El alivio de las dolencias y la lucha contra la enfermedad nacieron con los primeros hombres y fueron guiados en su comienzo por actos puramente instintivos, tal como lo hace, ciertos animales que se sienten atraídos hace determinadas plantas dotadas de propiedades purgantes, sedantes, etc.
El hombre empleó, para aliviar a sus semejantes, plantas, minerales y sustancias de origen animal. El tuvo que aprender cuáles eran las substancias que podían ser utilizadas para su alimentación y cuáles no lo eran y, de estas observaciones diarias, sacó la conclusión de que ciertas dolencias podían ser aliviadas mediante el empleo adecuado de determinados productos naturales.
Aparecieron los primeros curanderos, individuos que poseían cierta habilidad para imponerse a sus semejantes, pero cuyos conocimientos no pasaban de ser un conjunto de supersticiones. Las invocaciones a las divinidades, los encantamientos, la lucha contra los demonios, los métodos empíricos basados sólo en efectos casuales, fueron los primeros pasos que dio el hombre en ese combate sempiterno contra sus dos enemigos implacables: el dolor y la muerte. El verdadero origen de las prácticas supersticiones empleadas por los pueblos primitivos para tratar a sus enfermos reside únicamente en la teoría elaborada por ellos respecto a la causa de las enfermedades. Entre los primitivos existía la creencia casi universal de que la enfermedad era debida a la “posesión” del paciente por espíritus malignos o por el espíritu de un enemigo. Otra teoría que prevalecía entre muchas tribus primitivas y entre las primeras civilizaciones, es aquella que consideraba a la enfermedad como un castigo.
En el primer caso, el tratamiento consistía en administrar al paciente brebajes malolientes o realizar ciertas prácticas estrambóticas, para desalojar al espíritu maligno; en el segundo cas, era necesario apaciguar a la ira divina, mediante sacrificios y prácticas ceremoniales.
Los conocimientos terapéuticos de los puebles primitivos eran transmitidos verbalmente de generación en generación.
La Medicina mágica atribuyó la enfermedad a causas sobre naturales y sus métodos tendieron siempre a combatir las influencias malignas.
La serpiente, que reside en las profundidades de la tierra, fue considerada como guardián de la voluntad de los muertos, el ave que cruza el espacio fue vista como mensajero d los Dioses, ciertos animales fueron declarados sagrados y recibieron culto. El “mal de ojo”, como causa de enfermedad y desgracia, encuentra también su sitio en esa atmosfera de misticismo y superstición.
El estudio de los métodos terapéuticos empleados por el hombre al través del tiempo es verdaderamente apasionante puesto que parece que todas las mejores actividades hubiesen girado siempre en torno a una sola preocupación: la curación de los males.
La terapéutica de las primeras civilizaciones fue también teúrgica y empírica. Cada una de estas antiguas civilizaciones nos ha legado la suma de sus conocimientos en lenguaje escrito. Existen actualmente siete papiros médicos que han podido ser traducidos e interpretados. Entre ellos, debe hacerse especial mención del “Papiro de Ebers”, del “papiro de Brugsch” del “papiro de Edwin Smith” y del “papiro de Kahun”.
El Papiro de Ebers fue descubierto en Lukson, en 1873 y se encuentra actualmente en el museo de la Universidad de Leipzig. Se cree que fue escrito entre 1553 y 1550 antes de Jesucristo, y contiene una colección de losmejores textos de la época.
El papiro médico de Kahun fue descubierto por Sir Flinders Petrie en el “Faiyum”, en 1889; se supone que fue escrito entre los años 2000 y 18090 antes de Jesucristo y trata de ginecología. El papiro de Smith es tal vez el mas antiguo y nos da una idea bastante clara de lo que era la medicina egipcia. Este papiro fue escrito alrededor del año 1700 antes de Jesucristo pero, según parece, es una copia e un manuscrito del año 3000 a J.C. Adquirido en Luksor en 1862, fue entregado a la Sociedad histórica de Nueva York por la hija de Smith, en 1906. Breasted comenzó a estudiarlo en 1920, y en 1930 publicó su traducción, en colaboración con Luckhardt.
Hearst supone que el papiro de Brugsh fue escrito alrededor del año 1200 antes de Jesucristo. Todos estos documentos históricos contienen un gran número de recetas; el de Ebers contiene más de 700. Los remedios más usados por los egipcios parecen ser: la miel, el aceito, los higos, los dátiles, las cebollas, el ajo, la levadura, varias clases de cerveza, la mirra, el aloes, la lechuga, el opio, el crocus, las vísceras y excrementos de varios animales, el aceite de ricino, etc. Los medicamentos eran usados bajo forma de purgantes, de vermífugos, de ungüentos, de emplastos, de píldoras, de decocciones, de infusiones, de maceraciones, etc. Las direcciones para su empleo eran complicadísimas y, como es natural, no podían faltar entre ellas las indicaciones para el tratamiento de un mal que siempre ha preocupado y sigue hoy preocupando a los hombres: la calvicie.
Las ceremonias rituales desempeñaron un papel importante entre los medios terapéuticos empleados por los Hebreos cuyos remedios eran esencialmente mágicos. En el tercer libro de Moisés, llamado comúnmente “Levítico”, encontramos las leyes dictadas por Jehová para el tratamiento de diversas enfermedades que siempre son consideradas como castigo divido. En este mismo texto se encontrarán las medidas higiénicas puestas en práctica por el pueblo hebreo. El pueblo de Israel no tuvo médicos profesionales; el arte de curar estuvo siempre encomendado a los sacerdotes; las prácticas rituales desempeñaron un papel importantísimo pero, al lado de esta terapéutica mágica, floreció también la terapéutica empírica. En el “Libro segundo de los Reyes” (cap. XX, V. 7), encontramos las siguientes palabras: “Y dijo Isaías: Tomad masa de higos. Y tomándola, pusieronla sobre la llaga y sanó”.
En el libro de las profecías de Isaías encontramos una alusión al tratamiento de las llagas, de las heridas y de la hinchazón; en efecto, el versículo 6, capitulo 1º dice así: “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en el cosa entera: herida, hinchazón y llaga podrida: no son curadas, ni vendadas, ni ablandadas, con aceite”
Puede decirse que la medicina y la terapéutica hebraicas fueron influenciadas fuertemente por la medicina egipcia y por la medicina asirio-babilónica.
Muy escasos son los vestigios que aún se conservan de la terapéutica empleada por los médicos de la Persia antigua. Sin embargo, en el “Zendavesta”, se pueden encontrar datos interesantísimos respecto al estado de la medicina y del arte de curar.
Las prescripciones y ceremonias rituales del antiguo Irán, particularmente aquellas que tienen por objeto alejar el demonio maligno causante de la enfermedad, se hallan descritas en el “Vendidad”, sexto libro del “Avesta”. Se trata principalmente de prácticas de purificación muy semejantes a las que se encuentran en el “Levítico”.
La terapéutica hindú consistió principalmente en prescripciones dietéticas, pero los médicos de la península, Cisgangética conocieron también el uso de varias plantas medicinales y practicaron la sangría. La administración de grasa, ya fuese por vía interna, ya por la vía externa, gozó de gran prestigio en la India primitiva. Los purgantes, los clisterios y los vomitivos fueron también usados. Los ungüentos así como los baños de vapor alcanzaron gran renombre como agentes terapéuticos.
El estudio de los conocimientos farmacológicos y terapéuticos de la China antigua merece un especial interés. De acuerdo con algunas leyendas, el emperador Shin Nong (c. 2800 a J. C.) cultivó varias plantas medicinales y describió en un libro las propiedades de un centenar de remedios. Este libro sirvió de base a un célebre tratado en 52 volúmenes que se conoce con el nombre de “Pen Tsiao Kang Mu”; en esta obra, publicada a mediados del siglo XVI, se describen unos dos mil medicamentos.
Durante el reino del emperador K’ang Hsi, en el año de 1700, se comenzó la compilación de una gran enciclopedia cuyo titulo puede ser traducido: “Escrito imperial sobre el arte medico, el espejo de oro”. Este tratado reúne los escritos de varios autores antiguos de la dinastía de Han (206 a J. C. a 200 de J. C.) y fue publicado por vez primea en 1774.
La acupuntura alcanzó un sitio preponderante en la terapéutica china; su práctica comenzó en el año 2700 a J.C. y se ha conservado hasta nuestros días.
A través de Corea, la medicina china se extendió al Japón y desalojó las prácticas de los antiguos médicos japoneses. En las postrimerías del siglo XV, un grupo de médicos nipones, encabezados por Nagata Tukouhon, reaccionó contra la influencia china.
En el siglo XVI, comenzó la penetración de la medicina europea en el Japón; este periodo, conocido con el nombre de “Yedo” puso fin a la medicina mística.
Toda la suma de los conocimientos médicos de las antiguas civilizaciones debía servir de base al desarrollo de la medicina griega. Ahora bien, si las antiguas civilizaciones influyeron sobre el gran civilización helénica, esa influencia no impidió la formación de un criterio y es así que los médicos griegos, aunque penetrados de los conocimientos orientales, supieron sin embargo, romper los vínculos de las antiguas tradiciones, abandonando el dogmatismo místico e imponiendo el razonamiento filosófico.
En la mitología griega, Asclepios o Esculapio (forma latinizada), hijo de Apolo y discípulo de Quirón fue considerado como el dios de la medicina; en toda la Grecia se le edificaron santuarios en los cuales residían sacerdotes bajo cuya dirección se llevaban a cabo prácticas mágicas, sugestiones, curas dietéticas, baños y masajes.
Los albores de la filosofía griega marcaron la primera etapa de la medicina científica. La observación, la experiencia y la práctica del razonamiento crítico se extendieron al campo de la medicina y de la terapéutica.
Al lado del medico que diagnosticaba la enfermedad y prescribía el tratamiento, surgió el “rizotomo” (cortador de raíces) , ayudante del medico quien a indicación de éste, cortaba las plantas medicinales y preparaba los medicamentos. También existían entonces “farmacópolos” que preparaban y vendían varias clases de medicamentos; “migatópolos” y vendedores de mixturas; “miropeos” o fabricantes de ungüentos, y otras profesiones similares. Todas ellas, y especialmente la del “farmacópolo”, pueden considerarse como precursores de la profesión del farmacéutico moderno.
Los escritos de los rizótomos probablemente fueron una de las más importantes fuentes para la obra de Dioscórides de Anazarbo, considerado como el “padre de la Farmacología”. Este autor, quien vivió en el siglo I d. C., recopiló en su obra. “De Universa Medicina”, los medicamentos más importantes conocidos en su época, describiéndose sistemáticamente y dando indicaciones para su preparación.
Alrededor del año 460 a J.C., nació en la isla de Cos la figura más notable de la medicina helénica: Hipócrates IV, el “·Padre de la Medicina”. Hipócrates enseñó que la enfermedad puede ser atribuida a causas naturales y que por lo tanto debe ser tratada con remedios racionales y no mediante oraciones u otras prácticas supersticiosas. Los escritos hipocráticos mencionan más de 400 remedios y el principio fundamental de su terapéutica fue el de ayudar a la naturaleza en su acción curativa.
“Nouson physeis ietroi” (las fuerzas naturales son los médicos de la enfermedad), dice en el libro de las Epidemias, y en esa misma obra expresa las ideas siguientes: “La naturaleza encuentra por sí misma las vías; queda sin enseñanza, nada ha aprendido y sin embargo cumple su deber”.
Consideraba Hipócrates que la naturaleza misma constituye la fuerza que cura las enfermedades y que el medico, por lo tanto, debía abstenerse de intervenir, hasta tanto la enfermedad haya llegado a cierto estado de “maduración”. Dicha maduración constituía la “indicación” para la aplicación de ciertos medios terapéuticos tendientes a facilitar una “crisis” favorable.
El arsenal terapéutico empleado por Hipócrates fue bastante redujo, limitándose por lo regular a la administración de sudoríficos, purgantes, enemas, eméticos y revulsivos. Es interesante que en el “Corpus Hipocraticum”, la palabra “fármaco” es usada como equivalente de “remedio purificador”, es decir purgante, emético, etc.
La obra de Hipócrates fue copilada, divulgada y aplicada por la célebre Escuela de Alejandría, encaminándose por senderos de un notable objetivo científico. Este culminó en la llamada “Escuela empírica”. (Siglo I a. d. C.), cuyos miembros tenían por norma limitarse a la observación objetiva del enfermo, evitando toda especulación teórica, especulación que había de resultar tan funesta para el progreso de la Medicina en los siglos sucesivos.
Lógicamente, en la evolución de la Farmaco-terapéutica, el periodo empírico habría debido ser seguido por la experimentación sistemática y objetiva, a fin de estudiar en sus detalles los efectos producidos por los medicamentos y sacar de allí las conclusiones correspondientes acerca de su mecanismo de acción. Sin embargo, a este progreso lógico y necesario se opusieron, en el curso histórico de la Medicina, dos obstáculos: el concepto mágico y la especulación teórica. Ambos podrían reunirse bajo un solo denominador: Interpretación subjetiva de la enfermedad, a expensas de la experimentación objetiva.
La Medicina mágica nació de la empírica en los pueblos primitivos y se mantuvo intacta a través e las primeras civilizaciones, ella debe su origen, a aquella cualidad tan característica del espíritu humano que anhela encontrar explicaciones adecuadas para los fenómenos observados en su alrededor.
En este mismo sentido, se opusieron al progreso de las ciencias médicas, las estériles especulación teóricas a que los médicos se dedicaban por muchos siglos.
De esta manera el concepto hipocrático de la terapéutica fue degenerando lentamente hasta perder su vivacidad y culminar en un formulismo rígido que desconoce la observación y no pasa de ser un mero objeto de interpretación de las palabras, característica esta de las doctrinas escolásticas y los que trataron de interpretar los textos del Maestro de Cos, desconociendo la observación y haciendo caso omiso del don sublime de la inteligencia, se perdieron en divagaciones estériles acerca de la interpretación verbal de sus escritos.
Pasemos por alto la evolución de la terapéutica en el transcurso de las primeras civilizaciones itálicas, se llega de una vez al más ilustre de los escritores médicos latinos;
Aulus Cornelius Celsus. Su obra completa el “De artibus”, abarcó todas las ramas del saber y e sexto libro de esta enciclopedia, el “Dere medica”, versó sobre medicina. Se supone que la obra fue redactada entre los años 25 y 35 d. J.C, durante el imperio de Tiberio. En la obra de Celso, la terapéutica está dividida en tres partes: dietética, farmacéutica y quirúrgica, división ésta que cuada con el concepto teleológico que clasifica a las enfermedades según los agentes terapéuticos que puedan curarlas.
Hacia la primera mitad del siglo I. d. J.C., florecieron en Roma las escuelas neumáticas y eclécticas, a esta época pertenece Areteo de Capadocia que vivió en Alejandría y publicó varias obras de medicina entre las cuales cabe mencionar una que se titula: “De la Terapia”. En esa misma época aparece una obra de sumo interés, el primer tratado de materia médica que contiene todos los remedios mas importantes con sus propiedades y descripción de su preparación; es el célebre tratado “De universa medicina”, escrito por Pedaneo Dioscorides, natural de Anazarbo, medico insigne, cuyos conocimientos farmacológicos y terapéuticos han pasado de generación en generación.
Al principiar el siglo II d. J.C., el estado de las ciencias médicas es verdaderamente caótico; las discusiones estériles acerca de la interpretación verbal de los textos han hecho reinar una gran incertidumbre: lalucha entre los herofilistas y los erasistráticos, entre los solidaristas y los atomistas, entre os metódicos y los ecléticos no hacen otra cosa que acentuar la inseguridad de las doctrinas imperantes. El aporte de un sistema basado en la observación y en los datos suministrados por la experimentación y sometido a un análisis critico inteligente se hacia cada día más necesario. Cupo a Galeno el merito de ser el hombre designado para llevar a cabo tan ardua labor. La terapéutica galénica fue limitada y prudente; a su estructura de corte hipocrático añadió el concepto de “contraria contrariis curantur”, según el cual cada enfermedad debe ser combatida por agentes que engendren efectos contrarios; la acción de los agentes terapéuticos fue dividida en cuatro gados.
Gracias a sus numerosos viajes por Grecia y Asia Menor, Galeno pudo compilar una copiosa documentación que le permitió publicar varias obras muy célebres. En algunas describe la forma y la preparación de todos los agentes que constituyen el arsenal terapéutico de aquella época.
El sistema galénico es muy complejo, pero se puede decir que se caracteriza por los dos hechos siguientes; su filiación hipocrática y su dogmatismo especulativo que, sobre una base filosófica aristotélica, construye una ciencia médica dogmatica e infalible.
Galeno basó su obra en la de Hipócrates, reconociendo como requisito fundamental, la observación objetiva del enfermo. Llevó este postulado al punto de hacer disecciones anatómicas y realizar experimentos ingeniosos sobre animales.
Por otra parte, Galeno dio origen a una especulación dogmatica que influenció profundamente la Medicina y también la Terapéutica por siglos y siglos hasta llegar a épocas muy recientes.
Galeno aceptó los cuatro “humores”, postulados por Hipócrates: la sangre que es caliente y húmeda; la pituita o flema que es fría y húmeda; la bilis que es caliente y seca y la atrabilis, o bilis negra, o humor melancólico que es frio y seco. Pero Galeno fue más allá de Hipócrates; él atribuye estas mismas cualidades también a los medicamente. De espíritu más activo que Hipócrates, su terapéutica se hace más intervencionista que la hipocrática.
Imbuido de su propia infalibilidad, Galeno combatía violentamente las teorías de otras Escuelas Médicas, tratando al mismo tiempo, de reforzar sus propias ideas dogmaticas por medio de experimentos casi pueriles. Para demostrar, por ejemplo, que el vinagre es un medicamento “frio”, recomiendo colocar una esponja embebida de buen vinagre, sobre la piel de un idiota, preguntándole luego qué es lo que siente. Como el idiota no se deja sugestionar, él contestará la pura verdad; y esta contestación será que siente frio.
Es interesante recordar que todavía hoy, después de 18 siglos, el concepto de la cuatro clases galénicas de los medicamentos priva en muchas mentes del pueblo. Es difícil que un sujeto resfriado tome un purgante salino, porque según la creencia popular, la sal es fría y, por lo tanto, no se puede administrar en una enfermedad ocasionada por el frio. Hasta hay personas que se niegan a tomar quinina o atebrina durante un acceso febril palúdico, ya que dichas drogas serian “calientes”.
Esa era tenebrosa que siguió al derrumbamiento del Imperio Romano de Occidente no fue propicia al adelanto de las ciencias médicas; los comentarios del dogma cristiano ocuparon totalmente a las mejores inteligencias, y el estudio de la medicina sólo conoció el desprecio de parte de los Ascetas, paralizándose así todo esfuerzo creador. Sin embargo, las doctrinas hipocráticas fueron preservadas por los secuaces de Nestorio, patriarca. De Constantinopla, quien, condenado como hereje, sufrió la pena del destierro y murió en Egipto, en el año 440. Los nestorianos fundaron las escuelas de Nisibis y de Edesa y difundieron por el Oriente los conocimientos helenísticos. Las filas de los nestorianos fueron engrosadas por la llegada de los últimos filósofos paganos, expulsados por Justiniano quien, con esta y otras medidas quería asegurarse el apoyo del Papado para llevar a cabo la máxima ambición de su vida; la reconstitución del gran Imperio Romano y la unidad del mundo cristiano bajo la autoridad imperial.
Viene luego la victoria de los Mahometanos; las fronteras del Islam son desplazadas con rapidez vertiginosa y entonces los conquistadores comprenden el provecho que sacarán al apropiarse la civilización de los países conquistados. Surgen dos centros principales de atracción: Bagad, que llegará a ser el máximo centro de la enseñanza médica, y Córdoba, con su famosa biblioteca.
Enriquecidos por los conocimientos médicos de los griegos, los médicos árabes aportan a su vez multitud de prácticas empíricas y el uso terapéutico de varias plantas medicinales. Rhazéz, nacido en Persia, se traslada a Bagdad en donde adquirirá fama como médico y como maestro, dejando más de doscientos libros entre ellos, una enorme enciclopedia de Terapéutica, el “Al Hawi”, conocido en castellano con el titulo de “El Continente”.
Avicena, tal vez el más célebre de los médicos de su época, nacido también en Persia, lega a la posteridad su magnifica obra: “Canon de la Medicina”, obra ésta dividida en cinco libros, de los cuales el quinto es un tratado de Farmacología.
Cada libro está dividido en varios tratados particulares (Los “fen”); el último “fen” del primer libro es un tratado de terapéutica general.
Albucasis, Avenzoar y su amigo y discípulo Averroes, el judío Maimonides y otros muchos, se destacaron durante aquella era de florecimiento de la civilización árabe.
El aporte de los árabes en el campo de la Farmacología y de la Terapéutica es algo asombroso y señala un enrome progreso. Uno de los mejores compendios de materia medica de ese periodo es sin duda alguna, la obra que lleva por titulo “Cuerpo de los Simples”, escrita por Ibn el Baitar.
Según Arturo Castiglioni, “la Farmacología comienza su vida científica con los árabes, dada la particular tendencia de éstos a las investigaciones químicas y la gran producción de drogas preciosas de Oriente, por cuanto las tradiciones de Persia en la preparación de perfumes y substancias colorantes contribuyen a llevar a un alto grado de perfección las preparaciones farmacéuticas árabes…”
La organización de las monarquías occidentales, así como la implantación del poder temporal de la Iglesia Católica establecen una nueva cultura que se caracteriza por un hondo misticismo. Las ciencias médicas deben someterse al dogma imperante, y es así que vemos florecer nuevamente una serie de supersticiones que recuerdan mucho las prácticas primitivas del arte de curar.
El culto terapéutico de las reliquias, las invocaciones a los santos protectores, la cura de la escrófula por el toque de la mano real, la administración de brebajes preparados con hierbas cultivadas en los monasterios, y otras prácticas semejantes son los medios empleados por una humanidad doliente, cegada por el fanatismo que no puede hacer uso libre de sus facultades intelectuales por el temor constante en que vive, temor éste bien justificado, ya que todo el que tienda a apartarse del dogma corre el riesgo de pagar con su vida semejante osadía.
Durante todo este periodo de profunda ignorancia y de superstición, una variedad considerable de substancias repulsivas fue empleada para procurar el alivio de las dolencias; es así que la carne de víbora, el polvo de momias, el musgo que nace sobre el cráneo de un ajusticiado, la tierra de las tumbas, los excrementos de los animales, etc., fueron ingeridos por los infortunados pacientes que creían en la mayor actividad curativa de un remedio cuando mas repulsivo fuese éste.
Sin embargo, en medio de tanta ignorancia y confusión, destacáronse dos centros de enseñanza que permitieron la reorganización de la cultura medica: el uno fue la célebre escuela laica de Salerno que logró alcanzar un merecido prestigio, y el otro fue la escuela de Montpellier.
Constantino el Africano (de Cartago), Nicolás Salernitano, autor del célebre “Antidotario”, Saliceto, Ruggiero y otros, fueron figuras sobresalientes de la escuela de Salerno. Guy de Chauliac y Henri de Mondeville enseñaron en la escuela de Montpellier.
Los catalanes Raimundo Lulio y Arnaldo de Villanova se hicieron célebres por la originalidad de sus ideas. El “De viribus herbarum”, poemas en versos latinos y uno de los herbarios más antiguos, atribuidos a Macer Floridus, fue escrito probablemente por el medico francés Odor de Meudon hacía el año de 1130. Las virtudes curativas de sesenta piedras fueron descritas por el obispo Marboldo en su obra “Lapidarius”.
En resumen, la terapéutica del Medioevo, fue esencialmente teúrgica y monástica; las prácticas místicas y supersticiosas se acompañaron de procedimientos empíricos entre los cuales cabe mencionar muy especialmente el uso de la triaca (teriaca o triada), remedio afamadísimo, compuesto de innumerables medicamentos y cuya formula variaba según las épocas y los lugares. La influencia de los astros desempeñó también unpapel preponderante en la terapéutica medioeval.
Aquella gran revolución social, artística y científica que se llama Renacimiento, trajo progresos también a la Farmaco-terapéutica. Algunos espíritus, ya liberados de las cadenas del oscurantismo medioeval, trataron de rebelarse contra la hegemonía única y suprema de las teorías de Galeno. Así, Argentieri, condena como mentirosas y falsas las doctrinas de aquella máxima autoridad medica.
El desarrollo considerable de las distintas ramas de las ciencias medicas durante el Renacimiento, así como la introducción de vegetales exóticos por los grandes descubridores y el desarrollo de la alquimia, promovieron una verdadera revolución en el arte de curar. A Teofrastus Bombastus von Hohenheim, se debe la introducción de las substancias químicas en terapéutica. Natural de Einsiedeln (Suiza), estudio en Basilea y viajó mucho por Italia y Alemania, dándose a conocer bajo el nombre de “Paracelso”.
Paracelso reaccionó violentamente contra el galenismo, pero, desgraciadamente, su pedantería y su orgullo le condujeron a un dogmatismo ilimitado; defendió la doctrina de las signaturas, partiendo de la idea de que todos los medicamentos llevan el color y la forma de los órganos o de las enfermedades para cuyo tratamiento están indicados.
Con gran acierto observó Sudhoff que Paracelso fue un “quimiopatólogo y un vitalista2.
Al Renacimiento pertenece también Jerónimo Fracastoro, quien se destacó por sus estudios sobra la sífilis.
Pedro Andrés Mattiolo, natural de Siena, médico de Fernando I y de Maximiliano II, dedicó especial interés al estudio de las plantas y de sus propiedades medicinales.
Estudió y comentó la obra de Dioscórides y publicó un libro de Farmacología que sirvió de texto durante dos siglos.
El siglo XVII, el “siglo del genio”, como se le suele llamar, se caracteriza por el desarrollo y adelanto de todas las ramas del saber humano; el perfeccionamiento de la química y de la física, principalmente de la mecánica y de la óptica traen consigo un adelanto considerable de la experimentación biológica. Los descubrimientos anatómicos se suceden con velocidad asombrosa, la fisiología experimental nace de ellos y las ciencias médicas se individualizan, pero desgraciadamente, La terapéutica no avanza mucho y, hecho notable bajo todo punto de vista, este atraso se debe en gran parte al exceso de agentes terapéuticos descritos en los formularios. Es el reino de la “polifarmacia”; las formulas son innumerables y complicadísimas, pero su eficacia es dudosa y la terapéutica pobre. La introducción en terapéutica de la quina es uno de los sucesos más notables del siglo XVII.
Sin embargo, fue solamente la postulación del método experimental como requisito indispensable de toda investigación, la que trajo a la Terapéutica el impulso inicial que habría de transformarla en una Ciencia y hacer posible su actual progreso. Si prescindimos de numerosos precursores que a partir de la época del Renacimiento hacían ocasionalmente experimentos en animales, podemos decir que quien demostró la necesidad absoluta de una experimentación metódica, fue Marcello Malpighi (1628-1694). Malpighi no solamente experimentó e investigo sistemáticamente, sino que lucho enérgicamente contra los galenistas para sostener su principio. Declaró que los medicamentos solo podían ser administrados con provecho, si eran aplicados de acuerdo con indicaciones concretas, y exigió que no se tratara de impedir, sino que al contrario se favoreciera toda investigación tendiente a explicar el mecanismo de acción de dichos medicamentos.
En la mismo época, Redi realizó experimentos sobre la acción del tabaco, y muchos otros más. Wepfer investigó los efectos tóxicos producidos por la nuez vómica, la belladona, el acido cianhídrico y otras drogas mas.
Sin embargo, los galenistas aun se mantenían en sus posiciones. Combatían toda experimentación y restaban valor a toda doctrina que no estuviese basada en la lógica aristotélica. Los espíritus más insignes del pensamiento humano se burlaban de la docta fraseología con que los médicos de su época trataban de tapar su profunda ignorancia. Recordemos la graciosa escena de la comedia “El enfermo imaginario” de Moliére, escena en la cual el “inteligente bachiller” es interrogado por el “docto” doctor acerca de las razones y las causas por las cuales el opio hace dormir a la gente. A lo cual el bachiller responde:
Quia est in eo
Virtus dormitiva
Cojus est natura
Sonsus assoupira
Pero ya estaba abonado el terreno sobre el cual había de florecer la moderna Farmacología, es decir aquella Ciencia que no solo es descriptiva como la vieja y meritoria Materia Farmacéutica, sino que trata de investigar como y por qué actúan determinados compuestos químicos sobre los distintos órganos y sistemas del organismo.
Hacia fines del siglo XVIII, un número de sabios investigadores y observadores de la naturaleza, hizo luz sobre una serie de hechos que deben considerarse como fundamentales para el desarrollo de las ciencias biológicas y, en particular, de la Farmacología. Spalanzani refutó por primera vez la doctrina de la generación espontanea, descubrió la acidez del jugo gástrico, desarrolló la morfología experimental. Lavoisier descubrió el oxigeno.
El empleo de la Digital para el tratamiento de la “hidropesía” fue un suceso clamoroso acaecido en el siglo XVIII. Withering, médico y botánico de Birminghan, fue el primero en publicar un libro acerca de los usos terapéuticos de esta planta, en el año 1785.
El siglo XIX conoce el auge de la experimentación: los gobiernos dedican especial interés a la ciencia; la técnica instrumental progresa de una manera asombrosa; es la era de la Fisiología experimental, es la era de los grandes descubrimientos científicos; la Bacteriología, en manos de Pasteur y de sus discípulos, alcanza su apogeo, la Histología y la Citología utilizan los adelantos de la técnica instrumental. En resumen, parece que las mejores actividades se hayan sumado para dar mayor brillo a esta centuria privilegiada.
Claudio Bernard, “el Padre de la Fisiología Experimental”, fue también el genial fundador de la Farmacología moderna. Las contribuciones de Bucheheim y de Schmiedeberg, así como las de Binz, de Dorveaux, de Brunton, de Fraser, de Wood y de Abel, fueron importantísimas y prepararon el terreno para el desarrollo de la Terapéutica moderna, de esa terapéutica que reniaga del empirismo y se basa solamente en hechos demostrables científicamente. Los trabajos notables de un Pablo Ehrlich sentaron las bases de la Quimioterapia, la farmacología del porvenir una de las ramas mas efectivas de la medicina de hoy.
El siglo XX, con todos sus adelantos científicos, con su enorme suma de conocimientos no reconoce otros métodos terapéuticos que aquellos basados en la investigación metódica y, como dice el célebre profesor R. Magnus: “casi no utilizamos actualmente medicamentos empíricos, y en estos últimos años de gigantesco progreso, no ha penetrado en la terapéutica ningún medicamento que no haya obtenido antes, en el laboratorio, por la experimentación, una sanción satisfactoria y no nos haya revelado los secretos de su acción y peligros”.
En el año de 1763, fue creada la “Clase de Medicina”, regentada por un solo profesor. Durante varios años la enseñanza de las Ciencias Médicas estuvo encomendada a una sola persona y fue únicamente en el año de 1824 que las materias fueron divididas en dos grupos. El primer grupo comprendía la Fisiología y la Higiene, cuya enseñanza fue encomendada al Protomédico, Doctor José Joaquín Hernández. El segundo grupo abarcaba la Patología y la Terapéutica, a cargo del médico francés, Doctor Santiago Bonneaud, quien además, se interesó en dar lecciones de Anatomía Práctica.
El 18 de marzo de 1826, el Congreso de Colombia decretó la creación de la cátedra de Terapéutica y Materia Médica (articulo 46).
La dirección de los estudios médicos fue encomendada a os Doctores en Ciencias Médicas el día 22 de enero de 1827, de acuerdo con un decreto del Libertador.
El 24 de junio del mismo año, había de ser creada la “Facultad Médica”, eliminatoria del antiguo “Protomedicato”.
El articulo 83 de este memorable decreto del Libertador establece la creación de la cátedra de Terapéutica, Materia Médica y farmacia; la organización de esta cátedra se describe detalladamente en el articulo 89 del mismo decreto: “…en esta cátedra se dará a conocer radicalmente la Materia Médica, esto es la naturaleza y diferentes cualidades de los medicamentos y el modo de obrar ellos obre la economía animal. Igualmente, la Farmacia teórica y práctica la desempeñará el mismo catedrático de Patología interna en el segundo año de su bienio…”.
Entre los catedráticos más destacados encontramos al Doctor Elías Rodríguez, designado por el Gobierno Nacional, el día 12 de noviembre de 1888, para enseñar la Terapéutica y la Materia Medica en la Ilustre Universidad Central de Venezuela.
El 7 de mayo de 1895, el Doctor David Lobo es nombrado Profesor interino en reemplazo del catedrático titular, Doctor Elías Rodríguez, nombrado Rector de la Universidad.
El 11 de mayo, deja de existir el Doctor Elías Rodríguez, Rector de la Universidad y Catedrático titular de materia Médica y Terapéutica.
Habiendo así quedado vacante la cátedra, el Doctor Elías Rodríguez, hijo, es designado para suceder a su padre en el desempeño de sus funciones.
El 25 de setiembre del mismo año, el nuevo catedrático toma posesión de su cargo y pronuncia el juramento de ley en el salón rectora de la Universidad Central.
El 22 de febrero de 1899, el Doctor Juan Díaz es nombrado catedrático interino. Entre los profesores de Terapéutica merece también especial mención el Doctor Tomás Aguerrevere Pacanins quien, por varios años, tuvo a su cargo la enseñanza de dicha asignatura.
El 26 de setiembre de 1911, en ausencia del catedrático titular, Doctor Aguerrevere, fue encargado interinamente de la enseñanza de la Terapéutica General y de la Clínica Terapéutica, el inolvidable Maestro, Doctor Francisco A. Risquez. A su regreso, el 16 de abril de 1912, el Doctor Aguerrevere se reencargó de la cátedra.
En 1916, comienza la carrera profesoral del Doctor Vicente Peña, nombrado Profesor interino de la Terapéutica especial y Farmacología.
El año siguiente, el Doctor Peña es designado para regentar las cátedras de Higiene y de Terapéutica General y Materia Médica
El 15 de octubre de 1925, en ausencia del Profesor titular, Doctor Peña, se nombra al Doctor Miguel Jiménez Rivero, profesor de Terapéutica especial y Farmacología, cargo que desempeñara hasta el año 1929
Para esta fecha, el Doctor Juan Ricardo Blanch será llamado para reemplazarlo. En 1926. El profesor Peña regresa a la Universidad Central y se encarga de la cátedra de Terapéutica General y Materia Médica.
Hasta el año 1939, la enseñanza de la Terapéutica y de la Farmacología había sido puramente teórica, a pesar de varios intenso del Doctor peña para introducir la enseñanza práctica.
En 1939, con la benévola cooperación del profesor Vicente Peña, Marcel Granier fue autorizado para crear un “Curso libre de Farmacologia práctica”, quien habiendo reunido un grupo de estudiantes voluntarios, pudo llevar a cabo varias demostraciones de Farmacología experimental y, en 1940, fue nombrado Jefe de Trabajos Prácticos de Farmacologia.
Las modificaciones introducidas en la Ley de Educación trajeron consigo la creación oficial de los Trabajos Prácticos de Farmacología. Por otra parte, la nueva legislación no permitía que un mismo profesor desempeñara más de dos cátedra y el nombramiento de los Profesores había de ser hecho por concurso de oposición.
Habiendo sido designado el Doctor Peña para ocupar el cargo, de Profesor de Terapéutica, cargo éste que obtuvo por concurso, se nombró interinamente al Dr. J. R. Blanch para dictar las clases de Farmacologia, teniendo éste que abandonar temporalmente su cátedra de Física y Química Médica, matera ésta de la cual era Profesor por concurso.
En 1943, Granier fue encargado de la cátedra de Farmacología y de Terapéutica de la Facultad de Ciencias Médicas.
En el año de 1944, se fundó una Sección de Farmacologia en la División de Bromatología y Farmacia del M.S.A.S. Esta Sección tenía las obligaciones de asesorar a la Junta Revisora de Especialidades Farmacéuticas en el control de los Productos Farmacéuticos y además, de iniciar la práctica de los ensayos biológicos y farmacodinámicos.
En el año de 1949, se fundó la Cátedra de Farmacologia de la Facultad de Farmacia y Química.