Algunas curiosidades lingüísticas en Medicina: Origen, evolución y destino

Miguel Angel De Lima Salas *

Recibido Agosto 20, 2016

RESUMEN

“La etimología es la historia de las palabras y como las palabras representan cosas, es con frecuencia historia de las cosas y, por tanto, de la civilización“ (1) Luego, si la historia de las palabras es historia de la civilización; la historia de palabras usadas por los médicos es –por fuerza- historia de la Medicina. La etimología médica es en extremo compleja y puede asumirse como centro de cualquier doxología, en este campo. Se nutre esencialmente de raíces griegas y latinas y, en el caso del español, también de lenguas de claro influjo en nuestro idioma, como el árabe, el resto de lenguas romances y de lenguas amerindias, al tiempo que abreva en fuentes lejanas, como las lenguas germánicas, el celta o el íbero. Un trabajo breve no puede dar cuenta del origen y evolución de todo el lexicón médico, empresa norte de enjundiosos tratados etimológicos. Nuestra meta se circunscribe a presentar sorprendentes orígenes e insospechadas trayectorias de ciertos términos médicos, al tiempo que discurrir sobre el marco histórico donde evolucionaron. Esto determina un énfasis en lexicología y semántica, sin menoscabo de otros aspectos, como la morfología, la fonética y la pragmática. La selección de términos médicos está marcada por la subjetividad del autor, como en toda antología, en cualquier rama del saber. Experimentaré gran alegría si mis apreciados colegas de la Sociedad Venezolana de la Historia de la Medicina encuentran este aporte atractivo y útil para la reflexión histórico-médica que los ocupa y ya sería todo un lujo si contribuyo, como lo planteó en su momento Francisco Antonio Rísquez (Discurso de investidura como Académico de la Lengua) a que “la palabra esplenda siempre con el debido brillo, al ser manejada por cultivadores de la Medicina” (2)

Palabras clave: Etimología de vocablos médicos. Terminología médica.

ABSTRACT

"The etymology is the history of words and how words represent things, is frequently history of things and therefore of civilization" (1) Then, if the history of words is history of civilization; the history of words used by doctors is force-history-of Medicine. Medical etymology is extremely complex and can be assumed as center of any doxology. It feeds essentially Greek and Latin roots and, in the case of Spanish, also of languages clear influence, such as arabic, the rest of romance and indian languages, while dwells on distant sources, such as Germanic, Celtic or Iberian. A brief article can not account for the origin and evolution of all medical lexicon, north of pithy treated etymological company. Our goal is limited to presenting surprising and unexpected paths origins of certain medical terms, on the historical context in which its devolved. This determines an emphasis on lexicology and semantics, without prejudice to other aspects of linguistics, such as morphology, phonetics and pragmatic. The selection of medical terms is marked by the subjectivity of the author, as happens with any anthology, in any branch of knowledge. I experience great joy if my esteemed colleagues of the Venezuelan Society of the History of Medicine found this contribution attractive and useful for the historical medical reflection that occupies and it would be luxury if I contribute, as he put it at the time Francisco Antonio Rísquez that "the word always Splenda with due shine to be managed by growers of Medicine" (2)

Key words: Etymology of medical terms. Medical terminology


* Médico Psiquiatra, Docente de postgrado, Hospital Universitario de Caracas. Profesor de la Cátedra de Historia de la Medicina, Escuela Razetti, Universidad Central. Vice Presidente de la Sociedad de Psiquiatría. Trabajo de Incorporación como Individuo de Número, Sillón Nº XL, diciembre 2, 2015. Correo migdel12@hotmail.com

1. Salutación

  • Dr. Andrés Soyano, Presidente de la SVHM y demás integrantes de su Junta Directiva.
  • Dr. Daniel Sánchez, Anestesiólogo, Docente de la UCV, Individuo de Número de la SVHM, Colegas y amigos Individuos de Número de la SVHM, en especial el Dr. Miguel González Guerra, Individuo de Número de la Academia Nacional de Medicina, antiguo Jefe de la Cátedra de Historia de la Medicina, Escuela de Medicina Luis Razetti de la UCV,amigo y maestro, referencia en el quehacer histórico-médico en nuestro país y más allá de nuestras fronteras.
  • Dr. Carlos Rojas Malpica, mi padrino, Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Nacional de Medicina, Correspondiente Extranjero de la Real Academia de Medicina de España, Membre Etrangère de la Societé Médico-Psychologique de Francia. Profesor Titular.
  • Dr. Martín Carballo, Médico Internista e Infectólogo, con estudios universitarios de Historia, Dr. Gregorio Sánchez Salamé, Doctor en Salud Pública por la Universidad de Londres.
  • Dr. Rafael Romero, Traumatólogo, Docente de la UCV, Individuo de Número de la SVHM.
  • Dr. Rafael Muci Mendoza, ex Presidente de la ANM y contertulio en Internet.
  • Miembros Correspondientes Nacionales e Invitados de Cortesía de la SVHM.
  • Psicóloga Clínica, Yeitza García Cárdenas, compañera y colaboradora en este trabajo.
  • Sra. Iraida Araujo, secretaría vitalicia de la SVHM, amiga y apoyo constante.
  • Familiares y amigos todos.

2. Exordio y semblanzas

Queridos colegas y amigos, el año pasado la SVHM decidió distinguirme como Individuo de Número, para ocupar su Sillón número XL. Honor que agradezco y valoro altamente. Ojalá –Wad Alá, así lo quiera Dios-, esté yo a la altura de los ilustres colegas que en el pasado han entregado, y en el presente entregan, sus esfuerzos para el mejor desempeño de esta noble institución. Estila la norma que el nuevo Individuo de Número haga una semblanza de sus predecesores en el Sillón. Pero es el caso que me toca en suerte inaugurar este sillón y, al no tener antecesores, con la venia del Señor Presidente y de la Junta Directiva; compartiré una breve semblanza de tres personas que han motivado mi presencia hoy entre ustedes.

El primero de ellos es Don Salomón De Lima Estanga, mi abuelo, escritor e historiador, nacido en 1902 y fallecido en 1991. Cronista Oficial por más de 30 años de la ciudad de Barcelona, estado Anzoátegui. Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Nacional de Historia por el estado Anzoátegui. Fundador del Museo de la Tradición (actual Museo Anzoátegui). Investigador arqueológico en las ruinas de la Casa Fuerte de esa capital. Escritor de “estilo castizo”, como lo señalara Jacob Carciente, con obras como “Leyendas Nuestras”, “Hombres y Tradiciones de mi Tierra”, “Rasgos Biográficos del General Anzoátegui”, “Semblanza Heroica de Barcelona”, “Diego Bautista Urbaneja, soldado de la libertad” y “Apaicuar”, que incluye un Diccionario Cumanagoto-Español de su autoría. Maestro de la crónica en los diarios “El Nacional” y “El Tiempo”, donde publicó más de 500 artículos de índole histórica. Músico y compositor de valses y merengues, poeta y humorista. Sus inquietudes espirituales las canalizó a través de la Logia Masónica, donde llegó a ser Venerable Maestro, grado 33.

El segundo es mi padre, el Dr. Manuel Vicente De Lima Carvajal, nacido en 1929 y fallecido en 2006. Médico Cirujano de la UCV, promoción Arnoldo Gabaldón, 1956 y destacado urólogo, discípulo del Maestro Alfredo Borja, padre de la Urología en Venezuela. Pudo permanecer en nuestro primer centro nacional, el Hospital Universitario de Caracas y sin embargo prefirió marchar a Maturín, a fundar el servicio de Urología, en el Hospital Manuel Núñez Tovar. Posteriormente fundó el postgrado de Urología en ese centro, del cual fue exitoso Director, durante varios años. También destacó como político, Presidente de la Asamblea Legislativa del estado Monagas y Diputado al Congreso Nacional de 1979 a 1984. Dirigente gremial, Vice Presidente del Colegio de Médicos y Delegado por Monagas a distintas asambleas de la Federación Médica. Manuel Vicente De Lima fue esencialmente un hombre de bien, apasionado de la Cirugía y de la Urología, dotado de una memoria prodigiosa -que le facilitó el estudio de la Historia de Venezuela, disciplina de su especial agrado, que manejaba con soltura y con la que solía adornar sus diversas intervenciones docentes y políticas. Manejaba un verbo fluido, que lo constituyó en orador de primer orden, gran declamador de poesía, conocedor de la obra de Federico García Lorca, muchos de cuyos poemas declamaba de memoria y notable articulista en periódicos regionales de Monagas y de Anzoátegui. Seguidor de la figura del Dr. José María Vargas, en varias oportunidades le dedicó apasionados discursos el Día del Médico, en Maturín. Es para mí motivo de complacencia y de orgullo traer su recuerdo ante ustedes. Decía el Dr. Manuel Vicente De Lima, médico de corazón, que “el buen médico vive y muere en su hospital”. Hasta ahora he continuado su legado, al menos en la primera parte, de la segunda sólo puedo decir con el juglar de Puerto Rico, Juan Antonio Corretger: “En la vida todo es ir/ a lo que el tiempo deshace/ sabe el hombre donde nace/ y no donde va a morir”.

La tercera figura que deseo destacar, la tenemos felizmente hoy con nosotros. Se trata del Dr. Miguel González Guerra, mi amigo y Maestro, a quien considero -sin pretender herir ninguna sensibilidad- nuestro más importante historiador vivo de la Medicina y uno de los grandes de todos los tiempos. No voy a resumir su carrera, porque así me esmere en ser conciso, consumiría el tiempo que tengo para mi exposición. Baste decir que, en un momento de vacilación con respecto a mi futuro, de camino a una estación del Metro, me invitó al rompe a incorporarme a la cátedra de Historia de la Medicina, otorgándome toda la confianza, con una expresión directa: “¡Yo creo que tú tienes madera para esto, chico!”. Allí comenzamos una muy grata relación de amistad y de trabajo, salpicada de largas conversaciones –todo un privilegio para mí- en el cafetín de la Escuela de Administración de la UCV, donde, durante años, cada viernes, el Dr. González Guerra compartía conmigo datos y anécdotas de grandes personajes de la Historia de la Medicina, sus hechos y las ideas que los inspiraban. Hacía gala de referencias éticas que lo han guiado siempre, entre ellas: “Lo bueno es bueno, aunque nadie lo haga; lo malo es malo, aunque lo hagan todos”. “Hasta un reloj parado tiene vigencia dos veces al día”. “Ninguna cadena es más fuerte que su eslabón más débil”. Y sus ideas sobre la Historia: “La Historia no puede ser una losa que nos aplaste, sino un trampolín que nos proyecte”; “Cuando una sociedad piensa que lo mejor quedó en su pasado, ya tiene comprometido su futuro” (contra el culto a Bolívar). “Hay dos cosas frente a las cuales el hombre retrocede asustado: la eternidad y el infinito”. Durante algún tiempo compartimos en la Coral de la Facultad de Medicina, él como bajo y yo en los tenores. Sirvan estas sencillas palabras para expresarle públicamente mi agradecimiento por ser mi guía en el complejo mundo de la Historia de la Medicina, por su amistad y por su afecto. Dejo aquí saldada una primera deuda con él y espero, más vale tarde que nunca, saldar la segunda. ¡Gracias, Miguel!

Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas *

Juan Ramón Jiménez 1

* Este epílogo es el primer verso del poema “Intelijencia, dame” de Juan Ramón Jiménez, escrito así, con su peculiar ortografía. El texto completo a continuación: “¡Intelijencia, dame/ el nombre exacto de las cosas!/… Que mi palabra sea/ la cosa misma/ creada por mi alma nuevamente./ Que por mí vayan todos/ los que no las conocen, a las cosas;/ que por mí vayan todos/ los que las olvidan, a las cosas;/ que por mí vayan todos/ los mismos que las aman, a las cosas…/ ¡Intelijencia, dame/ el nombre exacto, y tuyo,/ y suyo, y mío, de las cosas!.” (Eternidades, 1918)

La lingüística en general, y la lexicología en particular, no gozan de especial simpatía en el mundo médico, a veces confundidas con la gramática o la semántica (a cualquier problema lingüístico se le despacha con premura con una preconcebida expresión de menosprecio: “Ah, pero ese es un problema semántico”), otorgándosele un trato injusto a esta hermosa rama de la Lingüística, que nunca ha pretendido absorber a sus hermanas: la Morfología, la Lexicología, la Sintaxis, la Fonética y la Pragmática. Independientemente del área específica de la lingüística de la que se trate, el médico tiende a ser ligero en su aproximación al lenguaje y –lamentablemente- su nivel de reflexión en este campo no pasa de conocer algunas raíces griegas y latinas, quizás por considerar al tema que nos ocupa algo árido y poco estimulante.

Por supuesto que la realidad es otra y felizmente la lingüística es una de las disciplinas más apasionantes a las que pueda prestar atención un médico y cualquier ser humano.

De allí que el trabajo que presento a la consideración de la ilustre SVHM con motivo de mi entrada formal a la misma como Individuo de Número en su sillón 40, sea el resultado de una larga y afortunadamente inconclusa indagación en la jerga médica, sus orígenes y su evolución. A tal efecto, he seleccionado algunos términos cuyos orígenes aprecio como sorprendentes, o al menos lo suficientemente interesantes como para entrar en la categoría de “curiosidades”. Si por desventura alguien asumiera una posición cuestionadora de un trabajo de esta naturaleza para cumplir con el requisito de ingreso a una Sociedad de Historia de la Medicina, tendría que salirle al paso con la ayuda del eminente lingüista mexicano Gómez de Silva, quien afirma: “la etimología es la historia de las palabras y, como las palabras representan cosas, es con frecuencia la historia de las cosas y, por tanto, de la civilización” (1). Luego, si la historia de las palabras es historia de la civilización, la historia de las palabras usadas por los médicos es -por fuerza- historia de la Medicina.

Como mi norte es ser docente, pero no aburrido, plantearé mis ideas al estilo del inolvidable maestro Ángel Rosenblat (2) incluyendo los conceptos y hechos lingüísticos en un relato del cual nosotros mismos seremos protagonistas.

Hagamos todos un ejercicio de nostalgia y volvamos a nuestros inicios en la Facultad de Medicina de nuestra universidad, donde sea que hayamos cursado los estudios médicos. Imaginémonos dando nuevamente los primeros pasos en nuestra Alma mater y de entrada nos auxilia la etimología para precisar que esta “alma” no procede del latín anima, no hace alusión a ese “principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida” ni a la “sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos”, de ciertas religiones y culturas, como afirma el Diccionario de la Lengua Española (DLE) (3), sino que procede de la expresión Alma Mater Studiorum (“madre nutricia de los estudios”), lema originario y todavía usado en la universidad más antigua del mundo occidental: la de Bolonia, fundada en 1088.

Fig 1. Escudo de la Universidad de Bolonia
Fig 1. Escudo de la Universidad de Bolonia

Y era y es “madre nutricia”, por cuanto de sus estudios y del conocimiento de sus miembros se nutrían y se nutren sus alumnos y toda la sociedad. Esta expresión latina procede de almus, de alere, “alimentar”, y no de anima, espíritu (4). Decía que estamos inmersos en un ejercicio de nostalgia y por tanto, somos de nuevo entusiastas “bachilleres”, por haber culminado los estudios de Bachillerato, término que proviene del latín bacca laureatus, (“laureado con las bayas”) por la corona de laurel con sus bayas que decoraba la cabeza de quien había finalizado ese plan de estudios. El laurel ya tenía sus frutos -“las bayas”- porque ya había rendido beneficios el esfuerzo para aprender de quien merecía el primer grado académico que se otorgaba a los estudiantes de la facultad. Sin embargo, el origen de la palabra no está exento de controversias, ya que Fisas afirma: “Esta palabra nos viene del francés, en cuya lengua bas y chevalier significaba ‘inferior a caballero’. El bachiller en la guerra podía llevar bandera y pendón, que no podían ser cuadrados sino terminados en punta” (5). Así que, para este autor, el término se adjudicaba a jóvenes en el servicio de las armas, y era un paso previo entre escudero y caballero. De allí pasó al ámbito escolar, como “el primer paso que se daba en las universidades para obtener título de licenciado y luego el de doctor“(6). Después avanza Fisas, acreditado historiador y escritor, recordando que, en el refranero español, se hace burla de los sufridos bachilleres, a quienes se les atribuye mucha ignorancia: “Bachiller y nada saber, todo uno viene a ser” y “Bachiller en medicina confunde el vino con la orina”. Sobre las universidades que, en algún momento cobraron mala fama, como la de Osuna, también hay alguna burla en el Quijote, cuando se nos dice: “Bachiller por Osuna, cosa ninguna”. ¡Que no diría Cervantes de algunas instituciones mal llamadas de educación “superior” en este momento aciago de la historia venezolana! Pero retornemos a nuestro viaje al pasado y asumamos también que nuestros profesores sí fueron amantes de la Lingüística y que ahora no tendrían problemas en acompañar el conocimiento de su área particular del saber médico, con el debido comentario etimológico a medida que tomemos contacto con el arte y ciencia de Galeno.

Y aquí tenemos otra “curiosidad” porque hasta el nombre del Padre de la Anatomía, es motivo de controversia lingüística.

Dice el muy acreditado historiador de la Medicina español, López Piñero (7) que su nombre no era Claudio: “El viejo error del nombre de Claudio, procede de bibliotecarios que leían, en la portada de ediciones renacentistas, que el autor era Cl. Galenus y no tenían la diligencia de comprobar que se trataba de la abreviatura de Clarissimus Galenus”, epíteto que precedía con frecuencia su nombre, como homenaje de los editores a su talento singular. Este planteamiento se ve reforzado en una editorial de JAMA, donde se afirma: “His name was assumed to be Claudius Galen, although Clarissimus has been suggested because of his brilliance” (8). Pero el asunto se torna peliagudo cuando nos dice el Dr. Plácido Rodríguez Rivero en sus muy autorizadas Eponimias Anatómicas, refiriéndose al maestro de Pérgamo (hoy Bergama en Turquía) que “sería muy lógico que usara el apellido paterno, no desconocido, pues Nicón ejercía honrosamente su profesión, pero su mismo progenitor le dio el apodo de Galenus, cuyo significado (dulce) estaba muy acorde con su carácter bondadoso” (9). Gran desorientación genera la confrontación de estas citas, porque si su primer nombre Claudius no existe y es producto de un error, y su segundo nombre es realmente un apodo, prácticamente quedaría Galeno sin un apelativo confiable. ¡Imagínense, el gran médico que nos dio su nombre, resultaría no tener ninguno! Felizmente, la literatura histórico-médica nos indica que Galeno sí fue su nombre, que su padre fue Elio Nicón (en latín, Aelius Nicon) y que a su hijo también se le conoció como Aelius Galenus. Su nombre en griego, Γαληνος (Galenos), realmente significa “calmado” y lo encontramos en Eurípides en su obra “Ifigenia entre los Tauros”: “¡Ay, pobre corazón, antes eras con los extranjeros Γαληνος (Galeno) (apacible) y siempre inclinado a la compasión…” (10). Curioso también este destino de los nombres de Galeno, cuando él mismo publicó, durante su estancia en Alejandría, dos diccionarios, uno de griego en general y otro específico del léxico médico (11)

En todo caso, prosigamos de la mano de nuestros docentes en este nuevo recorrido por la Facultad de Medicina y asistamos a nuestra primera clase de Anatomía, la “ciencia de los cortes” porque su raíz griega ανατομία significa “cortar” y, precisamente, se corta el “cadáver”, cuyo nombre algunos especularon alguna vez que podría provenir del llamativo acrónimo en latín CA- DA- VER (Caro Data Vermibus), esto es “Carne para gusanos”. Sin embargo, los estudiosos más serios no respaldan esta posibilidad ya que “no hay pruebas de ningún tipo (históricas, lingüísticas, arqueológicas ni etimológicas) que sustenten siquiera mínimamente el origen de la palabra ‘cadáver’ como un acrónimo latino” (12) Y se ve respaldada asimismo, muy especialmente, por el hecho de que también en antiguo griego la palabra ptôma significa, por un lado, ‘caída’, y por otro, ‘cadáver’. Precisamente, “ptomaínas” (o “tomaínas”), se denominan los compuestos orgánicos nitrogenados formados por acción de las bacterias responsables de la putrefacción sobre los cadáveres u otras materias nitrogenadas en descomposición. Dos de las ptomaínas más tóxicas, por ejemplo, son la putrescina y la cadaverina. Así pues, se ha convenido en que el origen del término “cadáver” está en el participio pasado del verbo “caer” en latín (cadere) y por tanto significaría el “caído”. Pero por caer estamos todos, y de esos “caídos” hemos aprendido la Anatomía Humana –por cierto, los “tomos” de los libros, tienen la misma etimología, dado que son volúmenes “cortados”-.

Al aproximarnos a la Osteología, tan del gusto de nuestro amigo y Profesor de la Especialidad, el Dr. Rafael Romero, nos encontramos con que hay una relación entre las vértebras y el vértigo, y “verter versos hacia el vértice”. Creo que ya es obvio el punto de unión que nos da la etimología de todas estas palabras: el latín vertêre que quiere decir “girar, “hacer girar” o “dar la vuelta” (13)

La vértebra permite la articulación giratoria de la columna y el vértigo se manifiesta por una molesta sensación de giro. Así que hay un punto de unión entra la estructura anatómica y la clínica previa a la insuficiencia vértebro-basilar que puede dar lugar al vértigo. ¡Y esa unión la da la etimología! Si nos desplazamos al cráneo, observamos el hueso temporal cuya denominación se justifica porque es justamente allí, en las sienes, donde el tiempo y su indetenible paso se expresan a través de las primeras canas (14). Y “las nieves del tiempo platearon mi sien”, decía Gardel en el famoso tango “Volver”, con letra de Le Pera. Por relación topográfica con este hueso, así se denomina el lóbulo temporal del cerebro y la epilepsia temporal, (por estar allí el núcleo disrrítmico que origina las convulsiones y no porque las mismas duren un “ratico”, como alguna vez me dijera un residente holgazán)

Luego estudiamos el hueso Occipital cuyo nombre deriva de la palabra latina occiput´occipucio´, ´nuca´, con el valor de ob como ´posterior´, por tanto, “parte posterior de la cabeza” tal como lo afirma el Diccionario médico-etimológico de la Universidad de Salamanca (de ahora en adelante DMEUS) (15) y no como plantea de Arana quien afirma que, “deriva de la palabra occidere, caer al suelo, morir, lo mismo que “occidente” (punto cardinal por el que el sol muere cada atardecer) y también “occiso” (16)

En el hueso frontal tenemos la glabela [glabella], de la que nos dice el DMEU:

  1. f. (Anat.) Espacio sin pelo entre las cejas; entrecejo. 2. f. (Anat.) Eminencia ósea situada en el centro de la parte inferior del hueso frontal, en el punto de convergencia de los arcos superciliares. Y proviene de [glab(r-um/-am) lat. 'sin pelo', 'liso' + -ella(m) lat. 'pequeño]; la especialización anatómica se produjo en lat. mediev. y se documenta en esp. desde 1495 (17)

  2. Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas

Se podría dudar sobre qué tan “llamativo” o “curioso” puede ser el nombre de esta estructura, pero no se podrá negar que el término utilizado cuando hay “falta de separación entre las cejas por la presencia de pilosidad en la raíz nasal o entrecejo, generalmente lampiño” (18) es de suficiente interés como para ser incluido en este opúsculo. Dicho vocablo es la “sinofridia”, del prefijo syn: con” y ophrys: “ceja”. La sinofridia puede ser originada por simple hipertricosis o ser signo de enfermedades más serias como la porfiria, el síndrome de Hurler, la sífilis congénita o el síndrome de Cornelia de Lang (pediatra holandesa que lo describió en 1933): bajo peso al nacer, microcefalia, malformación cardíaca, paladar hendido, retraso mental y… sinofridia. En su polémica y hoy rechazada obra L’Uomo Delincuente, Lombroso la señaló como un rasgo de los transgresores de la ley. Y ya que nos hemos referido al paladar hendido, puede ser oportuno mencionar que la expresión labio “leporino” es muy añeja, dado que está “en uso ininterrumpido desde la antigüedad y documentado en español desde1200. Leporino procede del lat. leporīnu(m) y significa “de liebre” (19)

Fig 2. Tipos de labio leporino
Fig 2. Tipos de labio leporino

Y si de rasgos anatómicos vinculados a ciertos animales hablamos, también tenemos la “buftalmía” (ojos de sapo), la cinocefalia “cráneo de perro” y el muy común “pecho de paloma”, el pectus carinatum. En el cráneo también tenemos los huesos wormianos o suturales, eponimia anatómica en honor al médico danés Ole Worm (1588-1654), quien — como era costumbre en su época— firmaba sus trabajos con la forma latinizada de su nombre: Olaus Wormius, que los españoles de entonces castellanizaban a Olao Wormio. Como anatomista, Wormio hizo importantes aportaciones a la embriología e hizo la primera descripción detallada de los huesos suturales del cráneo en una carta fechada en 1643, dirigida a su colega y compatriota Tomás Bartolino (sí, Bartolino, el de las glándulas, no era italiano sino danés) quien los bautizó como Ossa Wormiana (huesos wormianos) (20) Por supuesto que los huesos wormianos no deben confundirse con el vómer, hueso de la cara, de forma laminar, cuadrangular, irregular, impar y central que constituye la parte posterior del tabique nasal. Su nombre procede del latín vomer, -ĕris, reja de arado, por su forma (21). El vómer es de interés en zoología, dado que muchos animales, particularmente équidos y felinos, ejecutan la llamada reacción de Flehmen, retrayendo sus labios superiores hacia arriba y hacia atrás, para exponer el órgano de Jakobson o vómero-nasal, para captar mejor ciertos olores, sobre todo las feromonas (22)

Prosigue la lección de los huesos de la cara y nos encontramos con el malar o cigomático, el hueso del pómulo. En latín clásico, el vocablo pomum se aplicaba a cualquier fruta o fruto comestible. Con el paso del tiempo fue restringiendo su significado para designar exclusivamente la manzana (malum en latín clásico); de ahí que el fruto del manzano se llame hoy poma en catalán o pomme en francés. Y por ser una fruta tan corriente, se empezó a usar como referencia en sentido metafórico para referirse a los más diversos objetos redondos como una manzana. Así, en castellano llamamos pomo a multitud de objetos esféricos, como los agarradores o tiradores de las puertas, el pomo de una espada o un pomo de esencias. Idéntica metáfora utilizaron los romanos, que llamaban mala a la mejilla.

Eso explica que el hueso de la mejilla reciba en la nomenclatura anatómica internacional el nombre de hueso malar (23) Por último, también del diminutivo en latín pomulum (manzanita) deriva el nombre que coloquialmente damos a las mejillas. Y, dado que estamos estudiando estructuras anatómicas de la cabeza y la cara, tenemos la etimología de las carótidas, como lo plantea el DMEUS: lat. carotida de gr. karōtídes καρωτίδες [karo- κρος gr. 'modorra' + -t(ēs) gr. 'dedicado a', 'que hace' + -is/-id(a) gr. 'elemento anatómico']. Leng. base: gr. Antigua reintroducida. Docum. en 1521 en lat. renacent. Docum. en 1541 carotide en fr. En gr. es derivado de karōtēs καρώτης 'adormecedor', porque, como dice Rufo (s. I-II d.C.), si uno aprieta estas arterias a su paso por el cuello, provoca modorra y pérdida del habla, cosa que es cierta (24). Hoy por hoy, sabemos que es así por la presencia de los barorreceptores del cuerpo carotídeo.

Si avanzamos en el conocimiento lingüístico del Sistema Nervioso Central, es propicio referirnos a las meninges, y se nos abre el hermoso mundo de la influencia del árabe en la Medicina: “madre” en árabe se dice umm. Entre los antiguos médicos árabes era frecuente expresar las relaciones anatómicas en términos familiares: la aorta era la «madre de las arterias», y la vena cava, la «madre de las venas». Durante mucho tiempo se creyó que el encéfalo se nutría de sus meninges, y por eso en árabe se les decía al-umm al-dimagh; es decir, «madre del encéfalo». En consecuencia, a la más gruesa de las meninges dieron en llamarla al- umm al-šafigah, y a la más delgada, al-umm al-raqiqah. Cuando, en el siglo XI, Constantino el Africano tradujo al latín el Liber regius de Alí Abbás, optó por un calco para traducir estas dos expresiones, y escribió dura mater y pia mater. En realidad, la palabra árabe raqiqah tiene dos sentidos: “tenue” (o sutil), por un lado, y “pío” (o misericordioso), por otro. A cualquier anatomista le parecería lógico seleccionar la primera posibilidad como la mejor traducción, pero el monje de Monte Casino, más familiarizado con el lenguaje religioso, prefirió el adjetivo latino pia en lugar de subtilis o tenuis. A la devoción de Constantino le debemos este error en la traducción (traduttore, tradittore) y que hoy llamemos piamadre y duramadre a las dos meninges cerebrales (25)

Del árabe tenemos en el castellano más de cuatro mil palabras. En Medicina, algunas tan comunes como: “ataúd”, (caja, tumba); nuca: médula espinal; achaque: queja, enfermedad; jaqueca: mitad de la cabeza. La vena safena, del árabe “oculto” y la Universidad de Salamanca corrige al DRAE en su afán de buscar etimologías griegas (cito) en su “obsesión por encontrar el griego incluso donde no está” (26) (Cortésa, F., enero 2008). Y otras como elixir, jarabe, talco, álcali, zábila, bezoar, nadir y macabro, que viene de “maq âbir” (cementerio). Como al Sistema Nervioso Central nos estábamos refiriendo, quizá sea oportuno adelantar algunos señalamientos que aclaren ciertos términos muy llamativos. Podríamos detenernos en el putamen, cuyo nombre siempre ha sido motivo de risas y oscuros pensamientos entre los jóvenes estudiantes de neuroanatomía, quizás porque, de forma inconsciente necesariamente porque tengan presente que el sufijo “amen” implique un sentido colectivo como en “velamen” o “maderamen”. El caso es que el putamen es una de las estructuras situadas en la base del cerebro anterior y de allí que, antiguamente, se les denominara núcleos de la base, o núcleos basales (27) que, junto con el núcleo caudado forma el neoestriado y junto con el globo pálido forma el núcleo lenticular (por cierto, llamado así por su forma de lenteja) siendo el putamen su parte más externa. Interviene en el control motor del cuerpo, por ejemplo, de la ejecución controlada y dirigida de los movimientos voluntarios finos. Nos dice el DMEUS que el lat. putamen surge de putā,'podar', 'cortar' + -men/-min- lat. Su nuevo significado fue acuñado en 1822 en alemán por K.Fr. Burdach. En lat. significa 'desecho de poda' y también 'cáscara'. Reintroducida en botánica en 1793 para 'parte leñosa y dura del endocarpo'.

Fue a partir de este significado que lo usó Burdach (28), quizás en contraposición a la estructura más endeble que es el globo pálido. También en el cerebro, tenemos una llamativa lesión: la porencefalia (del griego poros, cavidad, y enképhalos, cerebro.) Variedad de encefalopatía infantil caracterizada por la presencia de cavidades que se abren en la superficie de los hemisferios y comunican con los ventrículos. Es la consecuencia de una detención del desarrollo y se localiza casi constantemente en el territorio de la arteria silviana. Se traduce clínicamente por idiocia y contractura hemipléjica. Otro término a aclarar en la Neurología es el de poliomielitis, inflamación del asta anterior de la sustancia gris del cordón medular, donde se refleja nítidamente la importancia de manejar con nociones racionales las raíces griegas, ya que podría haber confusión entre polis (ciudad), polys (muchos) y poliós (gris), que es de donde surge realmente el nombre. No es ocioso informar que fue Adolf Kussmaul (1822-1902) quien acuñó el término en 1874 (29).

Si regresamos a la osteología, nos encontramos con la escápula: del latín scapulae, que significa las “espaldas”. Lo curioso en este caso es que generó el sustantivo “escapulario” que, inicialmente, es un objeto de devoción de dos trozos pequeños de tela unidos por una cinta larga para echarlo al cuello (30) Ya en la anatomía de la mano, tenemos al pulgar, por ser más grueso y fuerte que los demás dedos, el primer dedo recibió en latín el nombre de pollex, voz emparentada con el verbo polleo, que significa ‘ser fuerte’, “poderoso’ o ‘predominar’. El latín, pues, distinguía claramente entre pollex (pulgar) y pulex (pulga), con una diferenciación vocálica que persiste en las principales lenguas neolatinas: italiano (pollice y pulce), catalán (polze y puça), portugués (polegar y pulga), francés (pouce y puce) y rumano (policar y purice) En cuanto al español, del mismo modo que el latín clásico pulex, se transformó en ‘pulga’, lo lógico habría sido que el latín clásico pollex, a través del latín vulgar pollicaris, se transformara en polgar. Y “polgar” de hecho, fue el vocablo corriente en el castellano medieval, hasta bien entrado el siglo XV. Si hoy usamos pulgar en vez de polgar, afirma el gran filólogo médico Navarro (cito) “ello se debe, casi con total seguridad, a un cruce por asociación popular con las pulgas. La mejor prueba de ello es que nadie llama ‘pulgar’ al primer dedo del pie y sí al de la mano, usado desde antiguo para matar al incómodo parásito” (31)

Seguimos adelante con la rodilla, cuya denominación proviene del latin “rota” (rueda), que, en su forma culta derivó a “rótula” y en su forma coloquial a “rodilla”, del latin tardío rotella “rueda pequeña” (32) y convivieron en la Edad Media con el término “genu”, de donde viene “genuflexión”.

Más abajo encontramos al peroné o fíbula, del que nos dice el DMEUS:

m. (Anat.) Hueso largo y delgado de la pierna, detrás de la tibia, con la cual se articula. [lat. renacent. peronē de gr. perónē περόνη per- περαιόω gr. 'cruzar', 'atravesar' + -o- gr. + -n(ē) gr. Leng. base: gr. Antigua reintroducida. Docum. en 1502 en lat. renacent. Docum. en fr. péroné en 1541]. En gr. significa 'pasador', y desde Hipócrates, s. V a.C., 'peroné' ('radio'); cf. peráō περάω 'pasar a través'.

Peroné (del griego περόνη, aunque nos llegó a través del francés pérone), el hueso de la pierna, fue hasta mediados del XIX peroné” (33). Se trata de uno más de los ejemplos de la influencia del francés sobre nuestra fonética, tal el caso de “mamá”, pronunciada exclusivamente como “mama” en español, hasta el cambio ocurrido en el siglo XVIII. Y mama debería pronunciarse, por ser la madre la que tiene las mamas.

En todo caso, es la epífisis distal del peroné la que se prolonga formando el maléolo externo, que va a formar la parte externa del tobillo. En la parte distal del maléolo hay una superficie articular para su articulación con el tarso. Y de esta articulación surge el otro nombre del peroné, como se le denomina en muchos otros idiomas. Dicho nombre es “fíbula”. De hecho es su denominación “oficial en la “Terminología Anatómica Internacional” (34)

Por “fíbula”, palabra proveniente del Latín, fibula (aguja) se conoce todo tipo de piezas metálicas utilizadas en la antigüedad para unir o sujetar alguna de las prendas que componían el vestido, ya que los botones no se desarrollaron hasta muy entrada la Edad Media. Las más comunes tienen una forma parecida a los modernos imperdibles. En el mito de Edipo, su madre, Yocasta, clava una fíbula en los pies de su hijo cuando este es aún un niño, motivo por el cual es llamado "Edipo" (el de los pies hinchados). Posteriormente, él utiliza una fíbula para quitarse la vista. Este nombre es de importancia en la Filología, por cuanto en una “fíbula” es donde se encuentra el testimonio más antiguo del latín (35). Se trata de la Fíbula de Preneste, expuesta en el Museo Nacional Prehistórico Etnográfico ‘Luigi Pigorini’, en Roma. La joya de oro, de 10.7 cm de largo y datada en torno a mediados de siglo VII a. C., presenta, en la parte exterior de la aguja, la inscripción Manios med fhefhaked Numasioi, en latín clásico Manius me fecit

Numerio, es decir, “Manio me hizo para Numerio”, el testimonio más antiguo que ha pervivido de la lengua latina.

Fig 3. Fíbula de Preneste
Fig 3. Fíbula de Preneste

En el pie, encontramos el pie equino, así llamado por la posición que adopta el pie al montar un caballo sin estribos. Es oportuno recordar que el estribo no se conoció en Europa hasta el siglo V, cuando Atila y sus hunos invadieron y arrasaron ese continente, sobre todo, gracias al uso de los estribos, que les brindaban gran estabilidad a la hora de enfrentarse a las caballería de los europeos, cuyos jinetes caían fácilmente de su montura por no disponer de tan importante apero.

Sistema digestivo

Aunque nos llame la atención, el término “Sistema digestivo” (y no “aparato”) es el que oficialmente aparece en la Terminología Anatómica Internacional del Comité Federal sobre la Terminología Anatómica (FCAT) y de las 56 Asociaciones Miembro de la Federación Internacional de Asociaciones de Anatomistas (IFAA). Allí aparece con el registro “A05.8.01.002” el hígado y ya tenemos la primera curiosidad en la lista de la nomenclatura latina porque… ¡el nombre del hígado no aparece en latín, sino en griego! Efectivamente, el nombre que aparece allí designando a tan importante órgano de la anatomía es hepar (36), su denominación en griego antiguo, cuando debería aparecer ficătum, si la fuente fuese el latín vulgar, o [iecur] ficātum, [hígado] alimentado con higos. Quizás este sea el sino del hígado, todo un protagonista de “rarezas” a la hora de hablar de nominaciones. Y es que, si se piensa en una etimología “curiosa”, por fuerza debe destacar la del hígado. Veamos:

El hígado graso, patología muy frecuente en el hombre contemporáneo, es el que da lugar a partir del ganso, del pato y de otras aves, a la delicia gastronómica del foie gras. Pero el producto es mucho más antiguo que Francia y los franceses: ya que era conocido por los atenienses del siglo de Pericles, quienes cebaban a las ocas con higos (sȳkon, en griego) y, como el nombre original del órgano en griego era hepar, lo llamaron hêpar sykōtón (es decir “hígado ahigado”)

Esta délicatesse fue legada a Roma, donde el gourmet Marcus Apicius innovó al introducir la costumbre de sumergir el hígado en un baño de leche con miel para que aumentara de tamaño y mejorara su sabor con nuevas fragancias. El hêpar sykōtón de los griegos se llamó en Roma iecur ficātum (hígado con higos), expresión que con el tiempo pasó a designar el hígado, con higos o sin ellos, de cualquier animal, incluso el del hombre. Algunos siglos más tarde, la palabra iecur se perdió en la oscuridad de los tiempos, mientras que ficātum se siguió usando como nombre del órgano, hasta llegar al asturiano fégadu, al castellano antiguo y portugués figado, al moderno español hígado, y…¡al griego actual συκώτι! (pronunciése sykóti). Coloco entre signos exclamativos este hallazgo, porque quiere decir que el cambio del órgano ocurrió hasta en su lengua originaria. En español está documentado desde finales del siglo XV. Afirma el DMEUS que “su curiosa etimología está documentada en español desde 1250. Es anómala su acentuación en español, probablemente por la tendencia de acentuar como esdrújulos términos cultos” (37). De hecho, podemos agregar que en otras lenguas romances se mantiene con su acentuación original grave o llana (italiano: fegato, o en portugués figado). Pero aquí no queda esto con respecto a tan noble y voluminoso órgano, porque su etimología en inglés y otros idiomas germánicos (inglés: liver; alemán leber; sueco: lever; noruego: leveren) está en relación con la función que se le atribuyó en la antigüedad: la de ser productor de la sangre. Por esta razón se le llamó “liver”, “el que está vivo”, del anglosajón “liver”. Nótese que en alemán “vivir” se dice “leben” e hígado “leber”. De hecho, en la Edad Media el hígado rivalizaba con el corazón como supuestos asientos del amor y de la pasión y de allí la expresión en inglés “lily- livered” (“hígado de lirio”) para definir a una persona “débil o cobarde” (38)

Y así como es de interesante el origen del hígado, lo es el nombre de muchas de sus afecciones y de las entidades nosológicas que genera, tal como el kernícterus, cuyo origen no es griego, sino que es tomado directamente del alemán, de la palabra Kern, que significa ‘hueso’ (de una fruta), ‘pepita’, ‘semilla’, o ‘núcleo’ (39). Lo vemos en el alemán contemporáneo de forma corriente en Kernenergie (energía nuclear), Kernkraftwerk (central nuclear), Kernphysik (física nuclear) y Kernwaffen (armas atómicas) y en Kernikterus —con Ikterus, forma germanizada del latín icterus, este a su vez del griego hipócratico ίκτερος íkteros, ‘ictericia’— para referirse a la impregnación bilirrubínica de los núcleos basales del cerebro y del tronco encefálico en los recién nacidos con hiperbilirrubinemia no conjugada. Pero venimos hablando de niños y otra patología de nombre interesante, el Kwashiorkor, significa “niño retirado”, en una de las lenguas Kwa de la costa de Ghana (40). Niño que es “apartado” porque ha dejado de lactar por el nacimiento de un nuevo hermano. Enfermedad caracterizada por letargia, apatía, irritabilidad y sobre todo, disminución de peso y edema generalizado, con una mortalidad que puede llegar al 60%. Todo por deficiencia de proteínas de alto valor biológico y disminución de la ingesta calórica en general.

Algunas enfermedades carenciales tienen nombres provenientes de lenguas muy lejanas al español. Por ejemplo el beriberi, que proviene del cingalés, singalés o sinhala, la lengua indoeuropea hablada por los cingaleses, el grupo étnico mayoritario de Sri Lanka. Este término significa “no puedo”, aunque otros lo han traducido simplemente como “debilidad”, tal y como lo hace el DMEUS: “beri en cingalés significa debilidad. Está documentado en inglés desde 1703. La duplicación le da intensidad” (41). Posteriormente tenemos el escorbuto, con una etimología tan lejana como que viene del ruso skrobot y esté del vikingo skyrbjugr, de hinchazón (bjugr) dado que pensaban que a los marineros se les inflamaban las encías por tomar leche rancia, de habitual consumo en sus largos viajes (42). Hoy sabemos que surge por la deficiencia de vitamina C. Hablando de vitaminas, la vitamina K fue una de las últimas en descubrirse y lo hizo el danés Carl Peter Dam, quien la aisló en 1939 y la denominó K por koagulation en su idioma natal y recibió el premio Nobel en 1943 por sus hallazgos (43) Veníamos refiriéndonos a la anatomía de la región abdominal y en sus estructuras vasculares nos encontramos con la vena ácigos, procede del griego ἄζυγος, que significa “sin pareja” (44). denominada así por ser única en el abdomen, al contrario de muchas otras que son bilaterales y simétricas. La vena ácigos o ácigos mayor es un tronco venoso que se ubica en la parte derecha del tórax. Junto con la Anatomía, es su hermana la Histología una de las ciencias básicas fundamentales: en estas clases nos enseñaron las células de los diversos tejidos. En la sangre encontramos los “hematíes”, extrañamente, el único sustantivo terminado en -íe que aparece en el Diccionario de la Real Academia Española (45) ¿Interesante, no? Nos vino del francés hématie, y entró en nuestro lenguaje especializado hacia mediados del siglo XIX. Queda así esclarecido el misterio, de porqué en español no hay ningún otro nombre terminado en -íe, pero en francés se cuentan por decenas las palabras terminadas en –ie, de las que presento sólo algunas: analogie, armonie, compagnie, encyclopédie, énergie, géographie, mélancolie, mélodie, philosophie, poésie, théorie; también en el lenguaje médico, por supuesto: allergie, anatomie, cardiologie, cirurgie, épidemie, immunologie, manie, néoplasie, pédiatrie y por supuesto, psiquychiatrie.

Todas las palabras francesas del párrafo anterior tienen género femenino y en su paso al español cambian su terminación a -ia o -ía. ¿Cómo puede ser que “hematíe” pasara al español como masculino y sin cambio de la terminación? Es posible que quien primero usara la palabra en español —ya fuera médico, traductor o ambas cosas—, allá por el siglo XIX, fuese poco ducho en filología comparada. Con unas mínimas nociones de neología, lo lógico hubiese sido acuñar en español un sustantivo femenino como “hematía” (en adaptación directa desde el francés) o “hemacia” (a través del latín). Así lo han hecho nuestros vecinos, pues el hematíe se llama hemácia en portugués y emazia en italiano.

Hematoxilina-eosina:

El método de coloración más utilizado en histología es la tinción con hematoxilina (que tiñe las estructuras basófilas en tonos morados o violáceos) y eosina (que tiñe las estructuras acidófilas de color rosado). La etimología de la sonrosada eosina tiene su interés: tomó su nombre de la diosa del alba en la mitología griega, Eos, quien con sus sonrosados dedos descorría cada mañana el negro manto de la noche y anunciaba la inminente venida de su hermano Helios. Aurora rododactyla le decían al alba. Menos sublime es el origen del nombre “hematoxilina”, que es muy campechano. Campechano en el sentido más literal de la palabra, puesto que la hematoxilina proviene directamente de Campeche, en la península de Yucatán, México. Tal parece que los nacidos en Campeche siempre han destacado por su cordialidad y trato afable.

De allí que en nuestra lengua llamemos «campechanos» a quienes se comportan con llaneza, amabilidad y desenfado, tal y como lo explica Gómez de Silva al referirse al término campechano: “franco; dispuesto a la diversión, alegre, festivo” (46) Pues de Campeche es el así llamado “palo de Campeche” o “palo tinta”, árbol de hasta 6 metros de alto, utilizado desde antiguo como materia prima para un tinte rojo como la sangre, que se obtenía por decocción de su madera y se utilizaba para teñir vestidos. Cuando, en el siglo XVIII, Carlos Linneo tuvo que acuñar un nombre científico para el palo de Campeche, lo llamó «sangre de madera», en griego (hemato, sangre; y xylon, madera) Haematoxylum campechianum en su versión latina, de allí el nombre de hematoxilina. El primero en utilizar la hematoxilina como colorante histológico fue, hacia 1880, el anatomista alemán Wilhelm Waldeyer, todavía hoy recordado por su descripción del anillo linfático de Waldeyer y por haber acuñado dos términos de enorme importancia en la medicina moderna: ‘neurona’ y ‘cromosoma’.

Y ya que de neuronas hablamos, es válido aproximarnos al origen de dendrita, estructura ramificada de aspecto arborescente, porque su nombre proviene del griego dendros, que significa “árbol” (47) Salimos de la clase de Histología y nos dirigimos al aula de Bioquímica. Aquí nos encontramos con otra situación en extremo llamativa, y es que a pesar de que la palabra más larga que aparece en el DLE es del ámbito de la medicina: “electroencefalografista” (48), realmente palidece delante de las verdaderas palabras más largas de nuestro idioma y de cualquier otro, que no son otras que las referidas a las moléculas cuyos nombres se generan por el uso de las normas de la Unión Internacional de Química

Pura y Aplicada (IUPAC). Tomemos, por ejemplo, a la muy útil “ceftriaxona” y nos encontramos con que su nombre real es el de ácido (6R,7R,Z)-7-(2-(2-amino-4-tiazolil)-2- (metoximino)actamido)-3-(((6-hidroxi-2-metil-5-oxo-2,5-dihidro-1,2,4-triacín-3-il)tio)metil)-8- oxo-5-tia-1-aza-biciclo[4.2.0]octo-2-eno-2-carboxílico.   Hasta   ahora el récord es  para la proteína titina (o conectina), cuya fórmula empírica es:

C169723 H270464 N45688 O52243 S912

Su nombre químico completo en inglés empieza por methionyl y termina por isoleucine, alcanzando la impresionante cifra de 189.819 letras (49). De hecho, ¡para leerlo en voz alta hacen falta más de tres horas y media! (puede comprobarse en un video de YouTube) (50) También en este campo de la bioquímica y hablando de elementos, llama la atención el símbolo del mercurio (Hg). ¿A cuántos de nosotros nos explicaron esta historia tan interesante? En el siglo XV, los alquimistas asociaron los siete metales principales a los siete cuerpos celestiales, el oro con el Sol; la plata, con la Luna; el cobre, con Venus; el hierro, con Marte; el estaño, con Júpiter; el plomo, con Saturno, y el azogue, con Mercurio. Por eso se llama hoy mercurio al azogue (del árabe az-za’uq). Es un metal blanco y brillante como la plata, pero con una característica muy llamativa: durante mucho tiempo se pensó que era el único metal líquido a temperatura ambiente (posteriormente se sumaron el galio, el cesio y el francio, este último, el último elemento que se encontró en la naturaleza, los demás son artificiales.) Desde la antigüedad, los romanos tenían dos palabras para el mercurio: Al metal nativo lo llamaban argentum vivum (plata viva); expresión que ya no se conserva en castellano, pero sí en varios idiomas germánicos, como el inglés (quicksilver) y el alemán (queksilber). Para el elemento elaborado a partir del cinabrio (HGS) los romanos utilizaban el término hydrargyrum (plata líquida), que habían tomado del griego ὕδωρ (hýdor, agua) y άργυρος (árgyros, plata). Y es de esta plata líquida (hydrargyrum) de donde deriva el símbolo químico del mercurio, Hg, validado internacionalmente (51)

Al pasar al área de la Farmacología, hallamos un término tan llamativo como veneno, del que podemos decir lo siguiente: es bien conocida la existencia prehistórica de una lengua indoeuropea común. Lo que se refleja en diversidad de raíces comunes a idiomas de diversas familias europeas. Entre ellas tenemos a la raíz van o wan, que indica deseo, la que podemos ubicar sin dificultad en el inglés to want (querer, desear algo) como en el sánscrito vánati (él desea). En latín adoptó la forma ven, apreciable en Venus, diosa romana del deseo carnal, y también en el nombre venenum otorgado por los romanos a los filtros amorosos. Quién sabe qué elementos entrarían en su formación, porque es posible que muchos apasionados amantes murieran al tomar algunos de estos menjunjes para que el latín venenum diera lugar a “veneno” en nuestra lengua. ¡Un punto de partida muy romántico para voces tan tétricas como venenoso, envenenar, envenenador y envenenamiento! (52)

Ya en tercer año comienzan las “Clínicas” y desde el primer día nos asignan una “cama” (acotando que siempre deberíamos hablar de pacientes y nunca de camas, pero con ligereza, es la expresión que se escucha en los pasillos de nuestros hospitales). Y el término surge nuevamente del griego, quienes a partir del verbo klínein (inclinar, apoyar, acostar), llamaban klíne a la cama o lecho que usamos para dormir. En consecuencia, nada más lógico para nuestros antepasados de la Grecia clásica que llamar kliniké téchne al arte médica que prescribía reglas para la curación de los enfermos encamados, y klinikós iatrós, al médico que iba a visitar a los enfermos a la cabecera del lecho.

Posteriormente se aplicó en latín el calificativo de clinicus a la enseñanza práctica junto a la cabecera del enfermo, para diferenciarla de las clases y diálogos meramente teóricos de la enseñanza universitaria de la época.

A través del francés, esta acepción ha pasado a todos los idiomas modernos. De ahí que en español llamemos clínica a la enseñanza práctica de la medicina; hospitales clínicos, a los hospitales universitarios donde se impartía esta enseñanza, y médicos clínicos —en su sentido tradicional— a los que desempeñan labores docentes. Pero no en todos los idiomas ha evolucionado de forma semejante esta palabra. En alemán moderno, por ejemplo, llaman Klinikum al hospital universitario y Klinik a cualquier hospital, mientras que en muchos países de habla hispana llamamos clínicas a los hospitales privados. En cuanto al inglés, curiosamente se da el nombre de clinic a los consultorios o ambulatorios, adonde acuden precisamente los pacientes que no guardan cama. También del inglés nos llega con fuerza el uso del adjetivo clínico para hacer referencia al ejercicio práctico de la medicina en contacto con los pacientes, a fin de distinguirlo de las actividades docentes y otras profesiones médicas (anatomopatólogos, analistas, radiólogos, investigadores, etc.). Así, hoy se aplica dicho adjetivo a todo lo que tiene que ver con los pacientes en su sentido más amplio: ojo clínico, caso clínico, análisis clínicos, cuadro clínico, farmacología clínica, ensayo clínico. Pero cabe en este punto una observación: si el étimo de “clínico (a)” es el kline de “cama” en griego ¿Por qué usamos el lexema “cama” en castellano? Justamente, es uno de los términos que distinguía el latín de Hispania del de otras zonas del Imperio Romano. Afirmaba San Jerónimo: “el latín cambia todos los días según las regiones y las circunstancias” (53). Y viene en nuestra ayuda San Isidoro de Sevilla, quien en su Etymologia afirmaba dormimos en camas (dormimus in camis), e inmediatamente agrega una nota aclaratoria donde afirma que se trata de “nuestros lechos” (id est in stratis nostris). En otra parte señala: “la cama es pequeña y cercana al suelo (cama est brevis et circa terram) (54) Dentro de las así llamadas “Clínicas Madre”, tenemos la Clínica Médica (Medicina Interna), la Clínica Quirúrgica (Cirugía), la Clínica Obstétrica y la Clínica Pediátrica. En cada una de ellas existe multiplicidad de curiosidades lingüísticas, de las que reseñaré solo algunas.

Dentro de las especialidades médicas, nos encontramos con el llamativo caso de la Neumonología, la única cuyo nombre está en discusión desde su origen. En muchos idiomas y países se la conoce como Neumología, Pulmonología, Medicina Respiratoria y aún Tisiología De hecho, en nuestro idioma solamente se le conoce como Neumonología, en Argentina y en Venezuela, utilizándose el nombre de Neumología en los demás países de habla hispánica. En inglés la confusión es mayor, dado que tiene muchos otros nombres. Tal galimatías mereció editorial de la muy autorizada revista Chest, por parte de un equipo griego conformado por una lingüista, un neumonólogo clínico y un profesor de Neumonología. Al respecto, se pronuncian de la siguiente manera:

The variety of and confusion over the name of the specialty called pneumonology, names which range from pneumology, lungology, respirology, thoracic medicine, and pulmology to the correct term, pneumonology, prompted us to study the etymology of the words pneumonology and pneumology and to examine which term is more appropriate and etymologically correct in relation to other relevant terms

(55) (La variedad y confusión acerca del nombre de la especialidad llamada Neumonología, nombres que van desde pneumología, pulmonología, respirología, medicina torácica y pulmología, hasta el término correcto Neumonología, nos han impulsado a estudiar la etimología de las palabras Neumonología y Neumología y a examinar cuál término es más apropiado y etimológicamente correcto en relación con otros términos relevantes)

Y determinan: In conclusion, the main medical term of Greek origin, pneumonologia, and its derivatives have to be translated into pneumonology and not pneumology in English, because we speak about the lungs and whatever belongs to this specialty that concerns the lungs, and we do not speak about the air, even though the lungs are filled with air (56)

(En conclusión, el término médico principal de origen griego, Pneumonología, y sus derivados, deben ser traducidos como Neumonología y no como neumología en inglés, porque hablamos acerca de los pulmones y de cualquier cosa que pertenezca a esta especialidad relativa a los pulmones, y no estamos hablando del aire, a pesar de que el aire llene los pulmones).

Es de total interés agregar que la Sociedad Venezolana de Neumonología Clínica envió en su momento la consulta sobre esta controversia a la Real Academia Española y la respuesta fue muy clara: el término correcto es Neumonología (Comunicación personal del Dr. José Ramón García, Docente de Neumonología, HUC/UCV) (57) En francés coinciden los dos términos, con preferencia de pneumologie. Sin embargo, hasta tal punto es real la coexistencia de ambos términos, que hay revistas de la especialidad con cada uno de estos nombres, como vemos en las referencias bibliográficas de un trabajo científico seleccionado al azar en una revisión en la web: Le dosage de l'éthambutol pour le traitement des enfants: revue de la littérature et recommandations PR Donald, D Maher, KS Maritz, S Qazi. Int J Tuberc Lung Dis 2006; 10(12): 1318-1330 (58) Artículo que utiliza, entre otras, las siguientes referencias: Pneumonologie 1971; 145: 392-396 y Pneumologie 1973;149: 31-38.

Como otra curiosidad, en polaco es Neumonología, como puede verse en el siguiente enlace: Trzecia Polsko-Francuska Konferencja Pneumonologów, Warszawa, 24–25 października 2008. Third Polish-French Pneumonological Conference, Warsaw, 24–25 October 2008. Pneumonol. Alergol. Pol. 2009; 77: 211–220 Joanna Domagała-Kulawik, Tadeusz M. Zielonka Warszawski Uniwersytet Medyczny (59)

En el ámbito de la Medicina Interna tenemos enfermedades complejas como el Lupus Eritematoso Sistémico, cuya etimología es muy llamativa: en el siglo XIII, los médicos “dieron en llamar ‘lupus’ a toda úlcera cutánea de carácter crónico, que iba devorando rápidamente los tejidos circundantes, como si de un lobo hambriento se tratara” (60). En 1800 Robert Willan diferencia al lupus de otras enfermedades de la piel y llama lupus vulgaris a la forma crónica para entonces más común, hoy conocida como lupus vulgar o lupus tuberculoso, forma de TB cutánea. En 1851, Alhée Cazenave describe el lupus eritematoso, hoy llamado discoide, para diferenciarlo del, ahora sí, lupus eritematoso sistémico, de ninguna manera vinculado a todos los anteriores, pero al que se hace referencia corrientemente hoy día cuando hablamos de lupus a secas o cuando usamos el adjetivo lúpico para referirnos a sus complicaciones. Claro que es interesante todo este periplo hasta llegar a la denominación actual de esta enfermedad autoinmune, así como lo es saber que en la Antigua Roma se llamaba en el lenguaje culto meretrix (“la que se lo merece” por ganarse la vida por sí misma) a una prostituta, y a la vez lupa (loba), como nuestra zorra en castellano, en el lenguaje coloquial. ¿Y dónde se reunían estas lobas “devoradoras” de jóvenes y de los ya no tanto? Exactamente, en el lupanar. Es bueno saberlo, porque en ese sitio se puede contraer la infección por VIH u otras ETS, pero nunca el Lupus Eritematoso Sistémico.

Otra subespecialidad de la Medicina Interna es la Infectología:

Como un pequeño homenaje a mis grandes amigos infectólogos y a la querida Sociedad Venezolana de Infectología, de la cual soy Miembro Honorario en reconocimiento a los ya 25 años de trabajo con los pacientes que conviven con el VIH (Deus cum eis erit eorum semper) me referiré ahora a la llamativa historia del Sarcoma de Kaposi: Moriz Kohn (1837-1902) nació en Kaposvár, ciudad a orillas del río Kapos, y se le considera, junto a su maestro Ferdinand von Hebra, como uno de los dos padres de la dermatología moderna. En 1871 decidió cambiar su apellido familiar judío y “magiarizarlo” (“hungarizarlo”) a Kaposi, en homenaje a su pueblo natal. Extraordinario clínico, a Moriz Kaposi debemos la descripción original de importantes dermatosis como el lupus eritematoso diseminado, la xerodermia pigmentaria y la foliculitis esclerosante de la nuca, entre otras muchas. Se dice que era muy vanidoso y dado a sumar el calificativo latino mihi (en el sentido de mío o descrito por mí) a las enfermedades que iba describiendo, por ejemplo, xeroderma pigmentosum mihi. Luego, claro, alguno de sus epígonos en cualquier lugar del mundo se encargaba de sustituir el mihi por el apellido del descubridor, y así hoy hablamos de la erupción variceliforme de Kaposi o, muy especialmente, seguimos llamando sarcoma de Kaposi al sarcoma múltiple pigmentado (61) una enfermedad de muy escasa prevalencia hasta el año 1981, pues solo afecta a enfermos inmunodeprimidos. Exactamente, ese año se constató la aparición de un número inusitado de casos de sarcoma de Kaposi entre pacientes homosexuales californianos con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida o SIDA, descrito en el muy famoso artículo de MMWR (Morbidity and Mortality Weekly Report) del 5 de junio de 1981, informe semanal de morbilidad y mortalidad, publicado por el CDC (Center for Disease Control) de Atlanta, en la página 2, de volumen 30, fascículo 21 (62) número histórico por haber sido el primer artículo en hablar de esta enfermedad, en cinco pacientes varones homosexuales de Los Angeles, que habian sido diagnosticados con neumonía por Pneumocystis carinii (hoy P. jirovecii)

Dentro del campo de la Dermatología, tenemos la interesante historia de la Alopecia: El nombre científico del zorro común es Vulpes vulpes, mientras que el del zorro polar, zorro blanco o zorro de las nieves es Alopex lagopus. Luego, a la zorra en latín, se le llamaba vulpes, y en griego, alopex. Derivado directamente de este último vocablo, en griego clásico encontramos ya ἀλωπεκία (alopekía), referido a la caída anormal del cabello, en los textos de Dioscórides, en el siglo I de la era cristiana. Y de ahí pasó a “alopecia” tanto en latín como en castellano medieval. El zorro muda su pelaje dos veces al año (en otoño lo incrementa, para protegerse del frío invernal y en primavera se desprende de ese grueso pelaje) En épocas de cambio de pelo puede presentar amplias zonas de calvicie. Al menos esa era ya la explicación que daban los médicos en 1481, como puede comprobarse en la versión española del Compendio de Cirugía de Guido Lanfranc de Milán (c. 1250-1306): “Alopix en griego, es zorra en latín; pues por cuanto a las zorras en un tiempo del año acaesce pelarse, por ende el caimiento de los cabellos es nombrado alopicia” (63)

Abandonemos el campo de la Clínica Médica y adentrémonos en otra clínica madre, la Obstetricia:

De gran interés el nombre mismo de esta especialidad, dado que viene del latín ob- stare que quiere decir “ponerse enfrente”, el mismo origen del verbo “obstar”, del sustantivo “obstáculo”, o de “obstante”. Pero en este caso, con un fin completamente contrario. Podemos especular que el parto, en épocas prehistóricas, ocurría de forma solitaria, con la mujer en cuclillas, para que se le facilitara pujar. En caso de presentarse alguna complicación y hacerse el parto difícil, la mujer suplicaría ayuda a alguna otra con experiencia para que la asistiera. Esa fue la primera “obstetra” que haya existido. Y es que esta especialidad siempre fue de mujeres, llamadas en Roma “obstetrix” (64). De hecho, está consignado que, en 1522, en Hamburgo, el Dr. Wertt, reconocido médico del momento, para saciar su curiosidad sobre el acto del parto, se disfrazó de mujer para tratar de asistir uno. ¡Fue descubierto y quemado en la hoguera, por violar una profesión reservada al sexo femenino! (65) (http://www.erroreshistoricos.com/ipor-que/271- comadrona.html)

En Ginecología aprecio de interés algunos datos “anátomo-lingüísticos”, y es que la anatomía del aparato genital femenino nos deja perlas como el “hocico de tenca”: descripción utilizada para la porción vaginal del cuello uterino (“…esta extremidad (del útero) es la que algunos comparan al hocico de la tenca”) (66). Aunque sería una rareza que algún médico vea en su vida una tenca, no digamos ya su hocico, es conveniente saber que se trata de un pez (Tinca tinca) dulceacuícola situado taxonómicamente en el orden Cypriniformes y en la familia Cyprinidae, siendo la única especie del género Tinca.

También tenemos las carúnculas mirtiformes, de valor en Medicina Forense, restos del himen en mujeres que ya han parido. Pero ¿De qué tienen forma exactamente? Deben ser muy pocos los médicos que puedan asociar el adjetivo ‘mirtiforme’ al mirto, arrayán o murta (Myrtus communis) planta de la familia de las Myrtaceae, nativa del sudeste de Europa y del norte de África, y mucho menos a sus hojas (67). Sin embargo, así se seguirá utilizando el término, sin demasiados escrúpulos lingüísticos. Sumemos salpinx, relativo a las Trompas de Falopio y que significa “trompeta” ([salping- σάλπιγ-ξ/-γος gr. 'trompeta' gr. cient. 'trompa de Eustaquio' o 'trompa de Falopio']. Neol. s. XIX (68).

En Oftalmología utilizamos términos de la forma más ligera y no reparamos en sus orígenes: presbicia a partir del sufijo presby (viejo), estrabismo a partir del prefijo “strab” (bizco), glaucoma a partir de glaukós, 'verde azulado'; y el griego -ma, 'resultado de un proceso'. Pero también tenemos la extraña palabra madarosis, término poco conocido, pero que describe una realidad muy frecuente: la caída de las pestañas, del griego madaro (calvo) más osis (proceso patologico) (69). Hablar del glaucoma nos sirve de pretexto para adentrarnos en un mundo de posibilidades con los colores en Medicina, desde la amaurosis, de mauros (oscuro) y por tanto señala la oscuridad al perder la visión, hasta el color pardo, de raíz “pheo” en griego y de allí el “feocromocitoma”, tumor muy agresivo, pero no necesariamente más “feo” que otros, pasando por las diversas raíces del amarillo, la más importante derivada del diminutivo de amarus (amargo), por ser el color de la bilis y quedar asociado para siempre a sus tonalidades amarillentas (amarellus). Pero también tenemos lúteo, ícteros, xanthos y flav, y todos significan amarillo, generando cuerpo lúteo, xantinas, ictericia y flavonoides. El latín baudium (rojizo, oscuro) en nuestro idioma pasó a significar la víscera bazo, documentado desde 1250 (70), aunque Cobarruvias hable del color baca (la que tiene el baco, entre pardillo y negro) (71)

En Traumatología tenemos al “esguince”: de amplio uso en dicha especialidad, en Medicina Deportiva y en el lenguaje coloquial para designar la torcedura o distensión violenta de una articulación, con lesión de un ligamento por acción de palanca (y el consiguiente dolor, tumefacción e impotencia funcional), pero sin llegar a producir luxación. Lo que pocos médicos conocen es que esta palabra deriva del latín exquintiare (literalmente, “partir en cinco pedazos”) (72), que ya los romanos utilizaron en un sentido más amplio, con el significado de rasgar o desgarrar, aunque no fuera exactamente en cinco trozos. Dado que el esguince cursa en ocasiones con desgarro o rotura de los ligamentos o fibras musculares próximos a la articulación afecta, es fácil comprender el paso de este término latino al lenguaje médico, probablemente a través del latín vulgar esquintiar, llegando al castellano a través del catalán. No yerran, pues, sino que más bien reviven la forma etimológica arcaica, los pacientes de escaso nivel formativo que llaman “esquince” al esguince, ¡aunque no se vean por ninguna parte “quince” fragmentos de la estructura anatómica en cuestión!

Podemos avanzar en nuestro recuento de “curiosidades” refiriéndonos a nuestros primos, los Médicos Veterinarios y la interesante historia del nombre de su profesión, la Medicina Veterinaria. Basado nuevamente en el colega y filólogo Navarro (73), tenemos que esta disciplina está directamente emparentada con el latín vetus, ‘viejo’. Pero no porque se trate de una disciplina vetusta o antigua, sino a partir del nombre que daban en la milicia a los efectivos que habían cumplido el tiempo estipulado de servicio y estaban ya viejos: veteranus en el caso de los legionarios, veterinus en el caso de los caballos. Del mismo modo que los veteranos o soldados viejos no son útiles para el servicio de las armas, tampoco el caballo viejo o veterinus servía para luchar en los campos de batalla, por lo que se le destinaba a la carga de material.

Dado que para bestias de carga se escogía a los animales más viejos, el plural femenino veterinae y el plural neutro veterina pasaron a utilizarse en latín como sinónimo de “animal de carga”. Y como los animales viejos suelen enfermar con más frecuencia que los jóvenes, el encargado de la salud de las bestias de carga recibió el nombre de veterinarius (veterinario). Esta designación sustituyó con éxito a las que habían venido utilizándose hasta entonces, como el mulomedicus latino (“médico de los mulos”) o el hipiatra griego (“médico de los caballos”) nombres estos que colocan de relieve la enorme importancia que los equinos tuvieron en los orígenes de la ciencia veterinaria, derivada del sitial que tenían en la vida cotidiana.

Como hemos revisado, los vínculos de la Lingüística con la Medicina son casi infinitos, tan complejos y antiguos como la Medicina misma. He querido rescatar algunos y señalarlos aquí, porque al tener la razón etimológica de una palabra, se tiene también la clave de la idea que la palabra encierra. Pero también los he seleccionado por sus características llamativas, por su historia apasionante, por su utilidad para comprender mejor el hecho anatómico, fisiológico, farmacológico o clínico, o simplemente por su belleza. Es mi deseo que este opúsculo cumpla con las expectativas de la ilustre Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina al momento de mi ingreso a su seno como Individuo de Número en el Sillón XL.

Como afirmó el gran maestro Sebastián de Covarrubias y Orozco en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611): “Si se hubieran conservado los nombres que Adán puso a las cosas, sabríamos sus esencias, cualidades y propiedades; ya que esto no nos consta, es cierto que los nombres que ponemos a las cosas les vienen a cuadrar por alguna razón” (73). Que la búsqueda de esa razón sea estímulo para otros colegas y para mí mismo en la muy útil y necesaria investigación sobre el origen y evolución de nuestro hermoso instrumento de trabajo y seña de identidad: el lenguaje médico.

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