Por el Dr. Ricardo Archila
Conferencia dictada en la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina el 28 de julio de 1953.
Agradecido
A la señora Rosario Beauperthuy de Benedetti. Digna de la más grande admiración por el fervor de Vestal con que ha mantenido las reliquias de su ilustre ascendiente, santuario beaupertiano curioseado con reverencia por el autor y al que, imprescindiblemente, habrán de acudir los escritores que deseen profundizar en la vida – poco explorada – del Precursor de Pasteur y Finlay.
La gloria está en ser grande y en ser útil.
Simón Bolívar
A principios del siglo pasado, un joven que había llegado a la Ciudad Luz a continuar sus estudios superiores, se identificó en las matriculas de inscripción, así: Luis Daniel Beauperthuy, hijo de Pierre Daniel Beauperthuy y Marie Sauveur Desbonne, nacido el 26 de agosto de 1807, en Basse Terre, Guadalupe. Dicho joven se gradúo de médico y en tierras de América ejerció el noble apostolado de la Medicina hasta 1871, en que desapareció del mundo. El estudiante parisino y Luis Daniel Beauperthuy, Doctor en Medicina de las Facultades de Paris y de Caracas, Micrógrafo y Naturalista Viajero del Museo de Historia Natural de Paris, son una sola persona, la misma a la cual la posteridad reconoce indisolublemente unido a la historia de la fiebre amarilla con el glorioso epíteto de “El Precursor”, y la misma de cuya vida nos vamos a ocupar hoy, bajo el signo feliz de este ambiente fervorosamente científico y venezonalista, tal conforme correspondía a la esclarecida memoria de aquel sabio, que aun cuando francés de nacimiento, hizo de nuestro país su verdadera patria, a la cual dio lustre y renombre, digno, por lo tanto, de figurar entre los grandes varones de la nacionalidad.
Honrar o criticar una persona implica conocerla a perfección. A veces, esto ultimo no es fácil, en todo caso lo difícil es condensar una vida dentro de los estrechos limites de una conferencia, sobre todo, cuando por circunstancias especiales, aquella no ha sido objeto de estudios previos, siendo por lo tanto, escasamente conocida. Tal es el caso de Beauperthuy, en vista de lo cual, y mientras surje la biografía que justicieramente él se merece, valga este ensayo preliminar donde trataremos de dar, ante todo, una visión de conjunto de esa fascinante existencia y reseñar luego los aspectos culminantes que la componen, suerte de cuadros parciales, a través de los cuales es posible resalten y por consiguiente se conozcan mejor, las distintas características del profesional, investigador y tropicalista, que todo ello, y en grado sumo, lo fue el genial precursor de Pasteur y Finlay.
La labor que me he impuesto es considerable… un plan tan vasto, una empresa tan gigantesca sobrepasa la actividad intelectual de un solo hombre.
Luis Daniel Beauperthuy.
La vida de Beauperthuy abarcó 64 años, de los cuales trascurrieron 29 en suelo venezolano. Vivió entre la primera y la séptima década del siglo XIX. Perteneciente a familia numerosa, era uno de los ocho hijos del matrimonio Beauperthuy-Desbonne. Oriundo de la antigua capital de la isla francesa de La Guadalupe, adolescente se trasladó a Paris, y allí obtuvo sucesivamente el Diploma d Bachiller en Letras, el 1º d agosto de 1829m y el titulo de Doctor en Medicina, el 12 d setiembre de 1877. Frente al primer problema crucial que el planteó la vida, reaccionó firme e inequívocamente, dando así evidencia de su gran carácter. En efecto, ante el dilema de quedarse o regresar, prefirió volverse a su isla nativa a ejercer su profesión. Se ha sugerido que de permanecer en la capital de Francia, otra hubiese sido su estrella gloriosa: “el nombre de Beauperthuy hubiera subido más y tendría hoy la universalidad que le quitó el azar hasta dejarlo inmerecidamente casi anónimo. Un poco inédito durante varios años”. Bien desearíamos nosotros comulgar de un todo con dicha opinión, procedente de una de sus fervientes admiradores, pero nos gusta más su actitud como profesional que desecha tentaciones y comodidades para irse a prestar servicios donde realmente se necesitan. Además, sin que por ello pretendamos negar la influencia manifiesta del medio, lo más cautivador en Beauperthuy es la circunstancia de que, precisamente, su fama no la debió a ninguna urbe consagrada ni a un gran laboratorio y hospital, que nada de eso encontró en la modesta ciudad del Manzanares, sino a sus maravillosas cualidades personales, en virtud de los cuales hubiera brillado, lo mismo aquí como en otras partes, porque tenía temple de hombre grande, de aquél que logra imponerse al ambiente, gracias al cautivo de la inteligencia y a la fuerza de la voluntad. En último análisis, creemos nosotros que Beauperthuy no hizo sino corresponder, con toda fidelidad, a su vocación intima, o sea la del estudio in situ de las causas y naturaleza exacta de las enfermedades endemoepidémicas que tantos estragos causaban para la época en las regiones tropicales, y sobre cuyo origen no se encontraba satisfecho con las enseñanzas recibidas en las aulas universitarias. De todas maneras, no negamos que en Paris hubiese llegado a ser un médico notable, tal vez un destacado profesor o un sobresaliente clínico, una celebridad local, pero jamás una gloria universal, aquella que le dieron sus soberbias y originales investigaciones, en intimo contacto con la naturaleza del trópico, y las cuales le merecieron no sólo el titulo de “Pionero” en materia de fiebre amarilla sino el de “Padre y Fundador de la Entomología Médica Mundial”
Después de su regreso, Beauperthuy permaneció poco tiempo en La Guadalupe, de modo que habiendo resuelto trasladarse a Tierra Firme, pisó las playas cumanesas por el año de 1841, a los 34 años de edad; sean cuales fueren las razones explicativas, es lo cierto que las bellezas naturales de la Nueva Andalucía le subyugaron, al igual de aquel ilustre viajero que la visitara en 1799, Alejandro de Humboldt, con una diferencia; Beauperthuy se quedó y allí vivió los mejores y más largos años de subida; allí ejerció su apostolado, afino su espíritu científico y dio a la publicidad el resultado de sus trascendentales observaciones, diríase un verdadero hijo de la Primogénita del Continente, no solo por el largo tiempo que residió en ella, sino también por el inmenso afecto que le profesó, por lo mucho que se consubstanció con sus costumbres y porque cumaneses fueron su esposa e hijos. Beauperthuy contrajo matrimonio el 10 de noviembre de 1842, con doña Ignacia Sánchez Mayz, hija de Dionisio Sánchez Centeno e Inés Mayz Alcalá, de cuyo enlace hubo tres hijos: Pedro Daniel, casado con Manuela Mayz Vigas y quien fue destacada figura de la sociedad, la política y la agricultura del Oriente de la República; Inés, esposa de Eduardo Berrizbeitia muy citada por el padre en su correspondencia particular e Ignacia, quien murió soltera en 1868. Dijimos que fueron ocho los hermanos Beauperthuy, en la actualidad viven descendientes de ellos en Francia, La Guadalupe y varias partes de Venezuela.
Beauperthuy revalidó su titulo de médico en nuestra ilustre Universidad, según consta en el documento que le fue expedido por el Tribunal de la Facultad Médica con fecha veinte de mayo de 1844, firmado por Carlos Arvelo, Director: Elías Rodríguez, Secretario y los cinco examinadores más antiguos de dicho alto Cuerpo.
Cuando se establecieron los estudios médicos en el antiguo Colegio Nacional de Cumaná (1850), formó parte del personal docente, junto con sus colegas Calixto González y Antonio José Sotillo, habiendo actuado los tres susodichos profesores en el primer y segundo curso que allí se leyeron. Beauperthuy fue en varias oportunidades miembro integrante de las Juntas Locales de Sanidad: en 1859, lo designaron Médico Cirujano Mayor del Ejército en el Estado Federal de Cumaná: Médico de los Pobres y Desvalidos en 1865 y Médico del Hospital de Lázaros en 1867. Durante largo tiempo desempeñó el cargo de Agente Consular de Francia. En 1853 y 1854, era médico de Ciudad, época de martirio para Cumaná, cuando fue arrasada por espantoso terremoto y azotada, sucesivamente, por terribles epidemias de fiebre amarilla, viruela y cólera. Entre el afecto de su honorable hogar, la pasión incontenible por su microscopio, el desempeño de los cargos citados y los estudios escudriñadores acerca de la fiebre amarilla, la lepra y otras enfermedades de no menor importancia, discurrió el transito de Beauperthuy por Cumaná, hasta 1870, el año luctuosa en que para siempre se alejó de sus maravillosas costas eternamente matizadas de azul celeste y verde marino. Fue indudablemente, una figura de valía y de indiscutible ascendencia en la tierra nativa del Gran Mariscal. Con razón Pedro Elías Marcano lo incluye entre las notas biográficas de los cumaneses notables del siglo pasado, en el originalísimo libro “Consectario de la Ciudad de Cumaná”. Beauperthuy murió en Demerara, lejos de la tierra que hubiera querido guardar sus cenizas, para que así, su gloria y sus restos mortales, hubiesen sido totalmente de nosotros, los venezolanos.
“El estudio más interesante para el hombre, es el hombre”
Luis Daniel Beauperthuy
Desde el punto de vista físico, Beauperthuy fue un hombre alto, bien plantado, de presencia respetable, en cierto modo avasalladora. La piel blanca. El rostro ovalado, con rasgos fisonómicos armónicos, realzados por la ancha frente. Sus caracteres morales superan en mucho a sus rasgos físicos. En efecto, poseyó en alto grado el don de gentes: en síntesis, una personalidad atrayente. Conforme a los testimonios que se conservan de él, fue un hombre bondadoso, desprendido, filantrópico, inclinado decidido y constantemente al estudio; era muy culto, poseía una amplia visión y era la suya una inteligencia extraordinariamente intuitiva y analítica a la vez. Pensaba Beauperthuy.
“El estudio da legitima popularidad a la aristocracia de la inteligencia. Fortifica las almas en una época donde se señala como uno de los signos del tiempo la debilidad del sentimiento moral”
Por lo general, las notas necrológicas adolecen de una tendencia demasiado generosa y quizás exagerada; sin embargo, es menester que el biógrafo acuda a ellas cuando pretende reconstruir la psicología de un personaje, máxime si este pertenece a un pasado mas o menos remoto. Por suerte, uno de sus sobrinos recopiló en un folleto, las expresiones de sentimiento causadas por la muerte del doctor Beauperthuy y entre aquellas, particularmente, hay una muy valiosa, pues aparte de proceder de uno de sus íntimos amigos, contiene los detalles mas completos que hemos encontrado, hasta ahora, en cuanto se refiere al retrato moral de Beauperthuy.
“Si el Dr. Beauperthuy como sabio, como médico, como naturalista, como investigador, como analista, tiene celebridad para su nombre; tiénela también – escribe José Concepción Cova – aun mayor como hombre privado, como padre de familia, como ciudadano, como amigo. ¡Qué hombre tan raro y tan singular!
“Había en su carácter la sencillez de Daubenton (Louis Juan) y tenia por la humanidad el amor de Gesner y de Parmentier: así como tenia de Buffon la susceptibilidad y la delicadeza en asuntos de honra y dignidad……
“Era despreocupado, en ocasiones hasta el abandono; pero el abandono del filosofo y del sabio, que no ofende nunca, y que, hasta suele hacerse interesante en ciertos caracteres.
“Puro y honrado en todo, lo fue también en sus transacciones civiles; así como fue con sus amigos desinteresados y franco. Generoso en sus enemistades, no las confundió jamás con sus deberes profesionales. Amorosísimo con su familia, a la cual lo refería todo, su casa fue un modelo, por la sencillez patriarcal de sus costumbres, por su castidad, y por aquella alta moralidad que respiraba todo lo que estaba a su alrededor y bajo su dirección. Atraía por la confianza y el cariño que inspiraba; pero infundía un respeto profundo.
“En nuestras desgraciadas luchas fratricidas, su casa fue siempre un templo de asilo. En el momento supremo se entraba a ella a todas horas y por todas partes. Los brazos y el corazón del doctor estaban siempre abiertos para proteger, amparar y consolar…..”
Hasta aquí las expresivas manifestaciones del citado José Concepción Cova, solo agregaremos, en apoyo de la noble actitud conciliadora de Beauperthuy, la información de que en la Biografía del General José Eusebio Acosta, escrita por Aníbal Dominici, se encuentra un pasaje relativo al ataque de la ciudad de Cumaná en 1863 y la entrevista celebrada en la casa del doctor Beauperthuy, entre los Jefes de los bandos beligerantes.
Tal era el hombre, veamos ahora.
La ciencia no vive sino a condición de investigar continuamente.
Luis Daniel Beauperthuy.
Posiblemente, es la Medicina, entre las profesiones liberales, la que mayores y más profundas transformaciones ha sufrido en la época contemporánea, lo cual ha resultado en la formación de un tipo de médico moderno, diferente en muchísimas aspectos al antiguo galeno. Beauperthuy perteneció a la generación del siglo XIX, la cual se distinguió, entre nosotros, por el ejercicio total de la Medicina y por un elevadísimo concepto de la Deontología Médica. Encarnó el prototipo del médico general, y desde luego del médico familiar, siendo proverbiales sus triunfos en la profesión; según algunos testimonios practicó con éxito la obstetricia. En cuanto a la moral profesional, respetó el Juramento de Hipócrates, todavía conocido y acatado por los que se dedicaban en aquel entonces al arte de curar, pero tanta era su inclinación al altruismo, a la filantropía, que se hizo y se rigió por su propio código moral, a base de nobleza, caridad y la práctica indiscriminada del bien. Su desprendimiento fue sumamente notorio, a tal extremo de que, para honra de su memoria, existe la prueba concluyente dada por uno de sus adversarios. El doctor Brassac (dicho sea de paso, este médico francés, que en vida cultivó la amistad de Beauperthuy, por causas enjuiciadas certeramente por Carbonell en el libro “La Parasitología en Venezuela” , posteriormente se mostró hostil a su memoria), quien reconoció en el informe dirigido al Director del Interior de La Guadalupe en 1872, según palabras textuales: “que una cosa debe salvar al Dr. Beauperthuy de un juicio demasiado severo: es su desinterés, la ausencia de él de toda idea de especulación”. Esta opinión fue emitida un año después de la muerte de Beauperthuy, pero en vida de éste, en 1869, el mismo Brassac, en otro informe para el citado funcionario insular (pág. 46), hace referencia a la gran lealtad y al notable desinterés que encontró en la persona del sabio franco-venezolano.
Considerado desde el punto de vista científico, fue al mismo tiempo médico e investigador, con la especial circunstancia de que – en los últimos años de su vida – la balanza se inclinó y la investigación absorbió casi todo su tiempo. Al decir de Sanabria Bruzual: “Aunque nunca abandonó la clínica, perteneció más que todo a la escuela científica que aspira a resolver los problemas concernientes a la medicina por el laboratorio”. Es el propio Beauperthuy quien afirma: “los progresos de la Medicina dependen de los de la Química orgánica y la observación microscópica”. Tuvo la verdadera pasión del investigador, que todo lo escudriña y cuyo entusiasmo jamás decae. Si hubiese mostrado él dichas cualidades en la maravillosa Lutecia, aceptable, pero lo digno de admirarse es que lo hizo en un medio infinitamente redujo como Cumaná, en una época y lugar que, para glosar al cubano Arístides Agramonte, era considero por las naciones civilizadas del mundo como una de las más remotas e incultas regiones de la tierra. He aquí lo grandioso, lo cual debemos proclamar con énfasis entre la faz del orbe científico, allí en ese rincón insignificante, alejado de todo gran centro científico, Beauperthuy trazó nuevos horizontes a la Medicina al prever la posibilidad de que los enfermedades eran transmitidas por mosquitos.
A pesar de la introducción del microscopio en Caracas por el ilustre Vargas, este poderoso instrumento no se generalizó, entre nosotros, sino después de 1891, cuando se instalara en la Universidad Central la Cátedra de Histología, Fisiología Experimental y Bacteriología. A mediados del siglo pasado, Beauperthuy armado de microscopio, a quien él llamara el mejor consultor del médico, se entregó con sorprendente perseverancia a investigar las enfermedades, estudiando por medio de las técnicas, disponibles para entonces, la orina, excreciones y secreciones de los pacientes. ¿No es esto admirable? Si no fueron suficientes sus otros títulos de gloria, ello bastaría para su renombre; en realidad, por haberse él ocupado, antes que nadie, en la cuarta y quinta década del siglo XIX, de viajar a través de las regiones rurales de Venezuela, indagando aquellas enfermedades que eran observables, merece Beauperthuy, con toda justicia, conforme ha sido apuntado por un notable tropicalista, un alto sitio entre los pioneros de la investigación en Medicina Tropical.
En resumen, era dueño de todas las cualidades inherentes al buen investigador, con la plausible particularidad de haber estado investido de un temperamento honrado y sereno. De su artículo original publicado en la “Gaceta Médica de Cumaná” en 1854, son estos significativos párrafos:
“En cuanto a mis trabajos sobre la etiología de la fiebre amarilla, me abstengo por ahora de darlos a la publicidad. Mis investigaciones a este respecto hacen parte de un gran trabajo, cuyos resultados ofrecen hechos tan nuevos y tan distantes de la doctrina hasta ahora enseñada, que no debo darlas a la luz pública, hasta tanto no contar para su apoyo con las demostraciones más evidentes”.
La mentalidad científica de Beauperthuy, los fundamentos filosóficos de aquella, aún no han sido analizados; tal falla es muy sensible, pues tenemos la impresión de que hasta ahora sólo se le conoce parcialmente, cuando en realidad, fue un médico que rebasó el molde común y un pensador original y profundo, con frecuencia muy adelantado a su época. Dicho análisis es imperativo, de ese modo se realzaría todavía más su personalidad, sugestiva por si misma; sin embargo, por ocuparnos del profesional, no podemos menos que referirnos, aun cuando sea superficialmente, a algunas de sus ideas, acerbamente combatidas por Brassac, sencillamente porque no se conformaban con los dogmas de la ciencia imperante, considerada, por lo visto, como intocable e inconmovible.
Beauperthuy actuó en la era prepasteuriana – lo cual es preciso tomarlo muy en cuenta - y cuando se encontraba en todo su apogeo la teoría miasmática para la explicación de la génesis de las enfermedades en general. Desde un principio quebró lanzas contra los sistemas existentes, al pensar que la ciencia no subsiste sino a base de búsqueda eterna, concediéndole mayor importancia a la práctica, pues si es cierto que las cuestiones de métodos preceden y dominan los procedimientos de investigación, en cambio, el resultado de estos últimos están destinados a derribar o invertir los asuntos doctrinales. Apenas recién graduado, emitió su teoría acerca del origen parasitario de la mayor parte de las enfermedades infeccionas; en efecto, en 1838, en un ensayo escrito en colaboración con su compañero de estudios, M. Adel de Rosseville, presentado a la Academia de Ciencias de Paris, atribuyó la causa del fenómeno de la putrefacción a la presencia de animalillos en la materia orgánica descompuesta. Según su pensamiento, las enfermedades habían sido ciertamente estudiadas, casi por completo, en sus síntomas, su marcha, su duración, su pronóstico y su terminación, pero ello no equivalía a que la obra estuviese terminada, le faltaban dos puntos capitales: la etiología o el conocimiento de las causas que las producen, y la terapéutica o sea los medios propios de combatirlas. En total, contrariamente a todos sus contemporáneos y a los sistemas científicos vigentes entonces, Beauperthuy elaboró su propia hipótesis, según la cual la mayoría de las enfermedades obedecían a la presencia de parásitos, los que eran transmitidos, casi siempre, por la inoculación insectil. Quizás pueda criticársele su excesiva generalización, de tal manera que en él era casi un impulso predominante la creencia de que todas las enfermedades eran parasitarias, propiamente dichas, o eran producidas por virus o venenos vegetales o animales, inoculados en la economía por mosquitos. No obstante, a la luz de los conocimientos actuales, no anduvo del todo extraviado el humilde y preterido sabio de Cumaná, por cuanto son hoy realidades comprobadas la existencia de procesos patológicos causados por parásitos, la transmisión de un gran grupo de enfermedades por medio de mosquitos, siendo además admisibles el hecho de numerosas transmisiones de infecciones por insectos varios, moscas, mosquitos, pulgas, piojos, chinches, etc. y en lo relativo a la fiebre amarilla selvática, su propagación por mas de una especie de mosquito. ¡Para verdades, el tiempo!
Beauperthuy – juzgado por Carbonell – “es un gran pensador de su época; no ha debido ser un lector consumado con ribetes de filosofo. Una frase delata en él al sabio que medita admirablemente: “Todos los fenómenos de la vida dependen de la organización”. Es una vitalista al mismo titulo que lo fueron los mayores representativos de su época: Carlos Darwin no inició el viaje sobre the Beagle sino en 1831, y para esa época ya el guadalupense había recreado su mirada de naturalista en los panoramas de los mares y de las montañas risueñas y ardientes del trópico….”.
“Médico de una época de cultura clásica, en su prosa científica de elegantes formas literarias, Beauperthuy – enjuiciado por Arturo Guevara – intercala oportunos aforismo en latín. Versado en Historia, Filosofía y Literatura, demuestra él su predilección por las letras, las veces que ilustra sus memorias sobre enfermedades de los países cálidos, con la cita de un pasaje de Herodoto, una sentencia de Bacon, un verso de Shakespeare, o recuerda la fábula de Sísifo atormentado. Poliédrica cultura digna de tan alto ingenio!”.
Imposible extendernos más. Llegamos a la conclusión de que a poco que se estudie el pensamiento y la obra de nuestro personaje, ofrece más de un motivo a la admiración mundial, consecuencia de su espíritu libre y de su cultura universal. De todas maneras, además de haberse adelantado en muchos años a Finlay, se nos aparece como un profeta de los tiempos nuevos en Medicina; en efecto:
Visualizó la especificidad en estas frases suyas:
“Las enfermedades especificas no provienen de un virus misterioso; ellas proceden de causas de origen externo: especificidad mórbida. El virus no está lejos de perder su carácter oculto y ontológico bajo el cual se le ha conocido hasta ahora. Es el producto apreciable de una operación química viviente, que tiene su localización en la sangre o en algún otro humor. Cada enfermedad específica tiene su agente específico denominado virus. La inoculación del producto alterado produce siempre una enfermedad idéntica a la que lo suministra” (pág. 63). *
Presintió la inmunidad infecciosa cuando escribió:
“Quizás debamos nosotros considerar al aclimatamiento únicamente como una inoculación”. (pág. 75)….”Algunas afecciones virulentas no atacan los sujetos sino una vez y parecen imprimir a la economía una modificación que hace imposible un nuevo ataque”. (pág. 45).
Predijo la era pasteuriana, al expresarse así:
“El espíritu de rutina de muchos médicos se contenta con vagas apreciaciones sobre el origen de muchas enfermedades, y no efectúan ningún esfuerzo para penetrar en las causas reales y todavía desconocidas de las enfermedades epidémicas y contagiosas. Desde este punto de vista la ciencia exige una renovación completa…. Y fue un Precursor de Pasteur al enunciar: “Es en efecto, a la intoxicación de la sangre y de los otros fluidos de la economía, a los que es necesario atribuir la gravedad de los síntomas de estas lamentables afecciones (las fiebres y epidemias), pero la causa de esta intoxicación no es un agente miasmático ideal, insensible a nuestros medios de investigación: trátase de agentes imperceptibles al ojo, es cierto, pero visibles al examen microscópico, que se producen y pululan en todas las localidades donde los cuidados de limpieza no pueden ser observados rigurosamente, como sucede donde hay un amontonamiento” (pág. 52)… Al tratar de los lepromas, tuvo la misma intuición genial, fue cuando predijo el descubrimiento de Hansen: “son constituidos por gérmenes cuya naturaleza será revelada un día”.
Leyéndolo- al decir elocuente de Diego Carbonell – se tiene la impresión de que anda en tratos con el Ministerio, que de su pluma ya va a salir la palabra definitiva, y que está recogiendo en la síntesis del vocablo microbio que el doctor Joseph Sedillot había propuesto a poco de que Pasteur diera al traste con los efluvios.. que está recogiendo, digo, en el vocablo microbio combinado en 1878, toda la enseñanza de los siglos anteriores!”
En verdad, “su filosofía culmina en aras de esplendor”, en esta estupenda declaración suya: “Nuestra época se inclina visiblemente a la profilaxis y a la higiene pública y privada. La edad de oro de la Medicina no ha llegado aun… (pág. 47). “La ciencia es infinita como la naturaleza. En el porvenir la medicina será el gran iniciador social” (pág. 48). Indudablemente que, según esta ultima expresión, Beauperthuy también incursionó, con derecho de prioridad, en el campo de la medicina social. De acuerdo con lo señalado por Sanabria Bruzual: “tenia Beauperthuy un amplio concepto de la medicina social; exigia al medico la posesión de conocimientos en todas las ciencias, es decir, una cultura sólida y varia, sin la cual no hay especialización, preconizaba las ventajas de la profilaxia y señalaba la enseñanza de la higiene pública entre las bases esenciales para el progreso de las naciones”. En suma, fue sabio y apóstol, la fórmula ideal desde el punto de vista médico-profesional.
Los notables escritos de Beauperthuy aparecieron originalmente en la “Gaceta Médica de Cumaná”, órgano publicitario de escasa circulación y en la actualidad imposible de consultar, por no existir la colección correspondiente en nuestras Bibliotecas públicas o privadas. Gran parte de su obra escrita se salvó gracias a la diligencia de su hermano Felipe, quien la recopiló en 1872, al año siguiente de la muerte del admirable científico, y posteriormente, al amor de su hijo, el General Pedro Daniel Beauperthuy, quien la hizo imprimir en un volumen editado en francés en 1891, en Burdeos, titulado “Travaux Scientifiques”, libro actualmente de muy difícil adquisición. ¿No habrá ejercido su parte de influencia en el desconocimiento de Beauperthuy, lo poco que se sabe de su obra escrita? Sea como fuere, lo inédito quizá iguale o supere en importancia a lo publicado. Vive en Caracas, una honorable descendiente de Beauperthuy – doña Rosario Beauperthuy de Benedetti, - la cual mantiene como en un verdadero santuario las reliquias del insigne hombre de ciencia, tanto más valiosas cuanto que consisten en una nutrida e invalorable colección de papeles, documentos, cartas, retratos, etc, . (Inéditos). Su valor es inapreciable. Nosotros que hemos tenido el privilegio de ojearlos, podemos afirmar que en tanto no sean estudiados y convertidos en un libro complemento del “Travaux Scientifiques”, jamás será integral el conocimiento del ilustre desaparecido.
No tengo doctrina que combatir o que edificar. El camino que me he trazado en fijar ciertos jalones en un terreno aun desconocido, en el que otros, más felices que yo y situados en condiciones más ventajosas, podrán elevar imperecedero monumento.
Luis Daniel Beauperthuy.
En la actualidad, las nociones básicas adquiridas acerca de la fiebre amarilla clásico o urbana, indican que es esta una enfermedad infecciosa, causada por un virus específico; desde el punto de vista epidemiológico la afección, se contrae por la picadura de un mosquito. Aedes (Stegomya aegupti), el cual a su vez se ha infectado previamente de un hombre enfermo de fiebre amarilla. Así, pues, existe un ciclo de propagación, el cual comprende un solo huésped, el hombre, y una sola especie de mosquito vector, el Aedes aegypti. En otros términos, el ciclo completo incluye, sucesivamente: hombre enfermomosquito-hombre sano o susceptible.
Tales conceptos sobre la naturaleza y propagación de la peste amarilla, que aparecen al estudiante de hoy con meridana claridad, exigieron, sin embargo, el concurso de hombres, experiencias y confirmaciones, a través de una serie de años: por lo tanto, los hechos actuales son el producto de un periodo evolutivo, durante el cual, paulatinamente, acumulose el caudal de evidencia de que disponemos hoy.
En la evolución de los conocimientos amarílicos cabe distinguir tres hitos fundamentales o acontecimientos culminantes:
Primero: En 1854, Beauperthuy, incrimina a los mosquitos “tipularios” como agentes responsables de la transmisión de la fiebre amarilla.
Segundo: En 1881, Finlay emite su teoría de que la fiebre amarilla era transmitida de hombre enfermo a hombre sano por la picadura del “Culex Mosquito”, después llamado “Stegomya fasciata”.
Tercero: En 1900-1901, la Comisión Médica Militar Americana, compuesta por Walter E. Redd, Jesse W. Lazear, James Carroll y Arístides Agramonte, confirma la teoría finlaista, demostrando a su vez, de manera concluyente, que la enfermedad era debida a un virus, el cual era ingerido por el Aedes aegypti, en cuyo cuerpo permanecía indefinidamente, pero que dicho mosquito no infectaba sino después de doce días de haber picado previamente a personas enfermas, y que el virus sólo existe en la circulación general de los pacientes durante los primeros días del proceso.
De ahí que el doctor Francisco Antonio Risquez, cuya opinión va respaldada por su alta autoridad científica, en un trabajo publicado en la “Gaceta Médica de Caracas” , año 1929, se haya expresado, así:
“La obra de la etiología y profilaxia de la fiebre amarilla y del paludismo, puede, en justicia, reconocerse ante el tribunal de la Historia de la Medicina, dividida en tres etapas:
Como se ve, corresponde a Beauperthuy el glorioso titulo de Precursor. Su trabajo original vió la luz pública en la Gaceta Médica de Cumaná, Nº 57, 23 de mayo de 1854, o sea 27 años antes de Finlay hiciera el anuncio de su teoría. Para la Historia, los nombres de Beauperthuy, el Precursor, y Finlay el Descubridor, están indisolublemente unidos. Ha querido el destino que sea también un ilustre cubano, el doctor Arístides Agramonte .-integrante de la célebre Comisión ratificadora del descubrimiento de Finlay- el que dictara el trascendental veredicto: “Reclamo para Beauperthuy, el titulo de abuelo de la teoría del mosquito en la fiebre amarilla, ya que todos reconocemos al Dr. Finlay la paternidad de la doctrina moderna”.
Rememoremos las ideas esenciales de Beauperthuy en la materia, no sin destacar previamente la importancia que tiene el cuidadoso e imparcial análisis de ciertos factores para la apreciación del justo valor y alcance de sus trabajos. De otra manera, cualquier juicio o critica que haga caso omiso de factores tales como los conocimientos reinantes, de la concurrencia de centros científicos o facilidades para la investigación, y en general de la comparación ponderosa entre una época y otra, sería injusto, por decir lo menos. Recuérdese a este respecto, porque nos hemos referido antes sobre el particular a las condiciones primitivas (valga la expresión, desde el punto de vista científico), en que le tocó actuar a Beauperthuy, sin colaboradores inmediatos y en un medio como Cumaná, alejando de las grandes centros culturales. Claudio Bernard y Pasteur aun no habían realizado sus trascendentales descubrimientos; la entomología médica no existía, y lo que resulta muy significativo, por cuanto realza el claro talento y el agudo espíritu de observación de nuestro Beauperthuy, para la época reinaba no solo la más completa oscuridad en cuanto a la naturaleza de la fiebre amarilla sino que ignorábase, en absoluto, el papel de los insectros en la propagación de las enfermedades, hasta 1879, en que tuvo lugar el descubrimiento de la transmisión de la filaria por mosquitos, hecha por Patrick Manson. “Si eliminamos el dudoso crédito que se le ha concedido al norteamericano Nott – escribe el doctor Agramonte – quien en 1848 sugirió vagamente la posibilidad de la transmisión insectil de la malaria y fiebre amarilla”, es innegable, afirma el mismo autor “que, el primero en señalar positivamente al mosquito como propagador de la fiebre amarilla, fue el Dr. Luis Daniel Beauperthuy, un médico francés radicado en Venezuela, quien demostró que la ausencia de los mosquitos excluía la existencia de la enfermedad y quien prescribió los medios fáciles para suprimirla, mediante la fumigación y la prevención de la picadura de los insectos.
La experiencia de Beauperthuy se extiende desde 1838, fecha en la cual tuvo ocasión de observar un brote epidémico de vómito negro en La Guadalupe, hasta 1853. Fueron quince años de largas y penosas observaciones, realizadas en numerosas localidades malsanas de las provincias de Cumaná, Barcelona y la Guayana venezolana, que culminaron en la violenta epidemia de fiebre amarilla que azotó a Cumaná a fines de 1853, tras la cual, ya maduro su criterio sobre el particular, publicó su célebre trabajo. Importa aquilatar muy bien estas dos circunstancias: por una parte, el tiempo empleado en la gestación de la teoría beaupertiana sobre el papel de los mosquitos, y por la otra, el conjunto de observaciones directas y sostenidas sobre los hechos, los cuales condujeron al autor, a través, de un proceso de deducciones lógicas, a formular sus doctrinas: tiempo y métodos que no son, precisamente, los empleados por los improvisadores y empíricos. ¿Podría exigírsele a Beauperthuy, en 1854, el empleo de la experimentación como disciplina científica cuando Claudio Bernard, el fundador de dicha ciencia, apenas acababa de hacer su ingreso en esa fecha en la Cátedra de Fisiología general en La Sorbona, no habiendo sucedido a Magendie en la Cátedra de Medicina del Colegio de Francia sino más tarde en 1865, y correspondiendo la publicación de su celebérrima obra “Introduction a l`etude de la médecine experimentale” a 1866?
Ninguna descripción puede reemplazar ni superar las propias palabras del autor, por lo tanto, séanos permitido transcribir sus expresiones originales, extraídas del referido libro “Travaux Scientifiques”, no sin antes recordar el hecho de que Beauperthuy remitió en 1856, a la Academia de Ciencias de Paris, una memoria acerca de sus investigaciones sobre la causa del cólera, la fiebre amarilla y la fiebre de los pantanos. He aquí, la esencia de sus declaraciones:
Las fiebres intermitentes, remitentes y perniciosa, así como la fiebre amarilla, el cólera morbus y los accidentes causados por las serpientes y otros animales venenosos, reconocen por causa un virus animal o vegetal animal cuya introducción en el organismo se hace vía de inoculación. Los fluidos o virus inoculados determinan, tras un periodo de inoculación, más o menos largo, síntomas nerviosos al principio y mas tarde una infección pútrida de la sangre”…. (pág. 128).
“Durante la estación seca, desfavorablemente a l os tipularios, las fiebres cesan en el Senegal, como en las llanuras del Apure, de Caracas o de la Guayana. Ellas diezman durante la estación lluviosa, que es la de producción de tipularios. Las afecciones que ocasionan toman mayor gravedad cuando los tipularios pululan en las aguas estancadas y corrompidas” (pág. 53).
“La fiebre amarilla no puede considerarse como una enfermedad contagiosa. Las causas de la fiebre amarilla se desarrollan en condiciones climatéricas que le permiten extenderse a la vez o sucesivamente sobre varias localidades: son las mismas que favorecen el desarrollo de los insectos tipularios”. (pág. 137).
“Ya no es necesario buscar por qué el tifus icterodes, tan común en las cercanías del mar, es tan raro en el interior de las tierras y en los lugares poco frecuentados por los insectos tipularios (pág. 140).
“Las típulas introducen en la piel su aguijón e instilan en la herida su licor venenoso… Los agentes de esta infección presentan un gran número de variedades, que no son todas dañosas en el mismo grado. La variedad zancudo bobo, con patas rayadas de blanco, es en cierto modo la especie doméstica…. “(pág. 138).
Podrían criticársele a Beauperthuy ciertas fallas en sus concepciones, particularmente su tendencia a la generalización, conforme ya hemos sugerido, y además su errónea creencia de que los mosquitos “tipularios” tomaban el veneno de la fiebre amarilla en la materia orgánica en putrefacción, en las aguas estancadas que le servían de criaderos, pero de todas manera, nadie antes que él, había inculpado con mayor propiedad a los mosquitos en la transmisión de las enfermedades. Por ello, indiscutiblemente fue Beauperthuy y el Precursor. He allí, realmente, su mayor y glorioso mérito: haber establecido dicha correlación, como también haber sido el primero que, en materia de fiebre amarilla, enfoco su mirada sobre el mosquito de patas rayadas, al cual llamó “la especie domestica”, circunstancia, esta ultima, demostrada hoy de manera exhaustiva.
Yo no creo que nadie haya tratado de oscurecer, menguar ni mucho menos usurpar la gloria de Finlay por medio de la exaltación de Beauperthuy. Cada uno tiene sus meritos intrínsecos, legítimos, que nada ni nadie, tiene derecho a tergiversar o desconocer. “lo cierto es que los grandes descubrimientos que han conmovido al mundo, desde el de la América hasta el del microbio, no han cabido nunca en el cerebro de un solo hombre, sino que han venido evolucionando, como por pases sucesivos, antes de llegar al afortunado a quien tocó exhibirlos a la luz”. “Es esta una ley general, una ley histórica” – exclama Anatole Chauffard, en su memorable lección inaugural de la Cátedra de Historia de la Medicina, y de la Cirugía, en Paris (La Presse Médicale, 20 marzo, págs... 203-204, año 1909)- antes del iniciador, antes del hombre a quien equivale el honor del descubrimiento definitivo, encontramos la huella del precursor, del inventor ignorado y con frecuencia burlado, quien ha concedido la idea, quien ha presentido o adivinado el nuevo hecho, y quien en la mayoría de los casos, no ha podido hacer oír su voz. Su hora es tardía, y muy a menudo la rama de laurel no cubre sino su tumba”.
Precisamente, el profesor Chauffard, en apoyo de su tesis, invoca el caso histórico de Beauperthuy, y desde su alta investidura, no duda en declarar, de manera categórica, que Beauperthuy no sólo es el Precursor de Finlay sino también e la era pasteuriana, considerándolo, como un autentico visionario de los tiempos modernos de la Medicina.
En una oportunidad, Beauperthuy había escrito: “Los médicos se cuidan mucho de dar su significación real a los descubrimientos hechos por sus colegas. No manifiestan sino indiferencia por las doctrinas y los escritos de sus contemporáneos”. Beauperthuy corrió inexorable la suerte del Precursor. Pere a la trascendencia de sus conceptos, estos fueron despreciados en vida por él, ignorados después de su muerte, y apenas conocidos hoy, que es cuando comienza a tejerse la rama de laurel para depositarla sobre su tumba, sobre cuya lápida bien podría grabarse a manera de epitafio: “Más grande aun que los mayores descubrimientos es el abrir el camino para los descubrimientos futuros”
He ahí la obra que yo me he impuesto; obra ardua, erizada de dificultades, sometida a las interpretaciones mas desfavorables; obra donde el investigador que asume la iniciativa, solo cuenta con el apoyo de su conciencia, mientras que, por otra parte, ha de combatir a la vez las tradiciones religiosas mal interpretadas, el veredicto negativo, desconsolador de las celebridades científicas, el designar de varios, la malquerencia de muchos, la incredibilidad de casi todos.
Luis Daniel Beauperthuy.
No ha sido Cumaná foco de amarillismo; en cambio, ha existido allí el problema de la endemia leprosa. Puede ser que dicha circunstancia, aunada a la extraordinaria inquietud científica de Beauperthuy, la cual le mantuvo siempre activo, o quizás también a causa de alguna razón sentimental, como aquella de la muerte, debido al mal de Hansen, de uno de sus amigos íntimos, acaecida en 1854, sintiéndose por ello defraudado en su profesión, lo cierto es que, ya en plena madurez de su vida, resolvió entregarse al estudio de la etiología y tratamiento de la “elefantiasis de los griegos”, en una época, en que según él mismo la declara, la mayoría de los médicos la consideraban incurable, siendo objeto los leprosos de repulsa por parte de la sociedad. Lo que al principio fue simple curiosidad intelectual o la intención generosa y firme de hace el bien, qal poco tiempo se transformó en su pensamiento único, en la pasión avasalladora de su vida, hasta el punto de que, paulatinamente, fue abandonando todas sus actividades, hasta consagrarse, por completo, al estudio de la lepra. Así, pues, sobresalen en la vida científica de Beauperthuy, dos etapas bien definidas: la primera, en relación a las fiebres, particularmente la amarilla, y la segunda vinculada exclusivamente con la lepra. Desde 1867 datan sus primeras publicaciones, en la “Gaceta Médica de Cumaná”, sobre el tratamiento de dicha enfermedad. Su extensa monografía sobre la lepra está contenida, son el titulo de “Elephantiasis”, en el susodicho libro “Travaux Scientifiques”, por encima de las deficiencias y errores propios del atrase en que para entonces se hallaba la Medicina (no olvidemos que casi un siglo nos separa del tiempo en que Beauperthuy indagaba en materia de lepra), de nuevo cabe admirar aquí ese sello de originalidad que caracteriza todas sus producciones científicas. No compartió de modo absoluto la teoría de la transmisibilidad hereditaria de la lepra, aun cuando aceptó la existencia d las heredo-predisposiciones individuales que favorecen el desarrollo de la afección en los hijos de leprosos; fue hostil al matrimonio entre los leprosos; un partidario del contagio de dicha enfermedad, u en punto a su naturaleza y transmisión, un precursor al conjeturar que los lepromas eran causados por gérmenes, añadiendo que estos procedían de la inoculación exterior, sin la cual no se desarrollaba la afección. Sin embargo, pese a la perspicacia de tales conceptos, lo descollante en la labor leprológica de Beauperthuy, dingo de la mayor admiración, no consistió tan solo en sus ideas científicas sobre el particular, sino en esa su asombrosa voluntad: “Yo había previsto que no contaría con ningún apoyo en la realización de mi obra, porque la naturaleza de la empresa, a quienes la afrontan, a pasar por visionarios o por majaderos. Además, no he formulado ninguna queja contra nadie. Solamente debo continuar, con perseverancia, la marcha por el sendero elegido por mí, cumpliendo la misión que me impuse, no obstante las calamidades inherentes y a despecho del peso de los años”. Y en esa inquebrantable fe suya, en ese optimismo irreductible que le acompañó hasta la muerte enpro de la curación del terrible mal, “Si, lo digo con plena confianza, la lepra es curable”. Confirmata elephantiases curatur. Este aforismo es mas consolador y verídico que el de Lhuillier”….
“Figurabanse el Dr. Beauperthuy –símil de un panegirista suyo- viejo ya, en este laboriosísimo trabajo en bien de la afligida humanidad, al anciano Laoconte en lucha desesperada con las sierpes, en defensa de sus hijos; o al gladiador antiguo, solo en el circo, rodeado de fieras; y luchando solo contra todas y cayendo vencido, no por falta de energía y de animo sino herido por la fatalidad”:
Al igual que en el caso de la fiebre amarilla, el estudio y las observaciones de Beauperthuy se extendieron por varios años, hasta que después de un intenso y prolongado trabajo, lejos de ser siempre grato por cuanto hubo de luchar contra los prejuicios populares, y también, como él decía, con la ignorancia de los sabios, obtuvo su fruto al idear un tratamiento personal de la lepra, imposible de describir aquí en toda su extensión, pero en el cual el elemento original constistia en las cauterizaciones con aceite preparado con el fruto del merey (Anacardium occidentale).
En tanto que sus primeros trabajos referentes a la fiebre amarilla y los insectos tipularios, pasaron desapercibidos, sin pena ni gloria, muy distinto fue el resultado en el caso de la lepra. Súbita esperanza resplandeció en el mundo dantesco de los afectados por el espantoso mal y según es fama, la noticia del método terapéutico de Beauperthuy se esparció por doquiera, siendo puesto en práctica en numerosos y lejanos países tales como India (Bombay, Madras), Noruega, etc., trayendo como consecuencia que los servicios del autor fueron muy solicitados en las Antillas Occidentales y en Sur América.
Una ráfaga de celebridad cayó sobre el sabio médico de Cumaná, dando por resultado que el Gobierno de Trinidad, y luego el Colegio de Médicos de Londres, enviaran en 1868, al doctor Bakewell y el de Francia al doctor Brassac en 1869, para que examinaran y rindieran un informe acerca del nuevo tratamiento descubierto en Venezuela. Bakewell y Brassac llegaron a un acuerdo con Beauperthuy, y el 20 de mayo de 1869, firmaron entre ellos en convenio, cuy articulado constituye, por si mismo, un monumento a la pura glora de Beauperthuy, pues, en gesto de nobleza y desprendimiento, convino en comunicar a dichos delegados los detalles de su método terapéutico para que lo experimentasen en sus lugares de origen, sin ningún interés monetario inmediato, reservándose solo la posibilidad de una recompensa, por parte de los gobiernos en referencia, únicamente en el caso de que el procedimiento resultase exitoso.
Confiesa el doctor Brassac, en el informe de su viaje, que durante su permanencia en Cumaná, observo que Beauperthuy tenia bajo su cuidado inmediato de 20 a 25 enfermos, número suficiente como para ocupar todo su tiempo y que no solo había renunciado a la clientela particular, sino que siendo aquellos enfermos indigentes, los mantenía a sus propias expensas, suministrándoles los alimentos y objetos materiales de primera necesidad.
El verdadero sabio salva su vida en el momento de perderla.
Epicteto.
Tal fue Beauperthuy el Leprólogo, el mismo que en 1870, en su hermoso y sublime gesto de sacrificio, abandonó comodidades, el afecto de la familia y el amor de la patria chica para irse a atender el llamado de la Guayana Inglesa. “Yo sé que tengo un deber que cumplir – fueron sus palabras de autentico cruzado – Yo cumpliré hasta l ultimo la misión que me he impuesto, misión que un Gobierno esclarecido y humanitaria ha tenido la generosos idea de proteger..” Y así fue – según el brillante comentario del doctor Arturo Guevara- porque Beauperthuy tuvo la honradez de conciencia con que el afán de la búsqueda desinteresada fanatiza de entusiasmo a los ungidos de vocación científica. Y lo mejor de su gloria es el coraje con que este gran voluntarioso de la acción, abandona familia e intereses para irse a servir la jefatura de un leprocomio en Demerara y desarrollar en grande escala su terapéutica de la lepra….Marcha heroica y consiente, nutrida de celo y optimismo puritano…”.
Los detalles de la etapa final de Beauperthuy pueden consultarse con provecho en el magnifico articulo de Casey A. Wood, publicado en 1922, en la Revista “Annals of Medical History”. Beauperthuy llegó a Demerara en los primeros días de febrero de 1871, y después de previos arreglos con las autoridades locale4s, se encargó del hospital de leprosos, especialmente edificado para el ensayo de su tratamiento, situado en la isla Kaow, en la confluencia de los ríos Mazaruni y Esequibo.
“Desde el 11 de este mes he llegado a la residencia que me está destinada para vivir – le escribía a su esposa, con fecha 19 de febrero (carta inédita). Es un lugar sano, bien ventilado. La casa que habito es grande pero presenta poca comodidad para una familia tan larga como la mía. En el caso que resuelva reunir mi familia a mi lado tendrán que fabricar una casa más grande. Los enfermos habitan en una isla vecina carca de una milla de mi casa de habitación. Ellos están ya en curación. Son dóciles, nada les falta, tiene buenos alimentos y buena asistencia.
Desde que estoy aquí tengo el espíritu tranquilo. El Gobierno de Demerara y los habitantes favorecen mi empresa, y estaría feliz sino fuera por la separación de mi familia. Sin embargo, espero que Dios, que me ha favorecido tanto en mi empresa, nos facilitará pronto los medios de vivir todos juntos. Me prometo los mejores resultados de mis trabajos. Los enfermos no podrán cometer ningún desarreglo, lo que sucedía con frecuencia en Cumana”.
Beauperthuy no supo cual fue el destino de sus heroicos esfuerzos. Falleció a los seis meses de haberse instalado en Demerara. A pocos años de su muerte el sistema era abandonado en vista de su ineficiencia comprobada. Ya lo había enunciado Brassac:
“Cualquiera que sea el provenir de su obra, bien sea perdurable o perecedera, debemos a la memoria del Dr. Beauperthuy, una merecida justicia. Nuestro colega ha contribuido vivamente por medio de sus investigaciones y mediante sus tenaces yperseverantes ensayos acerca del tratamiento de la lepra, a restablecer la atención de los médicos de su época hacia el estudio de dicha enfermedad, y aun cuando los resultados obtenidos sean de escaso alcance, será siempre un gran honor para él haberle dedicado una larga existencia a las investigaciones de ese genero y al alivio de los leprosos” (Informe al Director del Interior de La Guadalupe, año 1872).
Beauperthuy “sucumbió en medio de su grande lucha”. En su prístina campaña había sido el Precursor, en su última empresa habíase comportado como un autentico abanderado. Falleció súbitamente, a las cinco horas de la mañana del día 7 de septiembre del año 1871. Las noticias de su deceso y entierro fueron dadas por el periódico local “The Colonist”, en los términos siguientes:
“Es con extremo pesar que anunciamos la muerte repentina por apoplejía del Dr. Beauperthuy, en el Establecimiento para Leprosos de la Isla Kaow, donde se encontraba, aplicando su método de tratamiento de la lepra *. Según parece, el Doctor dormía en su hamaca, cuando los estertores de su respiración llamaron la atención de la señora Beauperthuy, esposa de su sobrino, quien vivía con él. Trató, sin lograrlo, levantar al Dr. Beauperthuy, en pocos minutos murió, sin poder hablar o reanimarse.
“La noticia de la muerte del Dr. Beauperthuy fue trasmitida al Establecimiento Penal tan pronto como fue posible y el Capitán Tayford llevó a efecto inmediatamente lo necesario para los preparativos del entierro. El señor Julio Beauperthuy decidió que los restos de su tío fuesen enterrados en Bartica Groce. Mas tarde, a exigencias de su Excelencia el Gobernador, el cadáver fue exhumado y enterrado en el bello cementerio de los Oficiales, en el establecimiento Penal. El cortejo fúnebre fue presidido por el Gobernador de la Colonia, el Justicia Mayor e incluía el Superintendente y los Oficiales principales del Establecimiento.
Señores!
Henos aquí al término de esta conferencia bajo la impresión de que apenas hemos bosquejado una vida, cuya memoria debe ser rescatada y presentada ante el juicio imparcial de los hombres de ciencia. Un médico que por su solo esfuerzo personal se adelantó en casi medio siglo a su tiempo, merece, incuestionablemente, la consagración universal. No pedimos ninguna gracia. Que se profundice en el estudio pleno de su vida, con el verdadero sentido de la critica histórica, para ratificar así, definitivamente, ante propios y extraños, ante admiradores y detractores, los caracteres de su extraordinaria personalidad y los meritos de sus originales contribuciones científicas. De todos modos, nos resistimos, en aras de las glorias patrias, a que el nombre de Beauperthuy continúe por más tiempo sumergido entre brumas y sombras.
También el nombre y la obra de Finlay permanecieron intrascendentes durante una época, pero lo cierto es que la patriótica labor de los escritores de su tierra ha logrado reivindicar y universalizar el genio del investigador cubano. Beauperthuy tiene el mismo derecho. Sobre su lejana tumba, que debería estar en la tierra preferida y amada por él, coloquemos la ofrenda, emocionada y justiciera: la Biografía de Luis Daniel Beauperthuy, escrita por un venezolano y patrocinada por el Gobierno Nacional. Señores.