Médico, patólogo, botánico, químico, humanista, educador, organizador, legislador, estadista, orador, ciudadano, magistrado: todo ello fue en grado sumo el Doctor José María Vargas. Su vida planísima, compacta, en la que no hubo grietas ni vacíos, es como una densa selva tropical en gran parte aún inexplorada. La principal tarea de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina ha de ser penetrar en su espesura e iluminar los parajes donde todavía haya sombra. Si conocemos ya bastante de su actuación política, de su obra científica y educativa, poco sabemos del hombre de hogar de sus afectos, de su trato con los familiares, con los enfermos, con los amigos, con los discípulos. Sus escritos científicos o políticos son áridos, concretos, precisos – como debían serlo; las pocas cartas íntimas que de él conocemos no contienen exageradas expresiones de cariño o de amistad. En la Cátedra, para con los alumnos, la tradición lo pinta afable, pulcro, de grata locución sin estridores; a la cabecera del enfermo era compasivo, comprensivo, de gran generosidad. En el cumplimiento del deber llegó hasta jugarse majestuosamente la vida; en el ministerio de la profesión excedióse en ocasiones trágicas como en aquella tarde del terremoto de 1812, en sus años juveniles en La Guaira, su pueblo natal. La ciudad había sido arrasada por el seísmo; apenas quedaban en pie dos casas; de los escombros fue Vargas el único médico que salió con vida,,,, “El ciudadano José María Vargas – dice solemnemente la Municipalidad, reunida en el muelle, pues no había techos – acudiendo desde la misma hora del desgraciado acontecimiento a sacar de entre las ruinas los heridos y moribundos, cargando muertos en compañía de sus hermanos, y día y noche socorriendo con medicamentos y continua asistencia a cuantos heridos y contusos encontraba, salvando la vida a muchos infelices y estableciendo un hospital en la misma plaza….. Tan distinguidos servicios hacen al Doctor Vargas acreedor a la gratitud de la humanidad…….” Declara la Municipalidad. Así mismo, veinte y cuatro años más tarde, en el cenit de la brillante trayectoria de su vida, el Congreso Nacional, al aceptar por fin su insistente renuncia de la Presidencia de la República, “confirma el renombre de Magnánimo que la opinión os consagró”, y declara que Vargas “después de haber ofrecido su existencia a la Patria en momentos solemnes, le había consagrado sin reserva su corazón todo venezolano”
Más, no prosigamos historiando episodios de su singular abnegación, de la natural simplicidad, de la majestad con que bajaba del solio de la Primera Magistratura para, desde el siguiente día, volver de lleno a la Ciencia, a la Medicina, a la Cátedra, a la clientela, y a asumir cargos para los que solicitábase el concurso de su experiencia y de su sabiduría: tales rasgos de su excelsa vida pública son hoy clásicos y no requieren nuevas exposiciones ni mayores esclarecimientos.
Con motivos de unas cartas autógrafas del discípulo y algunas notas y comentarios del maestro, que poseemos desde hace cincuenta años, nos limitaremos en este precipitado esbozo biográfico a levantar una orla del velo que cubre la faz humana del maestro en su trato con los discípulos. Dichas cartas, que han debido de ser numerosas, no son en verdad misivas afectuosas: son envíos estrictamente científicos de piezas anatómicas extraídas de cadáveres autopsiados en el Hospital Militar. Sin embargo, en la misma aridez de las comunicaciones se entrevé la fe del discípulo en la ciencia del maestro, y a sinceridad de su adhesión. Las cuatro cartas inéditas que ahora publicamos, de Eliseo Acosta a José Vargas, así como los comentarios de éste, son observaciones científicas que el discípulo presenta al maestro y que éste analiza. Síguense muy de cerca en los meses de setiembre, noviembre y diciembre de 1847, año en que Acosta obtuvo, tras rígido examen, como entonces se exigía, el título de Cirujano. Del comienzo de ese año – enero 29 – es también la nota autógrafa de Vargas sobre la extirpación por Acosta de “un tumor enquistado situado en el borde inferior de la escápula izquierda”. Ese año de 1847 fue, pues, de estrecha y continua colaboración científica del maestro y el discípulo; faltan por desgracia las observaciones y notas que han debido de llenar los meses intermedios de febrero a setiembre – papeles extraviados como gran parte de los manuscritos del sabio.
Setiembre 15 de 1847.
Muy apreciado Sr Dr. Vargas: envío a Ud. Un frasco conteniendo el corazón con depósito canceroso al extremo del ventrículo derecho, en el surco aurículo-ventricular; un pedazo de la gran masa encefaloidea que había en el mesenterio y que es igual a la misma sustancia depositada en el corazón, un pedazo del estómago en que se ve una úlcera y un pedazo del íleon también ulcerado y que estaba adherido a la pared del vientre, cerca de la vejiga. El paciente era como de 35 años de edad, muy pálido: murió con síntomas de peritonitis, después de haber presentado los de la enteritis. Su pulso era miserable, su postración extrema. Durante la vida se percibía el tumor del mesenterio, cuya naturaleza ignoraba.
Su muy fiel amigo
E. Acosta.
Sr. Dr. José Vargas.
Noviembre, 17 de 1847.
Muy apreciado Sr. Dr. Vargas: deseando mucho que Ud. examine y recete una de mis enfermas que padece en mi concepto de una enfermedad renal, le suplico se sirva decirme cuándo le permitirán sus quehaceres hacerme este favor. La paciente es la señora Montes de Oca, que vive en la calle de San Juan, tres casas antes de llegar a la en que yo vivía. Yo querría acompañar a Ud. en la visita
Envía a Ud. los riñones de un hombre inspeccionado hoy en el hospital. Me parece que dan una idea exacta de la enfermedad de Bright en el 3ª grado o esta descrito por A. T. Rayer; más voluminosos y pesados, algo lobulados por depresiones lineares, de color variegado en la superficie, de cápsula bastante adherida de modo que se trae en algunos puntos la sustancia cortical, estado anémico muy marcado, de la sustancia cortical, haciendo contraste con el subido color de la porción tubulada y amamelonada; bastante espesor de la capa de sustancia cortical particularmente de algunos de los tabiques o apéndices que van entre los conos de sustancias radiada.
La orina tenía todos los caracteres de la albuminosa; escasa en cantidad, de color algo oscura, casi sin olor amoniacal, de gravedad específica baja, reacción neutra, muy cargada de albúmina. El individuo tenía diarrea notablemente pálida como agua de maíz espesa, muy espumosa sin retortijones. La extremidad inferior derecha era la única parte del cuerpo edematosa y dolorida un tanto. El paciente estaba notablemente hundido por muchos días antes de la muerte. Su cabeza despejada hasta pocas horas antes del término fatal. Fue de notarse la sequedad de su lengua, que durante algunos días le impidió hablar con libertad.
Va también en el frasco un pedazo de hígado, que creo es el primer estado de la cirrosis (el individuo abusaba d los espirituosos) y un pedazo de bazo que me parece completamente normal. Había una gran cantidad de bilis en la vejiguilla, y su color era verde atezado como el de ciertos cocuyes. El estómago tenía la mucosa bastante reblandecida en ciertos lugares, y una gran mancha de inyección hacia la gran tuberosidad. El tubo intestinal presentaba una multitud de pequeñas úlceras como aphtosas en la porción delgada, y evidentemente eran estas ulceritas aisladas. Las placas de Peyer muy poco alteradas.
Los pulmones buenos, excepto adhesiones antiguas, y cierto grado de enfisema vesicular del derecho. El corazón ofrecía de anormal la extrema delgadez de las paredes del ventrículo derecho sin dilatación y el color de la carne ya algo podrida y muy lacerable (la autopsia se hizo antes de las 24 horas de la muerte).
El edema del extremo inferior derecho quedó bien explicado por el estado de las venas de dicho extremo, que estaban llenas de coágulos muy negros y que aventaban las válvulas, sobre todo desde la entrada de la femoral en la pelvis – la membrana interna estaba bastante roja y en algunos puntos más espesa y con los coágulos de sangre muy adheridos a ella – la arteria principal del miembro estaba buena, excepto enfrente del espacio poplíteo en que ofrecía algunos puntos opacos parecidos al depósito de materia ateromatosa; es de advertir que en este punto la vena estaba más alterada que en las otras. La vaina de ambos vasos estaba muy adherida a ellos y rodeada de una sustancia celular bies rosada.
Dispense Ud. esta descripción tan poco arreglada por ser hecha de prisa; y créame su fiel amigo y discípulo.
E. Acosta
Sábado en la noche.
Diciembre, 11 de 1847.
Muy apreciado Sr. Dr. Vargas;
Envío a Ud. un frasco conteniendo la médula de un moreno joven, que murió ayer en el hospital al 7ª día de un tétano traumático, y cuyo cadáver fue inspeccionado hoy. La médula fue separada arriba a la raíz de la tuberosidad anular. Observará Ud su gran vascularidad y en la cola de caballo en que tiene color de rosa principalmente en la región anterior, y entre algunos puntos reblandecidos, uno muy notable hacia el fin de la región cervical, en donde se removió la pulpa nerviosa con un hilo de agua. También presentaba aquí la sustancia medular reblandecida un color amarillento. La arachnoidea que cubre la dura máter y que está bastante roja, adhería en algunos puntos de la región cervical y aspecto anterior a la misma serosa que cubre el cordón.
Es de notarse la magnitud de algunos de los ganglios que forman los nervios de la cola de caballo. El cerebelo estaba notablemente blando lo mismo que la tuberosidad anular, el cerebro también lo estaba en algunas partes, y los senos así como las venas que serpean en la sustancia nerviosa muy inyectada de sangre negra y a veces coagulada como en el seno longitudinal y vena basilar. ¿Serán todas estas alteraciones de los centros nerviosos el resultado de la asphixia en que murió el individuo? El corazón estaba hinchado de sangre muy carbonizada, y el pericardio contenía líquido sanguinolento de color oscuro no coagulado en parte alguna. Los pulmones estaban armados por una fuerte inyección de la misma especie de sangre de modo que apenas crepitaban. El hígado estaba de color lívido negruzco, lo mismo el bazo y riñones; y es de notarse que mientras estas últimas vísceras conservaban su consistencia normal, el corazón y otras texturas musculares (los músculos de las goteras vertebrales) estaban más lacerables o menos elásticos
De Ud. su muy leal amigo.
E. Acosta.
Diciembre, 11 de 1847.
Vá también un frasquito conteniendo el tallo y glándula pituitaria con su serosa y pía máter por su Ud. quisiere verificar la existencia d este plexo nervioso y de carácter gangliónico que el Poluco cree constituir ese apéndice del cerebro. Por mi parte yo no he podido divisar sino filamentos celulares de la arachnoidea con un aumento como de cinco diámetros
A.
.Comentario del Dr. Vargas,
“Creo que el tétanos tiene por causa la inflamación de la médula especialmente en los cordones anteriores de la sup. Motriz,
El reblandecimiento es correlativo con la inyección vascular. El estado inyectado de las vísceras abdominales y torácicas son efecto de la asfixia y ésta, del tétanos.
Lo misterioso es comprender como una punción ligera trae tamaña inflamación en la médula. Tal vez pueda explicarse por la conductibilidad de los fluidos imponderables por delgadísimos conductores”
Viernes. Diciembre 31 de 1847
Muy apreciado Sr. Dr. Vargas:
Envío a Ud., los riñones de un hombre como de 45 años, que murió esta madrugada en el hospital, y que fue inspeccionado hoy a las 2 de la tarde.
Ambos riñones como Ud. notará, son bastante voluminosos y presentan en exemplificados los dos primeros grados de la enfermedad de Bright . la hiperemia del derecho, la hipertrofia, pero con anemia o más bien palidez por el depósito de materia albuminoidea el izquierdo. - Ambos presentan principalmente hacia el medio de la periferia, una notable confusión entre la sustancia cortical y la tubular; avanzándose aquella mucho hacia los cálices. La orina escasa también albuminosa. El paciente era entregado a la crápula y vida licenciosa bajo otros respectos tenia tubérculos y cavernas en los pulmones. Diarrea, - el hígado, aunque muy blando y abundante en granulaciones amarillas no parecía sin embargo muy alterado bajo otros respectos. El bazo era muy difluo y negruzco, el corazón bueno, la aorta torácica tenía una gran placa calcárea, y varios puntos coarrugados, blanduchos en que el endocardio se separaba con facilidad, las válvulas aórticas bastante rojas, y no de otro modo alteradas.
Espero se sirva Ud. dispensar que lo perturbe con esos presentes, pero deseo dar materia para que Ud. me comunique sus muy útiles sugestiones.
Su muy leal amigo.
E. Acosta
Adc. Envío a Ud. también la materia crasa de la bilis humana obtenida por medio de la evaporación del éter, - no creo que sea la colesterina.
A.
Comentario del Dr. Vargas
“El riñón pálido e hipertrofiado no presenta en un corte fresco con laceración del pedazo del riñón ningún deslinde entre la sustancia cortical y la tubular, y su estructura homogénea de sustancia albuminosa gris descolorida semitransparente prueba el derrame de linfa coagulable proteína en toda la sustancia.
En el riñón rojo hiperemiado se percibe algo más la sustancia cortical, esto es, los tubulillos no llegan tan a la superficie como en el otro riñón.
La materia grasa del hígado parece tener mezclada alguna colesterina por su lustre en los intersticios de los grupos más trigueños y memos lustrosos.
Esta observación con otras me confirman que la albuminasia es 1ª idiopática primordial y la causa de otras lesiones – 2ª concurre con otras lesiones del corazón, pulmón, y vías gastro intestinales y hepáticas – 3ª en fin, tal vez en algunos casos el mal albuminasio proceda de otras lesiones del sistema asimilativo y secretorio”.
Nota de puño y letra de Vargas.
Enero 29 – 1847
El Dr. Acosta acompañado de los Dres. Parra, Medina y de mí, ha extirpado un tumor enquistado con serosidad del tamaño de un grande limón dulce, situado en el borde inferior de la escápula izquierda. La mayor parte estaba encima del ángulo; pero una parte estaba debajo de él. El quiste tenía por dentro la apariencia de una cápsula sinovial. El líquida era serosidad amarillenta.
Estos tumores son desarrollos en bolsas mucosas – o de celdas celulosas convertidas en quistes serosos. En esta parte creen algunos anatómicos que hay una bolsa mucosa entre la punta de la escápula y el latísimo del dorso.
La mujer es negra de 24 años, esclava de la Sra. viuda de Tovar.
Eliseo Acosta, natural de San Sebastián de los Reyes, hijo legítimo de D. Francisco Acosta y Doña Rafaela Foncesa, “pone matrícula”, como entonces se decía, el 1ª de setiembre de 1834, a los quince años de edad, en la Secretaría de la Universidad Central para cursar Anatomía y Fisiología, acto del cual toma razón el Profesor Vargas en el folio 3 del libro respectivo. Desde ese primer año de sus estudios Vargas lo distingue y estimula. Pero ya entra el funesto 1835 y el sabio, que en todo el año 1834 había luchado por que no se le echase encima la carga de la Presidencia de la República, termina por aceptarla el 6 de febrero; y desde ese momento encuentrase envuelto, como lo preveía, en uno de los más violentos torbellinos de pasiones políticas que registran los fastos nacionales. Responde con serenidad y firmeza, erguido en la grandeza de su estatura moral, a la insolencia del sargentón amotinado, y mirase extrañado del territorio patrio para ser nuevamente llamado a la primera magistratura, cuarenta días después, por el orgulloso Jefe del ejército, vencedor de las hordas revolucionarias. Más, aquel ambiente emponzoñado por un militarismo desmandado hacíase cada día más irrespirable para el “hombre justo” consciente de su responsabilidad y de su impotencia para robustecerla. Tras ocho meses de vana lucha y de insistente renuncia, logra que finalmente el Congreso acepte la dimisión del alto cargo. Gajes del eterno conflicto entre la toga y las armas, siempre contrarios a la admonición del célebre hemistiquio ciceroniano…..!”
No caben en este ligero esbozo histórico sino breves referencias a la actuación política que mantuvo al Dr. Vargas alejado de la Universidad y de la enseñanza, y sólo, en cuanto toque a sus relaciones con Acosta. Pero, no podemos callar un hecho impresionante por la amargura que exprime en labios del maestro: en más de una ocasión hame referido el distinguido historiador D. Vicente Lecuna – acaba de repetírmelo – que, cuando el destierro del Presidente Vargas, acompañolo hasta La Guaira el ingeniero Dr. Manuel María Urbaneja, discípulo de Cagigal. Urbaneja solía, por exigencia d Vargas, repetir las lecciones que recibía del insigne matemático. (Vargas acostumbraba, según Urbaneja, hacer todos los años un repaso general de los textos que le habían servido en sus primeros estudios, comenzando por la doctrina cristiana). Oid bien: en el muelle, al momento de embarcarse, solamente se encontraba Urbaneja al lado del expatriado; al despedirse dijole éste a su joven amigo las siguientes palabras rebosantes de sentimiento y desilusión: “Encenáguese en sus libros y no piense nunca en la patria, porque ese es un pensamiento que mata”… “Más de veinte veces le oí referir a mi maestro Urbaneja tan dramático incidente – agrega el Dr. Lecuna – y siempre con las mismas palabras, que parecen haber quedado estereotipadas en su mente; por lo cual helas tenido siempre como auténticas”.
Vargas no vuelve a figurar en el expediente universitario de Eliseo Acosta sino el 18 de mayo de 1838, día en que lo pone, junto con los demás examinadores, “en quieta y pacifica posesión del grado de Bachiller en Medicina”.. En setiembre de ese mismo año toma nuevamente nota de la matricula del discípulo, esta vez para el curso de Cirugía; y e 23 de diciembre de 1839 certifica, de su puño y letra, que Eliseo Acosta ha asistido a la clase de Cirugía de su cargo desde el 1ª de setiembre de 1838 al 23 de diciembre de 1839 “por haber sido interrumpido el curso por mi ocupación en el Congreso desde el 1ª de febrero de 1839 hasta el 23 de mayo del mismo año”; “respecto a las calificaciones de este estudiante me remito a los cuadros trimestrales. Caracas diciembre 23 de 1839”, y firma “José Vargas”. También de su puño y letra escribe la nómina de los examinadores para la tremenda – que así llamaban, por su rigor y extensión, el examen de Licenciado; el cual coronó Acosta brillantemente el 21 de octubre de 1840. Entre dichos examinadores cuentase también Vargas. El 29 del propio mes de octubre aparece en las puertas de la Universidad el siguiente Edicto:
“Hago saber a los Licenciados en Facultades Mayores que el señor Licenciado Eliseo Acosta aspira al grado de Doctor en Medicina, que le he admitido a él mandando se fijen los edictos de Constitución en las puertas de este Colegio. Por tanto, por el presente se llama y emplaza a todos los que siendo de mejor derecho, quieran hacerle oposición para que lo verifiquen dentro del término de diez días, que se les asigna por último y perentorio apercibimiento de que no ocurriendo en él, les parará el perjuicio a que hubiere lugar y se proveerá lo que corresponda en justicia. Dado en Caracas, firmado de mi mano, sellado con el sello de la Universidad y refrendado por su Secretario a 29 d octubre de 1840. Dr. Juan B. Carreño. Vice-rector encargado de las funciones rectorales – José María García Siverio. Secretario-
Consiguientemente, Acosta presentó el examen doctoral el 15 de noviembre de 1840, a los veintiún años de edad y, tomada la borla, se le incorporó a la Facultad de Medicina el 27 de febrero de 1841. No hay noticia de que se le sometiera al vejamen de estilo que en ocasión del grado los universitarios acostumbraron hasta más o menos aquella época: consistía en endilgarle al graduado altisonantes discursos satíricos y, más frecuentemente, coplas llenas de gracejo epigramático.
Apenas graduado, ocupase el discípulo en redactar, por las notas recogidas durante las lecciones orales del maestro y revisadas cuidadosamente por éste, el Manual o Compendio de Cirugía, que publica en Caracas en 1842. En elocuente y conciso Prefacio ofrece Acosta a sus compañeros de estudio “una obra que tanto es útil cuanto honrosa al estado de la educación científica en Venezuela”, en los términos siguientes: “La filosófica clasificación de las materias; la exactitud, concisión y claridad en las descripciones; el buen criterio sobre opiniones y las mas juiciosa elección entre los procesos operatorios, dan a la obra que tenemos la honra de presentar a nuestros compañeros de estudio, el bien merecido titulo de Compendio Clásico…. En ella tendrá el práctico el más precioso memorándum, el estudiante la más segura guía para penetrar después en los grandes archivos de la ciencia, y Venezuela entre otros mil gratos recuerdos de su autor, el no menos glorioso de haber aclimatado también la Cirugía en nuestro país”.
Vargas celebraba como suyos los triunfos del discípulo en Europa, a donde había ido éste a perfeccionar sus conocimientos en Medicina y Cirugía: así llenólo de júbilo la elogiosa carta de despedida del cirujano Liston al estudiante venezolano. A su regreso a Caracas comienza entre el maestro y el discípulo una estrecha colaboración científica de que apenas dan idea los documentos que ahora publicamos; comunicábanse sus proyectos de estudios, sus labores científicos, y consultábanse los casos difíciles de su práctica. En carta a Fermín Toro de 14 de junio de 1848 dice Vargas; “anoche hablé con el Dr. Acosta acerca de la enfermedad de la señorita cuñada de Ud. manifestándole mi opinión…” Asistían mutuamente a las lecciones del uno y del otro: Vargas siguió asiduamente el curso de enfermedades de los ojos que Acosta abrió entonces en Caracas. Y así como al rescoldo de la ciencia se compenetran los cerebros, liganse a la par los corazones. El maestro, quien de preferencia dedicábase a la cirugía, había sido nombrado Cirujano del Hospital Militar de Caracas por el Libertado en 1827. Siguiendo sus huellas y su estímulo preparase Acosta para rendir el examen especial que entonces se exigía y el 9 de febrero de 1847, obtiene la ambicionada calificación de Cirujano con la unánime aprobación de la Junta examinadora compuesta por los Doctores Francisco J. Carreño, José Vargas, Carlos Arocha, José Joaquín Hernández, Antonio Parra y Elías Rodríguez. Más tarde, en 1849 y 1850, el discípulo reemplazará interinamente al maestro en la Cátedra, por decisión de la Universidad, y en el Hospital. De conformidad con un decreto del Libertador, Vargas había fundado y presidido en 1827 la Sociedad Médica de Caracas, dotándola de un periódico; a ella se incorporó Acosta veinte años más tarde.
Vargas sirvió cariñosamente sus clases hasta dos años después de esas cartas, época en que, a los sesenta y tres años de edad, abandonó todos los empleos, que había ilustrado con su talento, su saber y su constancia. Si la Universidad fue su edén, su solaz, la vida pública, la política, sacudieron su robusta constitución y sometieron a pruebas indecibles su dignidad y sus virtudes. Cuatro años más tarde, a los 67 de edad, quebrantada la salud por la inmensa labor rendida, embarcase rumbo a los Estados Unidos de Norte América. Allá va a encontrarlo Acosta, a quien también habían arrollado y aventado fuera del país el torbellino de la política, las persecuciones de la Administración del General José Gregorio Monagas. Huelga decir que el discípulo dilecto de entrega cuerpo y alma a prestarle al maestro la más afectuosa asistencia: acompáñalo en sus visitas a hospitales y academias de que era socio, lo anima, lo distrae; su presencia le recuerda constantemente a Caracas, las riendas faldas del Ávila, los claustros universitarios, la invariable afección de los discípulos. “Su discípulo amado, escribe José de Briceño, Presidente de la Facultad de Medicina, dispensó a su maestro los buenos oficios de su amor y gratitud”. En aquel postrero año de su vida, hasta el último aliento, Vargas, insaciable de saber, trató de adquirir nuevos conocimientos, escribió sus memorias y llevaba un diario, cuyas últimas páginas alcanzan hasta los mediados del mes de junio. Infatigable, esbozó lecciones de Anatomía Comparada e Histología, puso comentarios a la obra de Botánica de Humphrey Marshall, de 1785, y sostuvo hasta los últimos instantes activísima correspondencia con los amigos de Venezuela sobre los más diversos temas científicos – según su biógrafo Dr. Laureano Villanueva
Y el 13 de julio de 1854, a los sesenta y ochos años, cuatro meses y once días de eximia vida, ciérrale el discípulo los cansados ojos que ya se abrían ante el Omnisciente. En cumplimiento de sus postreras instrucciones hizo Acosta la inspección cadavérica del cuerpo – cuántas no había practicado a la vista de aquél – vació el rostro en yeso y preparó el cadáver para su traslado a la patria con tan extremo cariño que, según el Acta de abertura del ataúd en Caracas veinte y tres años después, hallábase la figura del maestro “en tan perfecto estado de conservación que sus discípulos, sus deudos y sus amigos presentes, encontraron su fisonomía y lo reconocieron por ser el mismo”. El año anterior, a su partida para Nueva York, Vargas había designado al discípulo para que presenciase y fuera testigo de su testamento solemne. Más tarde, vertida al bronce la augusta fisonomía del sabio, la ilustre mascarilla fue obsequiada a la Academia Nacional de Medicina por su poseedor el historiógrafo D. Carlos Villanueva, gracias a la intervención de nuestro Vicepresidente Diego Carbonell.
En 1857, el Congreso Nacional proclamó a José María Vargas “Regenerador y constante Protector de las Ciencias”. La Universidad Central lo había declarado, en vida, “Catedrático de Mérito Eminente”.
Muchos años después del fallecimiento en Nueva York, los despojos mortales del sabio, que habían sido depositados en la iglesia parroquial de La Guaira, su ciudad nativa, fueron trasladados a Caracas y en espléndida, indescriptible apoteosis transportados al Panteón Nacional, por decreto del General Antonio Guzmán Blanco, el 27 de abril de 1877. La Facultad Médica nombró una comisión de doce doctores discípulos suyos para que escoltaran los restos de La Guaira al Panteón. Por especial designación el discípulo ausente fue representado en todas las ceremonias por su hermano el General Antonio Acosta.
Entretanto, trasladado a París, Eliseo Acosta había revalidado allí su título, como antes lo hiciera en Nueva York y Londres, en donde ejerció con brillo la profesión. Su Tesis Doctoral en París versó acerca de “Algunas consideraciones sobre la muerte”. Allí representó a Venezuela en el Congreso de 1869 para la verificación de los padrones del Sistema Métrico Decimal; luego, en el luctuoso año de 1879, durante la heroica defensa de París contra el asediador prusiano, permaneció en la capital francesa prestándole denodados servicios de toda clase, especialmente los de su profesión en prueba de cariño y gratitud; por los cuales el gobierno francés ornó su pecho con la Cruz de Oficial de la Legión de Honor (Plácido Daniel Rodríguez Rivero). Digamos de paso que, según tradición familiar, el cirujano venezolano fue llamado en consulta por las eminencias que asistían al Emperador Napoleón Tercero.
Luego, agria y severa, tras cruda enfermedad, llegó la muerte…. El eminente cirujano que, doquiera había ejercido, había cosechado triunfos en todos los campos operatorios, hirióse al practicar la traqueotomía en una niña (Mademoiselle Thirion) que agonizaba con gravísima laringitis crupal. La infección no tardó en prender y desarrollarse violentamente en el operador. Al darse cuenta de la gravedad del caso despidióse tiernamente el enfermo de la esposa y de la amada hijita y se refugió en sus habitaciones prohibiéndoles terminantemente que penetrasen el éllas (datos comunicádosme por su sobrino el General Juan Campbell Acosta). Allí se extinguió, asistido por distinguidos y abnegados colegas franceses, el 1ª de mayo dd 1879, a los sesenta años de edad y en pleno vigor intelectual. Sus restos mortales, que la compañera, dama norteamericana con quien unió su vida en Nueva York, no quiso nunca abandonar, reposan aún fuera de la patria. En vano la instó el General Guzmán Blanco, gran apreciador y antiguo cliente de Acosta, a que accediese a su tralado al Panteón Nacional. Acosta legó su biblioteca e instrumentos quirúrgicos a la Universidad Central (J.M. de los Ríos)
Entre el maestro y los discípulos se establece cierta corriente espiritual que al principio es puro fluido intelectual y luego pasa del cerebro al corazón. El maestro, involuntariamente, escudriña, por decirlo así, el alma de los discípulos y entre todos descubre al más aplicado, al más inteligente, a quien será capaz de tomar la antorcha de su enseñanza, mantenerla en alto y plantarla enhiesta y fúlgida más adelante, cuando se haya extinguido su voz. De todos los discípulos Eliseo Acosta fue indudablemente el escogido.
Infeliz maestro el que no haya sembrado en el alma del discípulo sentimientos de gratitud y de afectuosa y permanente adhesión; desgraciado el discípulo que no guarde tales sentimientos toda la vida para con el maestro, cualesquiera sean las vicisitudes en la existencia de ambos! . La amistad de Vargas y Acosta resplandece en nuestros anales médicos, y en los fastos humanos, como dechado de consubstancialidad moral y científica de maestro y discípulo
Santos A. Dominici
Caracas: febrero de 1.945.
No todos tal vez, pero la acuciosidad del más joven de nuestros académicos, dio con una serie de documentos que se refieren escandalosamente al padre del Libertador: de esos papeles no es difícil deducir, de las travesuras sexuales, aretinescas de aquel Casanova de Aragua, las galanterías la conquista del amor que como una necesidad de su obra llevó a Bolívar a los confines de su empresa continental.