Discurso pronunciado el 28 de Julio de 1953 con motivo de la Toma de Posesión de la nueva Directiva

Por el Doctor Salvador Cordoba

Señores Miembros de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina
Ilustrísimo Monseñor Nicolás Eugenio Navarro.
Distinguidos colegas.
Señoras y Señores.

La benevolencia de mis honorables colegas, más que mis merecimientos, me ha traído a ocupar la Dirección de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina. El fervor que enciende en mi alma toda manifestación de cultura me ha inducido a aceptar la responsabilidad que este honroso cargo me asigna y al contraerla me alienta la confianza de tener a mi lado compañeros de quienes puedo esperar eficiente y perseverante cooperación.

Esta Sociedad fue fundada el 28 de julio de 1944 y “para mejor cumplir su cometido se dispuso la publicación de una Revista relacionada con la materia”. El número correspondiente al primer semestre de labores de la Corporación apareció en agosto del mismo año. No obstante el entusiasmo que animó a los fundadores de esta Sociedad, sus actividades comenzaron a decaer a causa de la sentida muerte de varios de sus Miembros y de la ausencia del país de algunos otros. Después de un largo periodo de silencio que siguió a aquel patriótico y promisorio impulso, surgió como el despertar de una nueva aurora, la sesión del 16 de julio de 1952 en la cual, cumplidas las formalidades reglamentarias. Se procedió a la incorporación de nuevos Miembros con el propósito de darle calor y vida a la Institución. En sesión del 30 de julio de 1952 se consideró la renuncia del Director por causa de enfermedad, la cual le fue aceptada y como muchos de los miembros de la Junta Directiva se encontraban impedidos de continuar desempeñando sus respectivos cargos, se decidió designar nueva Junta Directiva la cual quedó así:

  • Director: Dr. Salvador Córdoba.
  • Sub-Director: Dr. Miguel Zúñiga Cisneros.
  • Secretario de Actas: Dr. Ricardo Archila.
  • Secretario de Correspondencia: Dr. Ceferino Alegría.
  • Tesorero: Dr. Franz Conde Jahn.
  • Bibliotecario: Dr. Marcel Granier-Doyeux.
  • Vocal: Dr. Héctor García Chuecos.
  • Director de la Revista: Dr. Alejandro Príncipe.

Por unanimidad de votos se nombró al Dr. Santos Anibal Dominici, Director Honorario de la Sociedad.

Hemos venido trabajando desde entonces con regularidad y espíritu de superación: se han reformado los Estatutos y el Reglamento de la Sociedad, entre otras razones, para aumentar el número de sus Miembros Activos y el de los Correspondientes Nacionales y Extranjeros, con la aspiración de imprimir a ésta mayor impulso a su progreso y se ha publicado el segundo número de la Revista con nuevo formato. Tanto en esto último como en la adquisición del mobiliario del salón de sesiones, hemos recibido el apoyo del Dr. Pedro Antonio Gutiérrez Alfaro, Ministro de Sanidad y Asistencia Social. Asimismo, el Dr. Julio García Álvarez ha accedido, en su carácter de Presidente del Consejo de Reforma de la Universidad Central, a cedernos en este edificio un salón para sede de la Sociedad.

Propicia es la ocasión para manifestarle, a ambos, las gracias por sus valiosos servicios.

En la sesión del 7 de julio de 1953, de acuerdo con los Estatutos, se eligió nueva Junta Directiva a cuya toma de posesión corresponde este sencillo acto y en el cual celebramos también el aniversario de la Sociedad. Designado para continuar de Director, me siento profundamente agradecido de mis honorables colegas. Esta prueba de aprecio y distinción reafirma mi empeño de continuar trabajando con ahínco por el progreso y esplendor de la Corporación, que a despecho de sus débiles fuerzas se incorpora hoy para venir a cumplir las funciones sociales y de cultura que son parte de las que le señala el objeto para que fue creada: emprender el estudio de la historia de la medicina en general y en especial el estudio y la investigación de la de Venezuela constituyéndose en fiel mensajera de los conocimientos obtenidos en esta materia y difundirlos por el mundo científico.

Señores:

La historia de la medicina es la historia del dolor humano. Este nació con el primer sollozo del hombre y aquella por sublime emanación espiritual de un noble y humanitario impulso de bondad.

Descubrir los vestigios de los orígenes de la medicina, perdidos en las nebulosidades de los siglos, es tarea casi imposible de realizar. Cuando en los balbuceos de la humanidad y por espíritu de conservación el hombre se incorpora y en medio de la soledad que le rodea busca alivio a su dolor y encuentra tendida una mano, prest aunque incipiente, para mitigar su sufrimiento y escucha, al mismo tiempo, palabras rudimentarias, pero henchidas al expresión, brindándole consuelo y esperanzas, son esas las primicias del alma del médico, engendrada en el misterio de los sentimientos, nacida para prodigar el bien y exhibirse como bendición del cielo.

El drama eterno por el triunfo de la vida o de la muerte en que se debaten el médico y la enfermedad, constituyen el núcleo originario de la historia de la medicina. Sus anales, ligados por múltiples y apretados vínculos al desarrollo de las civilizaciones, ofrece propicio y grato ambiente al médico quien puede encontrar en su lectura refugio predilecto para solaz del espíritu, guía en la orientación de sus ideas y ejemplo de virtudes y de ética. No cuando se acude a ella por el solo deseo de satisfacer una simple curiosidad, sin sentido ni trascendencia, sino cuando se escoge como medio de cultura y se recorre, sin agobio, la trayectoria del pensamiento médico para admirar aquellos actos de fe científica, de abnegación y sacrificios cumplidos con heroísmos por tantos mártires y apóstoles del deber, imbuirse en la filosofía de los aforismo y en los preceptos – credo de moral – del juramento de Hipócrates; en fin, encontrar complejos y variados motivos de meditación a cuyo rescoldo el alma, extasiada en la contemplación de la obra cumplida por las pretéritas generaciones en el vasto campo de la medicina, siéntese conducida en alas del sueño hacia las fuentes inexhaustas de la Verdad, de la Bondad y la Belleza.

Confieso que cada vez que he penetrado por los caminos de ese maravilloso mundo de la historia de la medicina, me he enriquecido de enseñanza, la visión de mi espíritu se ha acrecentado admirando el espectáculo de insospechados y amplios horizontes y mi vocación, avivada por el aura cálida del estimulo, se ha sentido con más fuerzas para continuar el estudio de esta noble ciencia, redentora del dolor humano.

Al trazar estas líneas viene a mi mente una reflexión que otras veces ha aflorado a mis labios y a mi pluma y que ahora se me antoja hacerla motivo de esta breve disertación.

Me refiero a la indiferencia manifiesta de algunos jóvenes de las nuevas generaciones médicas por las que les han precedido y la propensión, en cambio, a exponer sus ideas con cierto grado de presuntuosidad, impropia de un espíritu científico.

No me guía el propósito de hacer recriminaciones, deseo, al contrario, que mi palabra, dictada desde la altura crepuscular de mi existencia, sea recibida como una voz amiga, dirigida a la juventud en tono consejero para advertirle la conveniencia de ser más comedida en sus juicios y menos arrogante en sus afirmaciones. El lenguaje de la sabiduría carece de jactancias y el cauce natural del pensamiento científico es la verdad. El hombre de ciencias es ajeno a la vanagloria, expresa su pensamiento con modestia, su estilo es prueba de que la verdad para resplandecer no necesita de grandes atavíos; bástale que las ideas que la fundamentan sean sinceras y expuestas en lenguaje castizo.

Es por defecto en la apreciación de los valores intelectuales y espirituales y de los propósitos de la historia que se juzga con cierto desdén a nuestros antepasado y se niega la utilidad de las tradiciones. Creo que es acto de justicia y un deber de gratitud, mantener encendido el recuerdo de los que han consagrado sus talentos, sus inquietudes y sacrificios por el bien de la humanidad y considero una necesidad conservar las tradiciones médicas, venero de enseñanzas y base indispensable y segura de futuros estudios.

El progreso de la ciencia es obra de cooperación y de perfeccionamiento de las ideas: las que emanan de los genios son originalmente grandiosas, perdurables, iluminan con sus resplandores el mundo y son como hitos eternos en el secular sendero. Pero el ingenio humano es múltiple en sus manifestaciones y no existe pensamiento, por humilde que parezca, que no pueda encerrar en su seno una chispa de verdad y tener su consecuencia. Muchas de ellas han pasado inadvertidas por miles y miles de años hasta ser exhumadas del olvido y servir como el hilo de Ariadna para conducir las mentes por las rutas difíciles y confusas de la investigación científica.

Ya lo ha dicho Schiller: “el menor acontecimiento, el hecho más insignificante son el resultado necesario y natural de sucesos que se han cumplido en pasados siglos”. Concepto este que Arturo Castiglione reafirma, en su célebre obra de historia de la medicina: “Subsiste un intimo nexo entre el estudio y el pensamiento de los más antiguos maestros y los de sus sucesores e imitadores. He aquí como una actitud, una orientación el pensamiento, del concepto, en el campo de la medicina como en otros campos de la ciencia o del arte, están ligados particularmente al terreno del cual brotan, al espíritu de la raza u a laas acciones del ambiente que las circunda”.

Laboulbene, Profesor de la Historia de la Medicina de Paris, en 1883, advertía: “Muchos puntos oscuros de la Patología actual han podido ser aclarados por la lectura de Galeno, de Avicena, de Farnel o de Boerhaave. ¿No es en Hipócrates que uno de los investigadores más infatigables de estos tiempos, Emilio Littre, ha encontrado la confirmación y explicación de hechos pacientemente observados por nuestros contemporáneos pero que no habían sido referidos a sus fuentes de origen? ¿No es en Sanctorius que se muestran las primeras indicaciones de los instrumentos de precisión que utiliza la ingeniosidad de nuestros fisiologistas y de las cuales se aprovechan los más hábiles clínicos? Y si se continuara por esta vía, las búsquedas, que han sido siempre fructuosas, se descubrirían nuevos perfeccionamientos”.

El mismo Littre observaba en 1929: “Si la ciencia de la medicina no quiere verse relegada al rango de un oficio debe ocuparse de su historia y cuidar de los viejos monumentos que los tiempos idos le han legado”.

Cuando uno lee a Herodoto, por antonomasia, el padre de la historia, encuentra en sus narraciones noticias que demuestran, ciertamente, los nexos que existen entre el pensamiento médico en el curso de su evolución. Al referirse al antiguo Egipto escribe: “Varios remedios han discurrido los naturales para defenderse de los mosquitos, plaga en el Egipto infinita. Los que viven mas allá de los pantanos se suben y guarecen en sus altas torres donde no pueden los mosquitos remontar su tenue vuelo vencidos de las fuerzas de los vientos, los que moran vecinos de las lagunas, en vez del asilo de las torres, acuden al amparo de una red con que se previene cada uno cogiendo en ella de día los insectos como pesca y utilizada, de noche, para defenderse en su aposento dormitorio, aquella misma red con que rodea su cama dentro de la cual se echa a dormir”. ¿Con efecto, no es esa red usada por los antiguos egipcios el actual mosquitero recomendado por nuestros higienistas contra las picadas de los dípteros?. Análogas y muchas más interesantes informaciones se encuentran en los autores antiguos como Plinio, Dioscórides, Plutarco y en tantos otros, así como en as ricas fuentes de información descubiertas en las excavaciones realizadas en los últimos tiempos: piezas y monumentos arqueológicas, textos cuneiformes y papiros cuyos hallazgos y descripciones han ofrecido a los investigadores sorprendentes revelaciones respecto al grado de adelanto alcanzado por aquellas antiguas civilizaciones. El estudio de esos valiosos documentos ha permitido a la crítica histórica reconstruir la unidad del pensamiento medico a través de las etapas de su evolución: la empírica y teológica, la filosófica y la experimental. Pero no es mi propósito ahondar en matera tan vasta y compleja; seria rebasar los moldes estrechos de este discurso, solo deseo mencionar los vínculos que ligan a las pasadas con las presentes generaciones médicas y consagrarles un recuerdo en las personas de algunos de los ilustres precursores y mantenedores de las doctrinas que fundamentan su historia y forman su tradición:

Raymundo Lulio, sabio de la edad media, descubridor del éter sulfúrico: hirvió una mezcla de alcohol con acido sulfúrico, condensó el vapor y obtuvo un “Fluido blanco” que denominó “vitrolio dulce”. Este gran descubrimiento permaneció en poder de “los adeptos” hasta que, tres siglos mas tarde, Paracelso preparó de nuevo el maravilloso fluido evidenciando experimentalmente sobre animales sus propiedades hipno-anestésicas. Muerto Paracelso, su amado discípulo, Valerius Corpus, reveló el secreto. La historia le atribuye su venta al senado de Nuremberg en 1540. Poco tiempo después Fabrenius le dio el nombre de éter sulfúrico.

Leonardo de Vinci, actor principal del renacimiento italiano y el primero en señalar rumbos por los más variados caminos de los conocimientos humanos. No era médico, sin embargo, su poderoso talento trazó huellas imborrables en Biología, Fisiología y Anatomía. Fue un innovador, un revolucionarios de las ideas: se apartó de la senda recorrida por sus predecesores y desechó la escolástica para dirigir su ingenio al estudio de los seres y de las cosas adquiriendo sus conocimientos de la apreciación recogida de los fenómenos observados por él, directamente. Sus trabajos al lápiz y a la pluma - copias fieles de las disecciones anatómicas de cadáveres realizadas por él- son dibujos que asombran por su exactitud y belleza;

Rogelio Bacon, el doctor admirable, célebre filósofo, que levantó su voz contra el sistema escolástico, proclamó la importancia y el valor del examen directo; sugirió la aplicación del método inductivo en el estudio de las ciencias naturales y recomendó las vivisecciones y el estudio de la Anatomía patológica. Aparece en la historia como el precursor de una idea que más tarde sirvió de base a otra idea grandiosa: me refiero al método experimental creado por Galileo y que Bacon contribuyó a divulgar con la fuerza de su dialéctica. Galileo “el primero, dice Castiglione, en poner los fundamentos de la construcción del método experimental, afirma la necesidad de examinar los hechos a la luz de la critica e intenta reproducir los fenómenos ya conocidos mediante experimentos, investigando de ellos no solo las causas sino en primera línea su aplicación. La grandeza de la concepción de Galileo consiste en que no se contenta como Bacon en descubrir las razones e un hecho y los motivos que lo determina, sino que quiere inquirir la ley exacta y matemática que regula los fenómenos”. “La afanosa investigación del cómo y del por que que palpita enlos escritos de Bacon, trepida en el ánimo de Giodano Bruno y exalta el espíritu de Galileo, crean la necesidad de instrumentos más perfectos con los que el hombre pueda descubrir en los campos de los infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño el misterio de la naturaleza. Galileo suministra ambas armas a la investigación: a él se debe el descubrimiento del telescopio; a él corresponde la idea grandiosa del microscopio”.

El método experimental abrió nuevas sendas al estudio de la Biología. En el 800 fue aplicado a la Fisiología por Esteban Gallini, cuyos pasos siguió Francisco Magendie, infatigable investigador. Su entusiasmo por este método fue tanto que consideró la experimentación como base de todo conocimiento. Uno de sus discípulos, Claudio Bernard, le imprimi el poderoso impulso de su talento y de su laboriosidad y con justicia se le considera como el fundador de la Fisiología y de la Farmacología modernas.

Temeroso me siento de agotar la tolerancia de mis distinguidos oyentes y termino esta enumeración gloriosa con Pasteur, cuyo recuerdo estará siempre unido al de los precursores de la Bacteriología: Frascator, que el 1546 atribuyó la trasmisión de las enfermedades a un trasporte de corpúsculos: Leeuwenhoek, calificado por la perfección de su técnica como el más hábil microscopista de la época: descubrió en 1657 los infusorios. Fue el primer rayo de luz sobre el campo de los infinitamente pequeños por las lentes del microscopio: Agustín Bassi, acucioso investigador, quien en 1837 fundado en estudios experimentales señaló como causa de la enfermedad del gusano de seda a “un parasito vivo, criptógamo” y afirmó en 1846 que las fermentaciones así como los contagios de algunas enfermedades que afectaban al hombre, a los animales y a las plantas serán debidas a la acción de substancias vivas, especies de parásitos animales o vegetales diferenciables por su morfología y por sus calidades biológicas; Rayer y Davaine, quienes en 1851 descubrieron la bacteridia carnbonosa; Spallanzani, opositor de las ideas sustentadas por Needham sobre la existencia de la generación espontanea.

Inspirado en esas luminosas ideas y atraído primero por el estudio de química, comenzó sus investigaciones Pasteur, en quien no sé que admirar mas, si su genialidad, las inquebrantables fuerzas de su voluntad y de su fe o la rectitud de sus juicios depurado en el crisol de la experimentación. “Yo no aporto un nuevo método de trabajo, escribió en cierta ocasión, me contento con operar bien ahí donde se operaba mal, de evitar los errores que eran causa de que las experiencias de mis predecesores dieran resultados inciertos y contradictorios”. Fue el creador de la Bacteriología. Transformó con sus brillantes descubrimientos la Fisiología, la Higiene y la Cirugía. Su obra es portentosa y bastante para la glorificación de su nombre.

Señores:

La ciencia no reconoce privilegios. Las generaciones humanas se suceden y a su paso van sembrando las simientes de sus ideas de cuya fecundidad y pureza y más aun del poder de penetración de sus luces depende el grado de cultura de que aquellas pueden ufanarse. El genio de la raza, el tiempo y el medio ambiente formado por las diversas circunstancias dependientes de la naturaleza de los seres y de las cosas, son factores fundamentales en la gestación y desarrollo e los períodos que han cumplido las civilizaciones pasadas y presentes.

Nuestra Patria, joven aun, viene recorriendo las etapas evolutivas de su destino histórico y muchas de ellas las han realizado con fortuna, pero ha atravesado por épocas difíciles en que las generaciones médicas en turno, carentes de los elementos indispensables al estudio y al trabajo creadores sufrieron el natural retardo que esas adversas circunstancias causaron a su desenvolvimiento intelectual y científico. Superadas esas épocas hemos venido recuperando el tiempo perdido y estimulados por los requerimientos propios del actual momento, ocupando los planos superiores de la cultura. Son mis votos por que el povo que se levanta de los escombros de esos años perdidos sirva de poderoso estimulante espiritual a las nuevas generaciones médicas y que las ideas que emanan de sus mentes junto con el vigor de sus esfuerzos vengan a enriquecer el tesoro de nuestras tradiciones cuya custodia nos fue confiada por nuestros maestros, hundidos en las tinieblas de la eternidad, tradiciones sagradas que en su hora depositaremos nosotros en las manos de esa brillante juventud, prestigio de nuestra Escuela y gala y decoro de la Patria. Al hablar de la Patria no deseo descender de esta tribuna sin consagrar un recuerdo emocionado a la memoria venerada de los fundadores y mantenedores de la medicina nacional.

Precisamente, esta Sociedad con motivo de la celebración del aniversario de su fundación ha dispuesto enaltecer la memoria del ilustre médico Dr. Luis Daniel Beauperthuy por boca de uno de nuestros distinguidos Miembros., el Dr. Ricardo Archila y así continuaremos haciéndolo en lo sucesivo con otros maestros a fin de presentar a la admiración pública los valores morales e intelectuales de la medicina vernácula.

Hace apenas 13 años, que figura en nuestra Ley de Educación Nacional el estudio de la Historia de la Medicina, por feliz iniciativa del ilustrado colega Dr. Gabriel Trompiz, quien en elocuente exposición ante el Congreso de la República de 1940 demostró la utilidad de su enseñanza y pidió su incorporación en el programa de estudio de las ciencias médicas. Fundada la Cátedra, fue inaugurada por el Dr. Joaquín Días González y la regenta actualmente el Dr. Miguel Zúñiga Cisneros, Miembros ambos de esta Corporación. Excelentes Profesores, de gran preparación en la materia, has desempeñado esta asignatura no sólo con idoneidad sino también con patriotismo y elevación de espíritu.

Nos anima el propósito de realizar numerosos proyectos, entre ellos, publicar en la Revista de la Sociedad, antiguos trabajos médicos, muchos de ellos poco conocidos, otros olvidados, algunos inéditos, con el propósito de unir los eslabones, perdidos o dispersos, del pensamiento médico nacional; formar una biblioteca de ciencias médicas y sus ramas afines, especialmente de autores venezolanos a fin de poder ofrecer a los escritores segura fuente de información bibliográfica. En fin, estimular la publicación de trabajos de historia de la medicina nacional sobre temas que aun están inéditos. Ojala podamos cumplir este vasto programa de labores; entre tanto mantendremos encendida la lámpara votiva de la gratitud en el ara de los recuerdos en oblación a nuestros recordados maestros.