faltasen cirujanos que, con pericia, humanidad y celo, aliviasen y curasen las victimas desgraciadas de la ambición de los Reyes; bien que en muchas sangrientas y comprometidas escenas de mar y tierra en Portugal, en la Costa de África, en España, en aquel antiguo mundo, como en sus posesiones del nuevo, no hayan faltado profesores celosos y solícitos que despreciaran los riesgos de consagrarse a cumplir el deber de salvar la vida o aliviar los sufrimientos de sus semejantes; bien que Canivel y Virgili, hacia fines del último siglo, hayan fijado la atención de los demás sabios del mundo, sin embargo, no podemos dudar que la ciencia bienhechora había degenerado en los últimos siglos y que estuvo olvidada y aun envilecida. ¿Qué causa fatal ha hecho esta retrogradación en un pueblo notable por su inteligencia, por su valor, por su amor a la patria? ¿Cómo ha podido suceder que los moros, vencidos por los cristianos en España, fuesen dejando este bello país sumido en nuevas tinieblas a proporción que se retiraban? ¿Cómo fue que la época misma en que ostentando los españoles su mayor valor, recobrando su independencia y libertad, y que debió ser la señal de los progresos de las luces, vino a ser por el contrario la precursora de un estado de ignorancia que los siglos siguientes fueron condensando, haciendo cada vez mas tenebrosa y humillante la condición humana? No es del caso presente revelar las causas, bien que importa demasiado a los jefes de las naciones preguntarlas a la filosofía, si quieren consultar el bien de los pueblos.
  23. La cirugía se vió en el último punto de degradación y desprecio en manos de unos hombres groseros., “No puedo negarlos, dice Ameller (1), (que más bien es un panegirista que un historiador del estado de la cirugía española en 1790) el siglo pasado y las primeras décadas del presente fueron una triste época para la cirugía española; esta ciencia tan venerada de los antiguos ofrecía una repugnante y espantosa figura; olvidado en general su estudio, desvalidos sus profesores, subrogada, sus facultades oprimidas… Ah! Su memoria me sorprende y llena de un justo sentimiento. Fue Fernando VI, quien entre las tranquilidades de la paz se ocupo prontamente de restituir a la cirugía su antiguo brillo: bajo su protección y munificencia fundó Virgili el colegio de Cádiz, en noviembre de 1748; su sucesor Carlos III autorizó al mismo Virgili para la ejecución de otro establecimiento en Cataluña, reglamentado en 1764. La armada recibía sus facultativos del Colegio de Cádiz y el ejército del de Barcelona.
  24. Es a Carlos III, el verdadero Augusto de España, al que deben la medicina y la cirugía, como las demás ciencias y artes, la protección más eficaz en aquella nación. Carlos III erigió el Colegio de San Carlos de Madrid en 1787, para formar profesores destinados a ambos cuerpos, y los continuó la protección que les habían dispensado sus antecesores.
  25. Carlos IV estableció un colegio general de cirugía en Burgos y otro en Santiago de Galicia.

  26. Así es que en los siglos XVI y XVII, y mayor parte del XVIII, a falta de hechos trasmitidos hasta nosotros y que sirvan de base para tratar la historia de los adelantamiento médicos en Caracas, podemos conjeturar, sin temor de desviarnos mucho de la verdad, los grados progresivos, y la importancia de éstos, parando la consideración en lo que la ciencia hizo en España. En pocas líneas he manifestado su notable atraso valiéndome para la redacción de estas noticias, de un escritor español que declara el merito de la cirugía de su nación. Todos sabemos que, en los tiempos a que me refiero, a estos países no podían pasar otras nociones que las que comunicasen los médicos nacionales. Si algún sabio extranjero en los últimos años pudo introducirse aquí y presentar el contraste de sus luces con las de los facultativos nacionales, ésto sólo formaba un fenómeno de aberración demasiado raro y asilado para que pudiera influir en las mejoras de la ciencia y dejar marcada su existencia en los progresos que causase.
  27. De la misma España no pudieron pasar a estas regiones más que curiosos aventureros, dignos de las tripulaciones y expediciones a que eran destinados. Los pocos profesores regulares que descollaban en la Península, allá figuraban. Su número debió ser, y fue en efecto, tan corto, como que todavía no existían semilleros adecuados de profesores instruidos que fueron creados en la última mitad del siglo pasado.
  28. Una mezcla, pues, de ignorancia crasa y osadía, revestida de todo el tono altivo y petulante de un señor trasatlántico en estas colonias todavía consideradas en conquista, debieron ser los títulos exclusivos que tales médicos presentaban a la confianza pública. La genuina medicina india, ya deteriorada, privada de aquella sanción respetable de la experiencia que en algunos casos suple a un cuerpo de doctrina bien formado, no podía menos de perder mucha parte de su merito. El formulario de sus recetas debió aumentar prodigiosamente y perder la sencillez primitiva; pero también la mayor parte de aquellas en vez de la sanción natural de la experiencia no tendrían otra que la superchería, la avidez de la ganancia y la inconsideración con que en países poco avanzados en civilización, todos se meten a tratar la salud y vida de sus semejantes.
  29. Los indígenas o curiosos herbolarios por una parte, y los no menos ignorantes presumidos médicos por otra, debieron, en esos tiempos demasiado oscuros, repartirse en estos países el ejercicio del arte de curar.
  30. Nada más que esto sabemos de esas épocas distantes de nosotros, nada tampoco nos importa saber. Cuantos informes nos hubieran llegado no presentarían sino relaciones vacías del más pequeño interés para la historia de la ciencia en general; aun podemos decir que de aquella época no conservamos el recuerdo de hombres memorables que hoy pudiéramos presentar como modelo de aplicación, de grandes alcances, de consagración al bien público, o de honroso desempeño de los deberes profesionales.

SEGUNDA PARTE

  1. Desde el último tercio del siglo pasado principia una nueva éra, que conocemos mejor porque se aproxima a nosotros, notable porque correspondió a la restauración de la medicina en España, y mucho más porque desde entonces se logró tener en esta ciudad profesores regulares y establecimientos capaces de formarlos.
  2. Si según los principios establecidos, la civilización está graduada en proporción de las relaciones mayores en que están los tiempos, los hombres y los lugares, la época que acabo de mencionar está marcada por sí misma en la historia de los progresos del benéfico arte en este país; desde entonces existen relaciones exactas y archivadas en estos progresos, y es desde esta fecha, cuando en tiempos venideros, se principiará la narración de su existencia en Venezuela.
  3. Creemos útil gastar el tiempo recordando los nombres del Saboyano, de otro medicastro llamado el Dinamarqués y algunos más que han pasado hasta nosotros por la tradición, y que sólo han podido figurar en una época en que apenas existía uno u otro profesor regular. No debemos considerar desde este punto de vista al señor Flores, medico portugués de una educación clásica, de grandes conocimientos y de practica ilustrada que lo hicieron notable en su corta mansión aquí, antes de pasar a Bogotá en donde fijó su residencia y ha dejado su nombre perpetuado en una honrada familia.
  4. El Doctor Lorenzo Campins, natural de Mayorca, es el primer profesor que se nos presenta en esta época. Después de haber recibido una educación liberal, y cursando los estudios preparatorios de gramática latina y filosofía con cuyo grado fue condecorado, siguió su curso de medicina en que obtuvo la borla de doctor, letras comendaticias con que abrió su práctica en esta ciudad hacia el último tercio del siglo pasado. Animado de un celo muy honorifico por su profesión y deseoso de sacar de la caterva de medicastros o curiosos, hombres de educación profesional y de verdaderas luces, concibió con razón que no había otro medio más adecuado que el de propagar estas luces y formar médicos en Caracas. Principió, pues, a leer la cátedra de medicina aen el año de 1776 (sic!!) cuya aprobación y sanción en propiedad solicitó de la Corte de Madrid en 1775 y le fue concedido junto con el nombramiento de Protomédico Interino, por real cédula de Aranjuez en 14 de mayo de 1777.
  5. Al instalar el Protomedicato y la cátedra de medicina en Caracas, nombrando para ambas funciones al Doctor Campins, se quiso regularizar a los curanderos existentes de mejor nota, sometiéndolos a un examen y aprobación que fue su titulo de capacidad. ¿Más, quién no se siente provocado a risa al ver la singular estructura que dio la Corte de Madrid a la junta de examinadores que debían calificar a los encargados de la salud y la vida de los caraqueños? (sic). Esta constaba de dos diputados del cabildo eclesiástico y secular; de algunos prelados de las religiones, del Rector de la Universidad que en aquella época no podía ser médico y del protomédico, debiendo ser presidida por el Gobernador y Capitán General.
  6. Así fue que para calificar a los más capaces y que debían quedar habilitados para ejercer la profesión médica, se tomó razón de los que entonces practicaban en los tres ramos de medicina, Cirugía y farmacia, a saber: los señores Juan de Crubes, cirujano y curandero; Luciano de la Santa, curandero con Botica; Juan José de Torres, curandero;
  7. Domingo Esteban Gallegos, curandero; Juan Nepomuceno, practicante de San Pablo; Miguel de Conde y Diego Mejías, curanderos; y en virtud de un examen que consistió en algunas preguntas hechas por el protomédico Campins, fueron aprobados como curanderos los señores Juan José Torres, Diego Mejías, Martín Pereira, Juan Lacombe, Juan Nepomuceno y licenciados como boticarios los señores Joaquín Rocha, Sebastián Siso, Juan Wiedeman y Miguel González y como droguero, Juan Algais. Este tribunal en medicina, cirugía y farmacia se compuso por esta vez del señor Miraga, Gobernador y Capitán General, que lo presidió; del padre Tovar, Arcediano de la Catedral, por el cabildo eclesiástico; el señor Marcos Rivas, Regidor, por el cabildo secular; el Reverendo Fray Lucas Martel, provincial de San Francisco; Fray Vicente Acosta, Superior de San Francisco; el Doctor Berroterán, Rector del Seminario y el Doctor Campins, protomédico.

  8. Si he abusado de la atención de la Sociedad refiriendo la rara estructura del tribunal de médicos, cirujanos y boticarios, ha sido con el objeto de presentarle acerca del estado de la medicina en España y aquí, una idea del lustre que se intentaba dar a los prácticos, más exacta de los que podría hacerlo con muchas páginas de descripción.
  9. Con todo, no podemos menos de confesar que ya en España principiaban a rayar algunos crepúsculos benéficos en obsequio del cultivo de esta importante ciencia. De este es una prueba el precepto que se impone en las cédulas de elección, de informarse de todos los médicos, cirujanos y herbolarios españoles e indios y otras personas curiosas en esta facultad y que les pareciesen capaces de entender y saber algo, tomar relación de ellos, así como de todas las yerbas, árboles y semillas medicinales que hubiesen en la provincia donde sa hallasen; y que se informen de la experiencia que se tenga de las cocas susodichas y del uso, facultad y cantidad que de estas medicinas se da, cómo se cultivan, y si nacen en lugares secos o húmedos, o si de los árboles o plantas hay especies diferentes, escribiendo sus notas y señales.
  10. No hay duda que este era un feliz principio para organizar un cuerpo de materia médica indígena que si hubiera sido empezado desde entonces según el tenor del mandato, tendríamos ya hoy recogidos bastantes hechos, al menos de pura experiencia, mientras que ahora todo está por hacer.
  11. Si en esta parte no tenemos fundamento con qué acreditar el celo del Doctor Campins, no podemos menos que reconocer su empeño en dar honor y lustre al ejercicio de la medicina, lustre y honor que aplicados al principio mismo del establecimiento de la primera autoridad y del principio rango de la profesión médica, aceleró bastante la caída de las preocupaciones españolas, demasiado arraigadas en sus colonias.
  12. Se puede asegurar que él niveló la medicina en Caracas con el grado de consideraciones y estima que esta ciencia alcanzaba en España.
  13. Después de cerca de 20 años de profesión y enseñanza, entregado a una práctica si nó la más feliz al menos muy honrosa, falleció este primer protomédico el 19 de febrero de 1785. Su discípulo y primer doctor en medicina, el señor Francisco Molina, natural de Puerto Cabello, todavía entonces licenciado, fue nombrado para sustituirle; recibió el grado de doctor en el mismo año y obtuvo la clase por un cuatrienio. Menos contraído a su profesión y mucho menos instruido que su maestro, no hizo en el ministerio de la enseñanza pública más que seguir la senda trazada por su antecesor; le arrebató la muerte bastante temprano, en abril de 1788, cuando apenas había desempeñado la cátedra de medicina tres años. No ha dejado otra memoria recomendable que el haber sido preceptor de profesores muy dignos que ahora nos honran; cuya modestia no permite mencionarlos, pero que algún día servirán de objeto ilustre de muchas páginas honorificas.
  14. No debemos pasar en silencio el nombre de un práctico célebre, que por un ejército feliz de la profesión logró en estos países una opinión que pocos alcanzan. Este es el señor Juan Perdomo, natural de las Islas Canarias, profesor formado en Sevilla y médico en este país por los años de 1785. Adornado con una profesión liberal, dotado de un entendimiento raro y de un juicio profundo en la observación de las enfermedades, logró por algunas curaciones acertadas perpetuar su nombre en la memoria de estos habitantes. Los rigores del tribunal de la Inquisición privaron de este padre a una familia honrada, de este útil vecino al púbico caraqueño.
  15. Sin pasar adelante, llamamos la atención de los socios a considerar el carácter de muchos prácticos que he mencionada y que fueron licenciados por el protomedicato en aquella época para ejercer el arte de curar bajo el titulo de curandero. Estos ofrecen un fenómeno tan consolador al género humano, como honorifico a la profesión médica. Estos prácticos, muchos de los cuales hemos conocido y de cuyos cuidados, amistad y sociedad conservamos recuerdos afectuosos, no pudieron lograr una educación científica regular porque en su época no la había y la que después fue establecida les estaba prohibida por las instituciones poco liberales de aquellos tiempos. Con todo, ¿quién de los más antiguos de nosotros no recuerda en la mayor parte de ellos la contracción a su deber social, la decencia de su vida pública, su honradez en la privada, sus modales suaves y agradables con sus enfermos y demás conciudadanos?
  16. ¿No es porque el ejército de este arte benéfico arroba demasiado la atención de los que lo ejercen, morigera hasta un cierto punto sus pasiones y suaviza sus costumbres? ¿No es porque el trato continuo de los enfermos de ambos sexos, de todo rango, de diversos caracteres en el lecho del sufrimiento, en las multiplicadas variedades que las dolencias imprimen a los afectos, a fuerza de simpatizar con su enfermo, de estudiar el arte de aliviar sus dolencias y mostrarle sentimientos compasivos, dan al médico los hábitos de un carácter fácil, condescendiente y agradable, la compostura de maneras o una moral pública; sin las cuales no puede medrar en la confianza y opinión de sus conciudadanos?. Podría detenerme en estas y otras muy gratas cuanto legítimas reflexiones, pero la sociedad las percibe y los límites de este trabajo instan por su conclusión.
  17. A la muerte del Doctor Molina en el citado año de 1788 le sustituyó interinamente en la cátedra el Bachiller Vicente Fajardo, coopositor a ella con el licenciado Felipe Tamariz, quien la obtuvo en 6 de junio de 1788. Este hombre, lleno de bondad, superando con su industria los obstáculos que oponía a su educación y carrera la absoluta escasez de medios de fortuna, después de los estudios preparatorios de la lengua latina y filosofía, oyó la lecciones de medicina práctica del Doctor Campins y recibió los grados de Bachiller y Licenciado, del año de 1785 a 1788. Nombrado catedrático de medicina, protomédico interino y medico de los hospitales de San Lázaro y Caridad como lo habían sido sus antecesores, recibió el grado de Doctor y la confirmación de su empleo por la Corte de Madrid el año siguiente. Este profesor, respetable por su carácter bondadoso, incapaz de hacer ofensa a persona alguna, señalando la honradez de su conducta y el candor de su corazón en su semblante, modales y conversación, tenia sus aspiraciones limitadas a la paz y bienestar domésticos y a merecer el aprecio de sus conciudadanos; si carecía de talentos sobresalientes para hacerle sobresalir como un práctico de grande experiencia y conocimientos, como un preceptor ilustre, esta falta la suplía con su benevolencia, atención puntual y cuidadosa a sus enfermos y sobre todo con su conducta inofensiva. Estas dotes le hicieron adquirir un aprecio y estimación universal. Su muerte cruel en el mes de julio de 1814, en la provincia de Barcelona, llena de eterna ignominia a sus perpetradores y señala bien la época sanguinaria del vandalismo, la época de esos corifeos del partido que de 1813 en adelante vivieron para el crimen y llevaron la matanza por todas partes, la época de esos caracteres prominentes que de tiempo en tiempo asolan y deshonran la humanidad haciéndola gemir y dejando eternos recuerdos de horror y detestación.
  18. Por la desgraciada muerte del Doctor Felipe Tamariz, fue provista la cátedra de medicina en el Doctor José Joaquín Hernández, nuestro digno, sabio y modesto compañero, el 29 de noviembre de 1815; al mismo tiempo fue nombrado Protomédico, cargo que desempeñó hasta el establecimiento de la Facultad de Medicina por el decreto de S. E. el Libertador Presidente, de 25 de junio de 1827, que le subrogó.
  19. En la escuela del Doctor Tamariz se formaron la mayor parte de los médicos que abrieron una nueva era en la historia de la medicina en este país. Pocos de éstos existieron en los últimos años del siglo pasado, los más han sido nuestros compañeros, maestros y amigos.
  20. Fue hacia el fin del siglo cuando empezó en estas regiones una revolución importante en la práctica de la medicina. La propagación de algunas obras francesas e inglesas, la comunicación de algunos de los nuestros con un célebre profesor de Edimburgo, compañero del ilustre Cullen, influyeron mucho en este afortunado cambio. Yo noto que algunos miembros de la Sociedad están en meditación supliendo el silencio que guardo del nombre del ilustre profesor que más figuró en él. Todos le conocen: él mismo, desde la silla presidencial que dignamente ocupa, me impone silencio para que no importune su modestia. La época y el sistema de asociación en que existimos no permiten temer que se pierdan tan dignos rasgos en la historia médica de Caracas y en tiempo oportuno se ocuparán de ellos plumas superiores a la mía.
  21. Los Doctores Ubicueta, Zúñiga, Socarrás, Aranda, Canivens, Morales y algunos otros, componían junto con nuestro digno Director el Cuerpo de Facultativos de esta ciudad. El primero, nativo de Vizcaya, educado en el Colegio de Cádiz y perfeccionado en la Universidad de Montpellier, era el cirujano más instruido que aquí entonces residía. El Doctor Zúñiga, peruano del Cuzco, después de haber estado en el Hospital General de Madrid por diez años y servido en los buques de la Compañía de Filipinas la plaza de cirujano, se estableció en Caracas, en donde mereció una opinión muy regular como cirujano y partero. Sus luces, práctica acertada y la honradez de su carácter le hicieron estimar de estos habitantes.
  22. El señor Francisco Socarrás, profesor recibido en la Habana, su país natal, con una educación clásica, y con el estudio de buenos autores de aquella época, con una conducta llena de honradez y decencia, mereció por muchos años estimación y respeto.
  23. El señor Canivens, francés de nación, estableció el teatro de su práctica en La Guaira, de cuyo público logró el aprecio de que le hicieron digno, a falta de grandes conocimientos y práctica sobresaliente, su vida regular como buen vecino, excelente padre de familia y profesor atento y caritativo. Murió en el terremoto de 1812.
  24. El Doctor Morales, nacido y educado en esta capital, siguió sus cursos de estudios filosóficos y médicos de esta Universidad, bajo la enseñanza del Doctor Felipe Tamariz; dotado de talento para la medicina y con aplicación para medrar en su práctica, se atrevió a rivalizar a nuestro digno Presidente. Esto bastaba para introducirlo en la opinión pública, cuyos honores apenas empezada a disfrutar, cuando la muerte le arrebató en el principio mismo de su carrera, en el año de 1793.
  25. Este es el lugar de hacer mención del Señor José María Herrera, oriundo de la ciudad de Sevilla. Este profesor, dotado de un talento despejado, preparado para la carrera médica por el estudio de aquellos conocimientos que son preliminares, siguió sus clases de medicina en la Península, de donde pasó a la isla de Trinidad. Con la inteligencia de los idiomas francés e inglés, y amigo del estudio, ensanchó la esfera de sus conocimientos. De aquella isla pasó a La Guaira con el nombramiento de cirujano del hospital. Llevado por la fuerza de su imaginación a favor de las teorías Brounianas que acabaña de arribar a este país, se hizo en la práctica su acérrimo sectario; prescribió la sangría y puso en boga el plan esténico. La porción de victimas de soldados españoles que acabaña de llegar a La Guaira, tratados por la quina y el plan estimulante, le hizo conocer aunque quizás tarde, su error. Modificó su práctica que continuó después en esta ciudad hasta el año de 1805, en que falleció de un aneurisma en el pecho.
  26. Sus últimos momentos caracterizan al médico ilustrado, al filósofo cristiano y al hombre filantrópico y amante del saber. El conoció la cercanía de sus últimos instantes, arreglo sus negocios temporales y su conciencia; se despidió de su familia como un padre tierno y un filósofo sereno, y ordeno como su última voluntad que se inspeccionase su cadáver para que sus comprofesores reportasen la ventaja de conocer la causa de su muerte, en obsequio de la humanidad. Nada más magnánimo, ilustrado y filantrópico; su muerte no desmintió su vida, y su memoria debe conservarse entre nosotros como uno de los mejores modelos.

  27. Los otros médicos que han figurado y también desaparecido de entre nosotros en este siglo, han sido nuestros maestros, amigos y condiscípulos. Al mencionar los nombres de Limardo, Gallegos, Salías y Villarreal; los de Guerras y Llamozas, al recordarnos de Carrillo, que acaba de desaparecer dos años ha de entre nosotros, apenas si es posible conservar la sencillez fría y descriptiva que este papel por su naturaleza exige. Los recuerdos pesarosos que excitan, la sensible falta que hacen a esta corporación, a los literatos de Caracas, a todos sus habitantes, la imagen fresca e impresiva que la mayor parte de nosotros conservamos de su trato amigable, de sus gratas relaciones, de las lecciones útiles de algunos de ellos, forman los rasgos más expresivos de su digna biografía.
  28. Si algo falta añadir para recomendarlos a la grata memoria de la posteridad, debo decir que el primero, el más ilustrado de todos ellos, con una disposición feliz para las ciencias, un talento trascendental, un juicio profundo, mostró desde temprano que estaba llamado a ser uno de los profesores más ilustres de Caracas. Su ilustración no indica tanto lo que fue cuanto lo que habría sido si libre de las cadenas que ponían al entendimiento los muy pocos recursos de instrucción y las circunstancias de aquella época, su espíritu se hubiera lanzado como a cada momento se esforzaba, en el campo libre, cultivado e inmenso de los conocimientos humanos.
  29. Algunos de nosotros, que tomamos las lecciones de su práctica y aun las de una enseñanza privada, penetrados de reconocimiento, no podemos menos que recordar aquella fisonomía espiritual, aquella vista penetrante, aquel temple de alma, asiduo quizás, a veces fuerte e impetuoso que mostraba las disposiciones de un hombre célebre; mas la muerte lo arrebató den 1810, en el verdor de sus años.
  30. Villarreal, dotado de un talento y luces sobresalientes, tenía aquella consagración a la cabecera de sus enfermos que le proporcionó hacerse notable y una opinión bien merecida. Poco sobrevivió el primero; joven todavía fue una de las víctimas del terremoto.
  31. Gallegos, sin duda el más instruido y diestro entre los cirujanos de aquella época en esta ciudad, unía a una educación profesional y un talento sobresaliente, aplicación al estudio y una práctica ilustrada por los principios. Sólo le faltaba lo que le era imposible obtener: la visita de los grandes hospitales de Europa o del Norte de América, para estar el nivel de los más regulares cirujanos actuales de los países más cultos. El se complacía en comunicar sus nociones prácticas a sus amigos. Permítaseme tributarle el homenaje de mi gratitud, por el tiempo que en el principio de mi carrera tuvo la bondad de dejarme asistir a su práctica.
  32. Salías, con una imaginación bella y ardiente y favorecido de la naturaleza con una forma ventajosa en el curso de su educación profesional y aún de su carrera ulterior, manifestó más inclinación a la bella literatura que al cultivo asiduo de la ciencias médicas. Así, merece ser mencionado entre nuestros mejores literatos, sin carecer de títulos para ser colocado entre nuestros médicos instruidos. La cruel hoz de la revolución segó atrozmente estas dos vidas preciosas, apenas en la mitad de su duración.
  33. Siento que abuso demasiado de la atención de la Sociedad prolongando esta relación monótona de acontecimientos lastimeros. Mas la historia ofrece en un corto número de años esta serie rápida de muertes desgraciadas que amontona en nuestros corazones tantos recuerdos tristes. ¡Pero a qué efectos melancólicos no está preparado el corazón de un caraqueño que ha sido testigo de tantas escenas de sangre, desolación y muerte en estos tres últimos lustros!
  34. Los señores Mateo Guerra y Timoteo Llamozas, formaban la mitad de un curso de estudiantes de medicina que fueron licenciados para el ejercicio de su profesión casi en unos mismos días del año de 1809, y ambos dejaron ya de existir en el verdor de su edad y en el principio de su carrera. El primero, dotado de un talento aventajado, con una constitución física endeble, dominada del vicio escrofuloso, cursó con un provecho sobresaliente los estudios de filosofía y medicina en esta capital, luchando constantemente con los padecimientos de su mala salud. Modelo de entusiasmo por las luces y por la práctica acertada del arte de curar, no solo distraía sus males con la lectura continuada, sino que, próximo al sepulcro, encargaba libros con avidez como si hubiera de poder vivir muchos años. Enfermo en el hospital de Puerto Rico, se distraía de sus sufrimientos y descuidaba su situación por asistir a los demás enfermos, unas veces consultando al señor Doctor Spaillat, médico de aquel establecimiento; otras, recetando con permiso de este digno profesor a los enfermos sus compañeros. Reducido a la miseria, nada le fue más sensible que el verse en la necesidad de vender sus buenos libros al tiempo de dejar aquella isla para la ciudad de Coro en donde falleció el año de 1816.
  35. El Doctor Llamozas, adornado con una viveza que le caracterizaba, fue notado por su aprovechamiento en las clases de filosofía y medicina y recibió la borla de Doctor en esta ciencia. Envuelto en la suerte general de los emigrados del año de 1814, falleció en Curazao el año de 1819.
  36. El señor Vicente Carrillo, es el último compañero que hemos perdido. Este práctico, formado en la escuela de los hospitales aunque sin educación regular de las clases, ni de un estudio empeñado, metódico, adquirió una práctica bastante acreditada y feliz para proporcionarle una opinión bien sobresaliente en esta ciudad. La honradez y la caridad que ejercía con los pobres, fueron cualidades adicionales que afirmaron su reputación hasta el año de 1827, en que falleció.
  37. Tantos recuerdos fúnebres, tantas desgracia acumulada en el espacio de muy pocos años, una pérdida tan amargamente sentida como perpetuamente recordada, bien veo que renueva el luto de muchos de los socios, y deja sus corazones entregados a tristes emociones.
  38. Mas ¿Cómo evitarla? Al mencionar los nombres preciosos de nuestros amigos, condiscípulos, maestros y comprofesores; ¿cómo no llorar ka desventura de su pérdida en el tiempo, en el local, en la reunión misma en que estamos echando los fundamentos de un pacto social particular, en que reunidos por los nexos de la amistar y por sentimientos unánimes de mutua ilustración, de honor de la ciencia bienhechora de la humanidad en Caracas, de los progresos de sus luces y a favor del consuelo y vida de nuestros compatriotas, a cada momento sentimos cuánta falta nos hacen tan ilustres cooperadores, y cuánto mayores y más rápidos serían con su auxilio los progresos de nuestra institución?
  39. Bien bastante estoy de creer que he desempeñado el arduo y preciso cargo de la Sociedad, de bosquejar la historia de la medicina en Caracas y la biografía de sus médicos. Mas la escasez de materiales exactos, mi poco tiempo para entregarme a dar a este trabajo más extensión y mejorar los pocos alcances de mi pluma y la indulgencia de la Sociedad me tranquilizan, acordándome de aquella buena sentencia:

    In rebús magnis et voluisse sat est.

    (De “El Trocar”. Caracas, mayo-agosto de 1894).