Se examina la concepción científica y filantrópica de la pediatría a partir de las primeras publicaciones científicas publicadas en Venezuela en el siglo XIX. Se relacionan ciencia y filantropía, como parte de la práctica médica, relacionada con la salud y enfermedad de los niños, lo cual constituye el inicio de esa especialidad en nuestro medio. Se demuestra, mediante el estudio histórico-bibliométrico de las publicaciones científicas nacionales de la época, la presencia de temas pediátricos en las publicaciones nacionales y se plantea el surgimiento de esta especialidad médica a través de tres períodos. Los periódicos científicos de la época evidencian el surgimiento de la nueva especialidad. Se estudia la literatura científica a partir de “El Naturalista” y “Eco Científico de Venezuela”, se comenta la labor de instituciones como el Asilo de Huérfanos, las Clínicas de Niños Pobres y el Hospital de Niños “Linares”, organizadas y sostenidas por asociaciones de tipo benéfico hasta la creación del Hospital Vargas en 1891, lo que marca el inicio del compromiso gubernamental en la atención hospitalaria en el país.
Palabras clave: Pediatría, Historia, Ciencia, Filantropía, Publicaciones científicas, Venezuela.
Scientific and philantropic aspects of Pediatrics have been reviewed on the basis of the first publications in XIX century Venezuelan literature. Science and philantropy are correlated to medical practice and to health and disease in children. Thus, these publications represent the beginning of this medical specialty in our country. Pediatric publications have been identified in Venezuelan literature by means of historical and bibliometric investigations. The development of this specialty in three stages has been proposed. The scientific journals of the period demonstrate the beginnings of this new specialty. The two journals “El Naturalista and “Eco Científico de Venezuela” include contributions from institutions such as the Orphans Shelter, Clinic of Poor Children and the Linares Children Hospital. These institutions were organized and supported by private charitable associations until the Vargas Hospital was founded in 1891. With the founding of this Hospital, health care became established as a government responsibility.
“Desde muy temprano empezó a oír aquella palabra extraña.
Como otro apellido: expósito. Simón Carreño Rodríguez,
expósito. Carreño era el Cura, él era expósito. Como Cayetano.
Una criatura dejada en un amanecer en la puerta de un convento
o de una casa. Abandonado por una sombra que huye. Hijo de
nadie. Hijo de la piedra, como decían los viejos españoles. Hijo
de todo el pueblo, de toda la gente, parecido a todos los rostros”
“La isla de Robinson”
Arturo Uslar Pietri
Examinar la concepción científica y filantrópica de la pediatría como primera noción del saber médico y de un conocimiento específico sobre la niñez reflejadas en las primeras publicaciones científicas venezolanas aparecidas en la segunda mitad del siglo XIX, y más concretamente entre 1830 y 1908, es el objetivo que nos conduce a la presente reflexión. En tal sentido, la naciente especialidad médica 1 se gestaba en nuestro país desde mediados del siglo XIX.
En los siglos anteriores la historia de la pediatría marchaba paralela a los estudios y avances de la medicina y de la ciencia en general; no obstante, su historia está ligada a la compleja concepción científica, social y filosófica del niño y su entorno(1).
En la actualidad, el conocimiento de la salud del niño se refiere a los aspectos esenciales de la pediatría y de la puericultura2, las cuales se conciben como una especialidad sui generis, debido a que abarca la aplicación de un conocimiento médico general a una edad específica de la vida (niños y adolescentes, tanto sanos como enfermos). El término pediatría, por influencia anglosajona, está referido en la actualidad tanto a los aspectos preventivos e higiénicos (puericultura), como a los aspectos curativos y patológicos (pediatría), concepto este último que se ha arraigado entre nosotros. Nacida de la obstetricia, a quien permanece unida umbilicalmente con lazos indisolubles como lo es la relación madre-hijo (puericultura preconcepcional, concepcional, del nacimiento y del recién nacido), logró su autonomía hace apenas cien años, cuando penetró en las cátedras y sociedades científicas, consolidando un saber específico a una noción de edad, de patologías y del desarrollo del hombre.
La pediatría es la medicina del ser humano desde la concepción hasta el fin del crecimiento y desarrollo y abarca la salud integral del niño, proceso que responde a una larga evolución, porque los conceptos de niño e infancia han cambiado con las épocas y sus protagonistas.
La pediatría, como ciencia, implica la noción de “saber”; sustentado en un conocimiento sistemático, epistemológico y valedero, tanto en su sustentación teórica como en la praxis; pero al igual que la medicina general (de donde se desprendió) es considerada una mezcla de fundamentos científicos, técnicas, arte, hechos y teorías que comparten su ámbito con las ciencias biológicas y las ciencias sociales.
Los pediatras de hoy la conciben como la medicina integral referida a una extensa etapa de la vida, bajo una visión amplia, holística y multidisciplinaria del niño, donde converge una integridad de saberes interrelacionados como la medicina, la psicología, la sociología, la biología, la antropología, la pedagogía y otras tantas disciplinas, las cuales buscan descifrar el enigma del niño y del adolescente.
Hemos encontrado en este estudio histórico de las primeras publicaciones científicas venezolanas3, y más concretamente en las publicaciones médicas (1830-1908) la más fiel evidencia de un saber específico relativo al niño; un pensamiento científico impregnado de filantropía, de realidades propias y de otras latitudes, donde hombres, ideas, instituciones, acciones, lenguaje y conocimiento se unen en una literatura específica de esta naciente especialidad.
Nos hemos apoyado en un estudio bibliométrico4 aplicado a las comunicaciones científicas entre estos hombres de ciencia de ese entonces. Estos métodos estadísticos o de medición nos han permitido identificar autores, tendencias, relaciones, temáticas, uso y circulación de las publicaciones, influencia externa, actualidad y estilo del pensamiento, entre otras variables; interpretado dentro del contexto social donde se enmarca(2). La bibliometría fue llamada ciencia de la ciencia, ya que sólo a través de las publicaciones se daba fe de los avances científicos y permitía leer las experiencias de colegas de otras latitudes. En todo caso es sabido que las publicaciones en todas sus tipologías son documentos portadores del quehacer científico y reflejan las características de esta actividad. Estas primeras publicaciones dan relación de la incipiente institucionalización de la ciencia, demostrando los movimientos históricos así como la indagación y dinámica de los grupos médicos y de otros científicos y su participación en el proceso de gestación de esta especialidad médica.
Los análisis documentales-semánticos nos han conducido a revisar un lenguaje científico válido para ese momento, cuyos términos médicos permiten conocer diagnósticos, etiologías, causas de muerte, presencia de enfermedades y tratamientos. Es indiscutible que las enfermedades de la infancia como mocezuelo (tétanos del recién nacido), anemia, parasitosis intestinales, tos-ferina, sarampión, tuberculosis, varicela, sífilis y enfermedades diarreicas se presentaban con mayor frecuencia y complicaciones en niños, pobres, desamparados y expósitos, situación que se reflejó a todo lo largo del s. XIX de forma endémica y epidémica. Términos como “monstruosidades”, “creches”, colerina, diarreas verdes, jeringas, tornos, cataplasmas, purgantes y el novedoso concepto de higiene eran comunes en las publicaciones de la época.
Sabemos que una postura filantrópica tanto de los médicos como de las instituciones y organizaciones dejó en las primeras publicaciones científicas venezolanas profunda huella de su actividad médica y científica, así como de responsabilidad social para con la infancia y los vínculos con la ciencia gestada en otras latitudes.
Al leer el título de esta ponencia identificamos cuatro grandes componentes: pediatría, ciencia, filantropía y publicaciones, aspectos que nos conducen a revisar controversias, pluralizaciones y una creciente conciencia de la nacionalidad científica incipiente que buscaba mecanismos de validación racional. Ciencia y conciencia y el perfil social y político del país respondieron a un discurso disgregado, naturalista y nacionalista que combinó diferentes corrientes: evolucionista, creacionista, listeriana, microbiana, positivista, entre otras, bajo una influencia europea, especialmente francesa, concebida ésta como la gran metrópolis del saber y de la cultura.
Después de la Independencia, la ciencia en Venezuela tuvo dos momentos de florecimiento. Primero, durante la oligarquía conservadora (1830-1848) con el sabio Vargas a la cabeza, quien sostuvo correspondencia con sabios extranjeros; Vargas fue citado por diversos científicos de la época5, fue el organizador de la docencia universitaria y participó en la “Sociedad Económica de Amigos del país”, destinada a mejorar el conocimiento. Se distinguieron además, entre otros, el sabio José María Benítez en el área de botánica (estudios sobre la quina) y sus observaciones sobre las fiebres de Aragua. Otros investigadores comparten este período, como Juan Manuel Cagigal, quien estableciera la Academia Militar de Matemáticas (1831) e instalara los primeros telescopios en Caracas, Luis Daniel Beauperthuy, quien introdujo uno de los primeros microscopios al país, descubrió “vibriones” en las heces de las víctimas del cólera y sugirió a un mosquito como vector de la fiebre amarilla (1856) en investigaciones pioneras, previas a las reportadas por Carlos Finlay en Cuba (1881-1890). Entre 1848-1870 se le llama época de relativa oscuridad en la ciencia. No obstante, llega al país Adolfo Ernst (1861), quien ha sido considerado el iniciador del período más fructífero de la ciencia en Venezuela; indiscutiblemente que fue seducido por la naturaleza tropical, promotor de la “Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas” en 1867 y fundó la revista Vargasia (1868); en este período se menciona además a Vicente Marcano, su hermano Gaspar y Agustín Aveledo, entre otros. Este segundo período coincide con finales del s. XIX, y es la medicina la gran revolucionada; una “élite intelectual” ejerce profundos cambios: la patología tropical, los estudios médicos, la praxis médica (clínicas), laboratorios, hospitales públicos y revistas sacuden la ciencia venezolana, la cual se había impregnado de corrientes y tendencias como el evolucionismo darwiniano y el positivismo cotidiano; dejándose sentir una búsqueda por la responsabilidad gubernamental en lo científico.
A partir de 1830, concluida la Guerra de Independencia y separada Venezuela de la Gran Colombia, nuestro país emerge como realidad sociopolítica e inicia su conformación jurídica y social con la Constitución de 1830, bajo una economía agrícola desintegrada, diezmada por la Guerra de Independencia y desarticulada de su estructura territorial, con profundas contradicciones sociales y políticas, bajo los rasgos personalistas de líderes y caudillos y con estructuras socio-económicas heredadas de la Colonia, como lo fueron la tenencia de la tierra en forma de latifundios y la esclavitud, abolida en 1854 durante la presidencia de José Gregorio Monagas(5).
En esos años, Venezuela se esfuerza por organizarse como país. El período posindependentista emergió caracterizado por antagonismos, caudillos, pobreza, un extenso territorio apenas comunicado por caminos de recuas, una Universidad Escolástica, atraso cultural y científico, facciones armadas, un pueblo errante, desarticulado de su tierra y de su familia. Al mismo tiempo surgen los enfrentamientos entre los primeros partidos (conservadores y liberales), todo lo cual atentaba contra tal empeño.
En todo caso conviene señalar que la sociedad venezolana de aquel tiempo permanecía sumida en la pobreza y en el analfabetismo (80 %). La salud no fue preocupación del Estado, respondió más a una atención caritativa y a intereses particulares, situación que se mantuvo hasta la creación del Hospital Vargas de Caracas 6 y las reformas de Razetti en los estudios y la atención médica de finales del siglo XIX.
Las guerras civiles y revueltas constituyen un rasgo característico de este proceso, donde los primeros treinta años (1830-1860) dominaron la escena política caudillos como José Antonio Páez y José Tadeo Monagas. Después de la Guerra Federal se sucedieron en el poder nuevos caudillos; la situación política de todo el siglo XIX fue inestable, política, económica y socialmente, lo que repercutirá en la medicina y en la ciencia en general. No obstante, silenciosos pero importantes avances científicos y médicos pasan desapercibidos y en muchos casos desconocidos frente a tan agitado acontecer nacional.
La nueva República escasamente llegaba a los 800 000 habitantes y sólo alcanzó el millón de habitantes para 1840, en su mayoría población rural. La expectativa de vida no superaba los treinta años, Venezuela era un país enfermo, sanitaria y socialmente desasistido.
Las severas epidemias de paludismo, fiebre amarilla, sarampión, “fiebres reinantes”, tétanos del recién nacido (mocezuelo), tifoidea, cólera, viruela y otras tantas enfermedades diezmaban la población(7); epidemias, endemias y la falta de higiene estaban presentes en la sociedad venezolana de la época, todo lo cual ocasionaba una alta mortalidad general, infantil y materna. Para 1878, Frydensberg estimó la mortalidad de niños en Venezuela en 461,35 por cada 1 000 niños, es decir, la mitad de los niños fallecían antes de alcanzar los cinco años de edad(6).
Al revisar la documentación y las actividades de la antigua Facultad Médica de Caracas podemos observar las condiciones de la salud y de la medicina venezolana a todo lo largo del siglo XIX, donde la mirada de varios historiadores distinguen tres grandes procesos, los cuales coinciden con los del desarrollo de la ciencia:
El primero (1827-1851), que respondió a un rendimiento prolífero influido por J. M. Vargas, es el denominado “era Vargasiana”8, proceso en el cual se creó la Facultad Médica de Caracas (1827), se dio la primera reforma de los estudios médicos, el primer curso de parteras, y la enseñanza anátomoclínica. Durante este período las “memorias” o “tesis” leídas en la Facultad Médica de Caracas constituyeron las primeras publicaciones científicas que reflejan nuestras primeras experiencias médicas y patológicas divulgadas; estas tesis fueron presentadas en latín (lengua obligatoria) y su defensa era de carácter público. Entre 1828 y 1840 se presentaron aproximadamente 40 tesis, 16 de las cuales se refieren a patologías de la infancia. Estas primeras experiencias académicas sobre la enseñanza de la medicina infantil o enfermedades de la infancia, como era llamada la pediatría en ese entonces, están relacionadas con las reformas universitarias de 1827 cuando la enseñanza médica incluyó “obstetricia y partos” (el programa sólo contenía los cuidados del recién nacido como materia pediátrica). Cabe señalar que el sabio Vargas observó en Caracas una alta mortalidad de recién nacidos por tétanos (mocezuelo) debido a la infección favorecida por el mal corte del cordón umbilical con tijeras sucias y amelladas, por lo que decidió darles entrenamiento a las parteras y dotarlas de bisturíes, los cuales hizo traer de Europa; esta experiencia bajó notoriamente la mortalidad infantil por tétanos o mocezuelo en Caracas y va a ser repetida por M. María Ponte en 1857 en la población de Calabozo.
Un segundo momento (1852-1883) es caracterizado por un ritmo decreciente (ausencia del Dr. Vargas), la Guerra Federal, suspensión de las reuniones de la “Sociedad Médica de Instrucción ”, creación de algunas sociedades científicas y de los dos primeros periódicos científicos venezolanos “El Naturalista” (1857-1858) y Eco Científico de Venezuela (1857-1858). Posteriormente aparecieron Vargasia (1868-1870), Escuela Médica (1874-1879), Gaceta Científica de Venezuela (1877-1881), La Unión Médica (1881-1888) y Boletín de la Facultad Médica de Caracas (1880-1881), entre otros. El periodismo científico se afianzó entre nosotros y los nuevos adelantos llegaron al país. En 1855 se separan las cátedras y surge la enseñanza de la “Obstetricia y las enfermedades de la mujer y de los niños en la época de la lactancia”. El catedrático fue el Dr. Guillermo Michelena.
Caracas y Maracaibo eran testigos de los grandes adelantos científicos como lo fueron el uso del “éter” y del cloroformo (1853) como anestésicos generales. La introducción de las inyecciones hipodérmicas con jeringas de Pravaz, el uso del termómetro (1876), la antisepsia (Lister / Inglaterra) y nuevos adelantos en la farmacología constituían una medicina cada vez más científica, situación que permitirá abonar el desarrollo del siguiente período.
Un tercer momento, conocido como Renovación y cambio en la medicina venezolana (1888-1908), se caracterizó por la reforma de los estudios médicos propuesta por Luis Razetti (1895)9, precedida, entre otros acontecimientos, por la fundación del Hospital Vargas de Caracas (1891), la creación del primer Hospital de Niños del país (Hospital Linares en 1893) y las Cátedras de Histología, Fisiología Experimental y Bacteriología, la instalación de La Sociedad de Médicos Cirujanos y de su revista “Gaceta Médica de Caracas” (1893), la apertura de clínicas prácticas, concursos para los internados y del primer laboratorio (Hospital Vargas), la introducción de la microscopia, bacteriología y serología en las cátedras, además de la creación de nuevas revistas médicas y científicas tales como: la “Clínica de los Niños Pobres” (1889-1907) reconocida como la primera revista médica especializada en niños en Venezuela y en América Latina; surgieron además “La Beneficencia de Maracaibo” (1881), “La Caridad de Barquisimeto” (1888), “El Trocar” (1894), “Ensayo Médico” (1883-1885), entre otras. Se fundó el Instituto Pasteur de Caracas (1895), hubo grandes adelantos científicos y se creó la Oficina de Higiene y Estadística Demográfica10. Este período está dominado por figuras como José Gregorio Hernández (1864-1919), llamado precursor de la experimentación médica (Época Hernandísta); Rafael Rangel (1877-1909), padre de la parasitología venezolana; Santos Aníbal Dominici (1869-1964)11, fundador del primer laboratorio clínico, el cual da inicio al Instituto Pasteur de Caracas; Juan de Dios Villegas Ruíz y otro grupo destacado de médicos, quienes constituyeron una verdadera “élite científica”. Toda una generación de jóvenes médicos y de otras disciplinas (sobre todo los naturalistas y positivistas, primera y segunda generación) contribuyeron a los cambios sustanciales y renovadores de la medicina y de la ciencia en general en nuestro país. La pediatría abría su espacio en la ciencia como especialidad.
Venezuela finalizó el siglo XIX con una medicina más científica y más práctica y cada vez más cercana al movimiento médico y científico europeo; así señalaba el Dr. Francisco Antonio Rísquez en 1896: “... Pero ya no estamos tan lejos de Europa ni tan aislados del mundo científico (...) los adelantos médicos se conocen con rapidez (...) el suero antidiftérico de Roux no tardó sino 5 meses desde su publicación en París hasta su aplicación en Caracas (...) los adelantos llegan casi al término de la distancia (...) y ha nacido entre nosotros la semilla de publicar...”(8).
Como podemos observar, a partir de 1889, y más específicamente en 1895, la Universidad Central de Venezuela experimentó una de las revalorizaciones y cambios más profundos después de las reformas de Vargas y Bolívar en 1827. El plan de estudios propuesto por Luis Razetti(9) impulsó la medicina a un proceso más científico y experimental, influida por los grandes descubrimientos y teorías europeas como los de Lamarck, Lister, Buffon, Pasteur, Koch, Meyer, Claudio Bernard, Laennec (el estetoscopio), Freud y otros tantos, cuyos aportes se venían incorporando progresivamente; estos hechos nutrieron a la medicina en general y a la pediatría en particular. El término pediatría se acuñó, por primera vez en el país en esta nueva propuesta de plan de estudio presentada por el Dr. Razetti.
La ciencia europea penetraba con más fuerza en las nacientes naciones, pero también germinaba en ellas el interés científico por lo propio. Las publicaciones científicas tanto nacionales como extranjeras jugaron un papel protagónico en esta simbiosis, nuestros periódicos circularon y facilitaron una comunicación trasatlántica de ideas científicas técnicas. Las corrientes filosóficas se debatían en el seno de las sociedades científicas y académicas, pero indudablemente la conciencia social también fue sacudida.
Así, investigación, docencia, publicaciones y sociedades científicas germinaron, discutieron y transfirieron el conocimiento desde y hacia la metrópolis científica que para la época era París (Francia) y que constituía el epicentro del mundo científico; a ésta se sumaron otras capitales que abastecían de ciencia y de luces a la América.
La formación académica, los estudios en el exterior, viajes, libros, revistas y periódicos12, reuniones, congresos y eventos científicos internacionales y las ya mencionadas sociedades científicas y académicas contribuyeron a consolidar esta “élite científica”. La ciencia hacía su propio espacio, y en ella la medicina y la pediatría lograban abrirse camino. Esta situación fue muy similar en el resto de América Latina a lo largo del s. XIX.
Los artículos publicados en nuestros periódicos enfatizaban la imagen de un país donde contrastaba la rica y exuberante naturaleza frente a un pueblo pobre y enfermo; clima y enfermedad, raza y eugenesia, patologías tropicales y autóctonas frente a novedosos adelantos químicos y médicos experimentados en otras latitudes.
Ciencia, experiencia, observaciones, realidad nacional, una farmacopea propia basada en el rico herbolario nacional (quina, aceite de palo, ricino, curare, otros) fueron expresadas en las primeras publicaciones científicas venezolanas, realidad que dista mucho de la expresada por posturas rígidas que niegan la existencia de una ciencia nacional13, y más concretamente de una medicina científica, la cual fue eclipsada por los innumerables procesos políticos y por la existencia de precarias condiciones sociales.
Durante el siglo XIX la medicina pasó de oficio a profesión y la vocación médica estuvo unida a una inquietante imaginación científica y de apostolado; se sumaba un gusto por el saber, por los movimientos culturales, el manejo de otros idiomas; los médicos leían francés, alemán, inglés y latín como parte de su formación, además de una incesante búsqueda e interés por las nuevas teorías filosóficas y científicas, sin desconectarse de la realidad social(10).
Toda una generación de jóvenes y de maestros contribuyó a los cambios sustanciales y renovadores de la medicina en Venezuela y de la pediatría en particular; esta generación proyectará hasta bien avanzado el siglo XX los cambios de una medicina más científica y social; los nuevos discursos sobre patologías y problemáticas nacionales invadieron la Universidad, las Academias, las Sociedades Científicas y las publicaciones.
Hospicios, Casas de Socorro, Albergues, Asilos de huérfanos, Dispensarios, “Creches”14 o pesebres, Inclusas, Casas de Beneficencia, Maternidades de “madres avergonzadas”, Tornos, Clínicas de Niños Pobres son algunos de los nombres con los que se designaban a estas instituciones, por lo general de extracción religiosa, inspiradas y sostenidas por la caridad cristiana, benefactores (bienhechores) y filántropos comprometidos para dar atención a los niños pobres que lo necesitaban; “hijos de nadie”, niños enfermos física y moralmente abandonados, huérfanos y expósitos. Estas instituciones existieron desde tiempos remotos (Antigua Grecia) pero fue el cristianismo quien asumió la protección de estos niños. Estas organizaciones proliferaron en América a partir de 1770 y con más auge en el s. XIX y fueron fiel reflejo de sus homólogas europeas(12).
Al igual que en el resto de América Latina, en Venezuela el desarrollo de la asistencia pública de los niños pobres y huérfanos fue asumido por estas instituciones de caridad. En ellas, médicos y filántropos ofrecieron albergue, protección y atención médica; reinaba la miseria, la falta de higiene, hambre e ignorancia. Estos centros permitieron la observación y la investigación, se atendía a los niños internos allí recluidos y se abrieron consultas médicas ambulatorias con reparto de medicamentos para las familias más pobres, se les “despachaba las recetas”, regalándoles medicamentos y comida. En estos centros también surgieron, hacia finales del siglo XIX en Europa, y principios del siglo XX en Venezuela, las instituciones conocidas como “Gota de Leche” o “Estaciones de Leche” (servicio de atención, control y reparto de leche a los niños lactantes más pobres(13).
Fue la necesidad de brindar asistencia a esa niñez desvalida la que galvanizó voluntades y esfuerzos, amor al prójimo, compasión y donde médicos cargados de espíritu de servicio brindaron atención médica a los niños enfermos.
En otros casos, las obras benéficas fueron sostenidas con el patrimonio o herencia de una familia o persona. Entre nosotros figuraron don Esteban Linares (1846-1927), quien financió el “Hospital de Niños Linares”, Alfredo Vargas (1885, Maracaibo), Sra. María Arocha (Asilo de Huérfanos de Caracas), Isabel Urbaneja de Aveledo, el comerciante Francisco González, la Sra. Dolores Vargas (Beneficencia de Nuestra Señora de las Mercedes, 1873), Pbro. Calixto González, Obra Pía Requena, de José Ignacio Requena (1856), el Presbítero Julián Fuentes Figueroa (Obra del Buen Consejo) bajo el lema: “Favorecer a los pobres y amparar a los desvalidos”, Agustín Valarino, Evaristo Díaz Rojas (1890 en La Guaira); Carlos Braun, “gran benefactor” del Asilo de Huérfanos de Caracas” (1878) y Agustín Aveledo, quien figura como uno de sus fundadores, la Srta. Julia Duplat (Asilo de Niños Abandonados, Caracas, 1907), entre muchos otros, todos los cuales contribuyeron a una serie de obras benéficas de gran contenido social. Pero fue la Iglesia Católica la que cohesionó estas instituciones; recordemos que los primeros hospitales fueron centros de caridad atendidos por religiosos.
Para 1860 se había creado en Maracaibo “La Casa de la Beneficencia”, la cual compartía sus funciones con el Asilo de Huérfanos y como albergue, iniciativa del benefactor Sr. Alfredo Vargas, y la Casa Escuela de San José de Calasanz en 1885. El Hospital de la Casa de la Beneficencia fue uno de los primeros centros de atención médica a niños enfermos (1885), publicó la revista “La Beneficencia” (1883-1957) órgano de la casa del mismo nombre. Este centro de atención estuvo bajo la dirección del Dr. Adolfo d’ Empaire (1873-1949), médico jefe de la casa. La revista se publicó por más de 60 años.
En Barquisimeto se fundó “La Caridad de Barquisimeto” (1878), hospital y albergue, que publicó el “Boletín de La Caridad”, periódico mensual; en esta casa, en esta revista, publicó el Dr. Luis Razetti algunos de los primeros trabajos de su prolífera bibliografía. En otras regiones del país funcionaron Casas de Caridad y Clínicas de Niños Pobres(14).
En 1878, con motivo del terremoto de Cúa, se constituyó en Caracas una Sociedad Benéfica para los damnificados. El Lic. Agustín Aveledo junto con Eduardo Calcaño propiciaron una Junta Promotora donde se sumaron una serie de personalidades. Así la Sra. Vargas, viuda de Escobar, ofreció como sede del Asilo una casa situada cerca del puente de La Pastora (Carlos III), donde antes había funcionado la primera Casa de Beneficencia de Caracas. La inauguración del Asilo de Huérfanos ocurrió el 24 de julio de 1878.
Este fue el primer centro creado en Caracas para atender a los niños pobres y huérfanos. En él surgió la primera consulta pediátrica pública organizada de que se tenga noticia bajo la responsabilidad del Dr. Juan Manuel Velásquez Level15, quien la regentó desde sus comienzos hasta su muerte. La Clínica empezó a funcionar dos años después de la creación del Asilo de Huérfanos, es decir en 1880; así, el Dr. Velásquez Level, fundador y director de la primera consulta para Niños Pobres que funcionó en esta ciudad, fue un eminente clínico y redactor del Boletín de la Facultad Médica; publicó importantes trabajos basados en observaciones en esta clínica, donde atendía entre 500 y 600 niños por mes; al respecto, el Lic. Ramón Aveledo afirmó, con motivo de habérsele atribuido este mérito al Dr. José Manuel de los Ríos en una publicación caraqueña, “... tiene la satisfacción de ser el primero que estableciera la especialidad de los niños entre nosotros...”(16), reconociéndole al Dr. Juan Manuel Velásquez Level ser el iniciador de la atención pediátrica en Venezuela(15).
Como anécdota cabe comentar que al siguiente día de la inauguración del Asilo, el diario “La Opinión Nacional” publicaba el siguiente aviso: “Se solicitan huérfanos, serán sometidos y educados en el Asilo”(16). El Asilo se inició con 10 niños en 1878. Para 1904 aún mantenía la consulta médica gratuita, con reparto de medicamentos, reportaba estadísticas de las casuísticas más frecuentes y albergaba algo más de 56 niños(17). Dos años después, en 1880, se incorporó el Dr. José Manuel de los Ríos junto a Velásquez Level en la atención médica de ese centro.
Existieron otros centros de atención filantrópica como el “Hospicio Crespo” (se dice que no llegó a funcionar), además de otros consultorios médicos de beneficencia que funcionaron, entre ellos El Dispensario de Caracas, en la esquina de Miguelacho, dirigido por el Dr. David Lobo; trabajaron junto a él P. Herrera, Enrique Toro y el Farmacéutico E. Albrand (400 consultas mensuales) con un costo de Bs. 2 la consulta, incluyendo los medicamentos. Otro fue “La Obra Pía Requena” (José Ignacio Requena), que funcionó como dispensario. En su seno nació la idea de crear un hospital de niños, lo cual no fue posible hasta 1893, cuando se fundó el Hospital Linares; en 1906; “La Obra Pía” estaba dirigida por J. M. de los Ríos.
Fue fundada el 5 de febrero de 1889. Esta Clínica de Niños resalta especialmente por ser la cuna de la pediatría nacional. En su recinto se dictó la primera cátedra libre sobre enfermedades de los niños
Funcionaba con consultas diarias en una dependencia del Colegio Santa María, entre las esquinas de Palma y Miracielos, Nº 51, bajo la dirección del Dr. José Manuel de los Ríos y con el apoyo de la “Obra Pía”. Fue gimnasio médico y clínico para los estudiantes de medicina. Allí se publicó la primera revista pediátrica venezolana “Clínica de los Niños Pobres” (CNP), la cual circuló por 18 años (1889-1907). En ella se anunciaba: “Hay clínica y medicamentos gratis para los niños pobres en el Colegio Santa María”.
Con este aviso se promocionaba esta consulta médica benéfica sostenida por la Sociedad “Tributo a los Pobres”17, creada bajo el auspicio del ingeniero y educador Agustín Aveledo, quien fuera el fundador del Asilo de Huérfanos de Caracas. Aparece Carlos Braun como “Gran Benefactor” de la Clínica y, como Bienhechores, Salvador Alvarez Michaud y Miguel R. Volcán; como colaboradores, los Dres. José Domingo Montenegro, Fulgencio C. Carías, Francisco Soto y especialmente el Dr. Francisco Antonio Rísquez, quien participó activamente en los primeros años como adjunto del doctor de los Ríos.
Posteriormente, para 1895, se incorporan a la Clínica los doctores Emilio Conde Flores, Bernardo Herrera Vegas y, además, colaboraron Vicente Guánchez, Manuel Guillermo Aveledo, Jesús María Palacios, entre otros; figuraba como adjunto el Dr. Francisco Soto, quien publicó una serie de trabajos en la revista C.N.P. y recogió algunas de las lecciones dadas por el Dr. de los Ríos; en cierta forma sustituyó la labor clínica que desempeñó el Dr. F.A. Rísquez en esta institución en sus inicios.
Para 1896 ingresaron a la Clínica los doctores Emilio Yanes y Elías Toro; el Dr. David Lobo pone a la disposición un laboratorio clínico y bacteriológico. El 1 de julio de ese mismo año 1896 el Dr. Emilio Ochoa, quien regresaba de Europa con estudios en microscopia, presta colaboración en la Clínica y escribe en la Revista; su tema de preferencia fue la preparación y cuidados para el parto y la lactancia materna18. Muchos de estos médicos y practicantes trabajaban también, a partir de 1893, en el Hospital “Linares”(18).
A la clínica concurrieron estudiantes (practicantes) de la Facultad Médica, invitados por los doctores de los Ríos y Rísquez, quienes, en permanentes invitaciones publicadas en la revista CNP y en otros periódicos científicos, anunciaban: “Se invita a los estudiantes de medicina para que concurran a la consulta y han autorizado la entrada libre para todos los estudiantes que quieran asistir (...) El Dr. de los Ríos ha comenzado a dar las lecciones sobre un curso de Enfermedades de los Niños y el Dr. Rísquez a hacer explicaciones clínicas sobre las enfermedades que se presentan en la consulta”19 (19).
Un año después de la fundación de la Clínica de los Niños Pobres, apareció publicado un editorial que señalaba: “... Esta Clínica es un gimnasio para los jóvenes estudiantes de medicina inclinados a la patología infantil, donde se van familiarizando con las enfermedades propias de la infancia...”. (firmado) F.A. Rísquez20 (20).
En el mismo número de esta Revista se indica que la Clínica “... ha anexado un ‘Botiquín ‘ para despachar las prescripciones médicas, se enseña a manejar y combinar los médicamentos, prepararlos y conocer sus propiedades, con el objeto de formular la difícil cuestión del arte de la posología infantil...”(21). Vemos así una nueva mentalidad médica sustentada en una nueva visión de hospital, lo que incluía docencia y la divulgación del saber científico-técnico (publicación de la revista) y la atención médica.
Esta institución fue la primera en el país que impartió docencia teórico-práctica en relación con las enfermedades de los niños y sentó los cimientos de la farmacología, la terapéutica y la posología infantil. Así, para 1900, la Clínica publicaba un “Formulario, calculado para niños en el primer año de la vida”22 y una relación mensual de las enfermedades observadas (cuadros estadísticos).
En 1901 se publicó el “Prontuario de Terapéutica, preparado en la Clínica de los Niños Pobres” bajo la responsabilidad de J. M. de los Ríos; en este formulario llama la atención el uso de sustancias típicas de América y la combinación con la terapéutica europea. Recordemos que muchos medicamentos estaban fuera de la comprobación científica. En esta clínica el Dr. José Manuel de los Ríos publicó una extensa bibliografía y varios libros, entre los cuales figuran: “Lecciones Orales dadas en la CNP” y “Lecciones sobre Enfermedades de la Infancia” (aproximadamente diez títulos)(21).
Cuatro años después de funcionar la Clínica de los Niños Pobres del Colegio Santa María, se inauguró el primer hospital de niños del país. El 23 de julio de 1893 abrió sus puertas la que sería la más importante obra filantrópica de su época: El rico comerciante Juan Esteban Linares 23 dispuso de Bs. 200 000,oo para construir esta obra, la cual venía a llenar un vacío en la ciudad. La edificación es la misma que hoy día ocupa, entre las esquinas de Cervecería y Paradero, parroquia Candelaria, el Hospital “Carlos J. Bello” de la Cruz Roja Venezolana.
El ingeniero Agustín Aveledo confeccionó los planos. La ceremonia de inauguración fue presidida por el presidente Joaquín Crespo y su esposa “Misia Jacinta”. Además de una nutrida representación social, eclesiástica y política24, el anhelado Hospital de Niños por fin era inaugurado. Desde hacía muchos años Caracas ameritaba de un hospital de niños, lo cual fue planteado por el Dr. Luis Razetti en repetidas oportunidades; hasta ese entonces todas las iniciativas en pro de la infancia estuvieron dirigidas a un pequeño número de pacientes y siempre con aportes privados. Al respecto señalaba el mismo Dr. Razetti en un editorial, con motivo de su inauguración: “... los niños, menos aptos que los adultos para hacer la lucha del organismo contra las enfermedades, constituyen una elevada cifra a las estadísticas de la mortalidad (...) entre nosotros se ha visto con indiferencia por parte de los gobiernos la importancia de la higiene pública y los cuidados que requiere la primera edad del hombre (...) todas las tentativas en pro de la infancia han tenido su origen en la iniciativa privada (...) el hospital de niños llena un vacío en la ciudad de Caracas, satisface una necesidad urgente (...) Una obra como ésta, inspirada en el noble sentimiento de la caridad, debe servir de estímulo (...) Este hospital, que indudablemente es muy superior al Hospital Vargas bajo el punto de vista higiénico (..) Necesitaremos un pabellón de aislamiento para las enfermedades contagiosas y un salón de conferencias clínicas...”(22).
Tal evidencia nos permite deducir que, para 1893, cuando fue publicado este editorial, eran innegables los adelantos médicos y quirúrgicos(25), muchos de ellos descriptos en la literatura nacional e internacional y reforzados con conferencias y lecciones magistrales. La pediatría buscaba su autonomía.
En este hospital colaboraba un considerable número de médicos, entre ellos J. M. de los Ríos, Domingo Montenegro, Juan M. Escalona, V. Guánchez, Aveledo Urbaneja, Francisco Soto, Conde Flores, Bernardo Herrera y Salvador Córdoba.
El hospital descrito por los doctores Razetti y Rísquez aseguraba el mejor servicio médico, tendría la primera sala de operaciones, basadas en las teorías y adelantos de la asepsia; su construcción estaba inspirada en los modernos hospitales franceses de la época; estaba previsto para 50 camas y sería administrado por una junta de personas notables, este logro duró pocos años.
Un editorial de la Gaceta Médica de Caracas lo calificó en 1893 como “muy superior al Hospital Vargas”, se recomendó la apertura de concursos para la selección de su personal. Entre 1893 y 1895 había atendido unos 2 334 niños.
Para 1904 el hospital sólo albergaba 16 pacientes debido a problemas económicos; ese mismo año el Dr. Juan Díaz en su discurso de contestación al de incorporación a la Academia de Medicina del Dr. Andrés Herrera Vegas señalaba que, en ese momento, el Hospital “Linares” no llenaba las condiciones higiénicas necesarias, ni reportaba utilidad alguna a la ciencia y a la sociedad, por lo que recomendaba que “se abriera un servicio de pediatría” en el Hospital Vargas, lo que ocurriría en 1909.
En este centro se dictaron importantes conferencias médicas, muchas de ellas se encuentran reseñadas en la revista Gaceta Médica de Caracas, fue un centro académico donde privó la voluntad de enseñar y atender(23).
El hospital dejó de funcionar en 1908 debido a las dificultades económicas de su benefactor. Don Juan Esteban Linares se encontraba en la quiebra debido a la baja de los precios del café y la grave depresión económica del país. Así moría otra gran ilusión científica y de asistencia benéfica a la infancia.
Durante este largo período existieron otras instituciones filantrópicas y benéficas, tanto en Caracas como en el interior. En ellas se atendía básicamente niños pobres, hijos de la miseria, del analfabetismo y de la ilegitimidad. La Iglesia nunca dejó de estar presente en el auxilio a los pobres, pues la caridad es uno de los principios cristianos: “Amar al prójimo como a tí mismo”.
Hasta la creación del Hospital Vargas de Caracas (1891) y del Hospital de Niños Linares (1893), la atención médica de los niños pobres y huérfanos fue ejercida principalmente por los dispensarios mencionados y la Clínica de Niños Pobres. Estos centros de atención constituyeron el eslabón entre la atención caritativa y la nueva medicina hospitalaria. La salud de los niños no fue preocupación del Estado durante el largo período referido.
La observación clínica, la asistencia médica, la terapéutica, los nuevos conceptos de higiene, así como los adelantos científicos y el deseo de atender y calmar el dolor de los más pequeños constituyeron el fermento de la naciente especialidad. En estos centros se conjugaron medicina, ciencia, caridad y filantropía. Este fue el germen de la moderna pediatría.
Hemos visto la fusión de la actividad filantrópica, caritativa y social con las acciones médicas y científicas, todo lo cual contribuyó al germen de la nueva especialidad.
El hombre emprendió el estudio biológico sobre sí mismo y sometió los aspectos sociológicos del plano teórico a un marco de estudio más experimental. La medicina avanzó considerablemente y el hombre pasó a ser objeto de la búsqueda científica.
Los hombres de ciencia, los filósofos del siglo XIX investigaron y reflexionaron sobre la vida social, la naturaleza y el orden natural; buscaron experiencias y observaciones, trabajaron las ciencias morfológicas, la descendencia del hombre, la teoría evolucionista (Charles Darwin); aunaron esfuerzos destinados a penetrar y explicar los fenómenos naturales, pero también profundizaron los aspectos de las instituciones políticas y religiosas, sociales y morales a la luz de la razón, reflejado básicamente en el positivismo.
Los investigadores sintieron la necesidad de comunicar sus propias experiencias y nutrirse de otras investigaciones; la actividad científica se hizo libre y más intensa, el conocimiento desbordaba los límites geográficos, el mundo se expandía, las distancias se acortaban, Europa y América se acercaban cada vez más. En todo este proceso, las publicaciones (en todas sus tipologías) absorbieron el conocimiento y contribuyeron a su difusión, su papel fue y sigue siendo vital, permitiendo una comunicación más fluida entre los hombres de ciencia.
Las publicaciones constituyen la huella y la esencia del saber, son el conocimiento explícito de su saber tácito, son fuente histórica inagotable.
Desde las grandes y antiguas recopilaciones bibliográficas, pasando por el acopio de la literatura internacional, nacional, especializada o de un hecho concreto en particular, hasta las bibliotecas virtuales de hoy, las cuales exhiben gran cantidad de documentos, las publicaciones constituyen el soporte vital de la historia del conocimiento.
A partir del siglo XVIII, la creación de numerosas sociedades y academias científicas favorecieron el incremento de las publicaciones periódicas.
La importancia de las publicaciones en todas sus tipologías y formatos es invalorable en el ámbito de las comunicaciones o publicaciones científicas26. Su esencia radica básicamente en la transferencia oportuna del conocimiento. Para los historiadores de la ciencia, quienes reconstruyen el pensamiento y la evolución del conocimiento, las publicaciones constituyen la huella y la esencia del saber; ellas nos han permitido validar la noción de “ciencia-mundo” (mundialización), el análisis del saber, la relación entre metrópoli y colonia (colonialismo científico), la existencia de una ciencia periférica, la configuración de una ciencia nacional, los frentes o grupos de investigación; los temas y adelantos científicos, relaciones entre estudio y enseñanza de las ciencias, lo leído por los científicos, el eurocentrismo propio de la época (Francia capital de la cultura y de la ciencia), la existencia de élites intelectuales, la aceptación o rechazo de las teorías, la formación de “Colegios invisibles”(27), uso de textos y revistas, entre otros aspectos. Al revisar las publicaciones científicas venezolanas hemos evidenciado que la pediatría construía su espacio.
Desde las primeras publicaciones científicas venezolanas, el sabio Vargas había hecho algunas observaciones relacionadas con la medicina de los niños y había publicado la cartilla “El Arte de partear”, aspecto que refiere el vínculo con la obstetricia.
En las primeras “tesis o memorias” de la antigua Facultad Médica (1830-1850) localizamos dieciséis memorias o disertaciones28, ocho relativas a las enfermedades de los niños, muchas leídas en la “Sociedad Médica de Instrucción” de Caracas.
En 1831 Juan de Jesús Madero presentó una memoria titulada: “El mal venéreo: ¿puede este mal afectar al niño en el útero? ¿en qué forma se contrae?29, y ese mismo año Clemente Medina leyó su memoria “El mal venéreo de los niños, ¿en qué forma se presenta?”. Estas primeras dos tesis ponen de manifiesto la preocupación por dar respuestas científicas a serios problemas médicos; la atención y salud de los recién nacidos, unidos a la obstetricia fueron los primeros rasgos de la nueva especialidad.
Al auge de las publicaciones se sumaron las reuniones científicas, los congresos internacionales de hombres de ciencia para discutir el conocimiento, generalmente bajo el auspicio de las sociedades o asociaciones científicas. El proceso de internacionalización de la ciencia y la nacionalización de la misma, así como el desarrollo científico y el surgimiento de las especialidades trajeron un acelerado crecimiento en las publicaciones tanto nacionales como internacionales. Se calcula que para 1895, cinco años antes de finalizar el siglo XIX en Venezuela se habían publicado más de 644 periódicos, incluidos diarios y revistas (científicos, literarios, populares o divulgativos), tanto en el interior como en Caracas(24). Para esa misma época Venezuela disponía de siete periódicos dedicados a las ciencias médicas30. Figuraban entre ellos: 1) Clínica de los Niños Pobres. Director J. M. de los Ríos (1888-1907), mensual, 16 páginas, distribución gratuita. 2) Gaceta Médica de Caracas. (1893- ) Director Luis Razetti. Fundada por la Sociedad de Médicos y Cirujanos, bimensual, 16 páginas, suscripción Bs. 20 al año; 3) Anales del Colegio de Médicos. Comisión de redactores: Doctores Bastardo Lobo, Machado, Mosquera, Rísquez, Rivero Sanabria, fundado en 1896 (mensual). 4) Clínica Médico Quirúrgica de los hospitales de Maracaibo. Director Manuel Dagnino, (1894 - ), mensual. 5) La Beneficencia (Maracaibo) fundado en 1893, mensual, de distribución gratuita. 6) Boletín del Hospital de la Caridad de Barquisimeto. Director Antonio M. Pineda, fundado en 1888, mensual y de distribución gratuita y 7) La Unión Dental (Valencia). L. M. Cotton, mensual, 16 páginas.
De acuerdo al informe de Eloy González, presentado en 1895, señalaba, al referirse al periodismo científico: “... ha llegado a los hombres de estudio, todos los progresos científicos, los han seguido y los han aplicado, pero pocas veces, fuera de la cátedra, han tenido la debida difusión...” 25), podemos notar la preocupación por la poca difusión del conocimiento, el cual estaba reservado a la universidad y a las academias.
Para el Dr. Ricardo Archila (1957) “el periodismo médico nunca estuvo atrasado en Venezuela (...) aumentan y llegan a alcanzar en la segunda mitad del s. XIX a un total de 23 periódicos para todo el país(..). En las ciencias naturales es la medicina la que lo inicia, entre nosotros. Otras, como La Clínica de los Niños Pobres tiene el mérito de ser la primera publicación orientada a la pediatría en Hispanoamérica (...) una característica negativa (...) es la escasa circulación de las revistas y el precario sustento económico, lo que influye en su escasa vida (...) a veces meses y cuando más uno o dos años... hubo revistas de las cuales no se publicó sino el primer número...”(26).
Como podemos observar el problema de periodicidad, su vida efímera, escaso o nulo financiamiento y la mala difusión y distribución de las revistas venezolanas es de vieja data.
Otros autores, como Pedro Quintero García en un estudio publicado en 1957 (27), señala “... en nuestro país los periódicos y los periodistas médicos... aparecieron tardíamente, bien entrado el siglo XIX...”, y señala admitir que: “... el periodismo profesional se ejerció sin trabas a la libertad del pensamiento...”. Sabemos indudablemente que los inicios de nuestra imprenta fueron eminentemente políticos. Venezuela dispuso de los beneficios de la imprenta 300 años después que México y Perú31. El periodismo médico no apareció sino en 1857, cuando fueron fundados El Naturalista y Eco Científico de Venezuela, con efímera duración. Ambas revistas circularon un año (1857-1858). En 1875 un editorial de la publicación Escuela Médica(28) expresaba: “... Por lo que respecta al periodismo científico y sobre todo al médico; debemos confesar que no alcanzó la altura que debiera, y aún pudiera decirse que fue nulo hasta 1857 que vio la luz pública por primera vez en Caracas (...) su ilustre redactor Gerónimo Eusebio Blanco32 tiene la gloria de haberlo iniciado al publicar El Naturalista”. Es importante destacar que en la revista “El liceo venezolano”, (N˚ 1 al 7, enero-julio de 1842) se pueden leer varios trabajos estrictamente médicos, pero con un carácter eminentemente informativo y de divulgación popular. Es en “Eco Científico de Venezuela” donde se da inicio al periodismo pediátrico venezolano; se inserta en sus páginas una literatura específica a la noción de pediatría (higiene y enfermedades de los niños); encontramos temas como la ceguera en los recién nacidos, enfermedades de los niños, fiebres reinantes, ictericia de recién nacidos, sarampión, mocezuelo, higiene de los niños y otros tantos; los cuales conforman los primeros 25 artículos (incluye editoriales) especializados en nosología infantil. Su director, el Dr. Manuel María Porras(33) expresaba en su primer editorial:
“... Nos proponemos redactar un periódico que recogiendo cuantas novedades de interés se publiquen en el mundo científico (...) sin el corto y penoso trabajo que ocasiona la lectura de más de 30 periódicos de ambos hemisferios a los que estamos suscritos... no será un periódico exclusivamente médico (...) pensamos dar materias de interés práctico (...) de los tiernos cuidados, de la maternidad y de la lactancia hasta que vaya a reposar al lecho de la tierra (...) Así la madre de familia, el agricultor, el criador, el artesano tendrá en él su lugar...”(29).
En esta revista fue publicado el primer trabajo referido al concepto de puericultura que hoy conocemos: “Reglas que deben observarse con los niños”, de Nicolás Milano.
A pesar de la intención manifiesta en este primer editorial y ser órgano de la Academia de Ciencias Físicas y Naturales de Caracas, sus contenidos están cargados mayormente de materia médica. Manuel Porras incluye casos clínicos y reporta una importante literatura pediátrica.
Porras se puede considerar como el iniciador del periodismo pediátrico a través de sus escritos en la publicación.
Es importante señalar que durante los primeros años del siglo XIX, muchos de los trabajos científicos (originales y altamente valiosos) se publicaron en periódicos oficiales o privados. Fue el caso de los trabajos de Beauperthuy, publicados en la Gaceta Oficial de Cumaná (trabajo sobre la Fiebre Amarilla, 1852), José María Vargas en Gaceta de Venezuela (1833), entre otros.
Otros autores, como P. D. Rodríguez Rivero(30), M. Diez(31), D. Carbonell(32), Sanabria Bruzual(33), T. Briceño Maaz(34), han hecho señalamientos con relación al desarrollo de las revistas y periódicos médicos, haciendo importantes aportes al proceso histórico de las revistas médicas venezolanas. Y más recientemente autores como Marcel Roche, Tulio Arends, Yajaira Freites han apuntado más hacia los estudios bibliométricos y cienciométricos. Pero es indiscutible su papel en el ciclo de construcción y reconstrucción de la ciencia.
Posteriormente, en orden cronológico, aparecieron Vargasia (1868-1870). Ésta es la tercera revista científica que se publicó con temática en ciencias naturales. Siete años más tarde, y dieciséis de haberse publicado Eco Científico de Venezuela, aparece la primera revista médica venezolana “Escuela Médica” (agosto de 1874) que circuló hasta 1879, bajo la dirección del Dr. Adolfo Frydensberg. Fue una revista quincenal con más de dos mil ejemplares, logró mantenerse por más de 5 años, sus páginas difundieron importantes trabajos sobre medicina infantil, en ella localizamos diez artículos pediátricos, además de noticias, comentarios, traducciones y editoriales relativos a las enfermedades de los niños. En esta revista se puede leer el primer trabajo venezolano sobre “estadísticas de mortalidad de los niños” escrito por Manuel Antonio Diez(35) presentando cuadros tomados del censo oficial de 1875, aludiendo como “causa principal de la mortalidad de los niños, si no la única, es la falta de higiene que se observa en nuestras familias”, propuso publicar y traducir en el seno de la revista los artículos aparecidos en el “Journal d’hygiene” de París. Con la intención manifiesta en estos primeros trabajos pediátricos publicados, la pediatría se perfila como tema de preocupación en el sentir médico, y surge una inquietud por las enfermedades y la alta mortalidad infantil.
En 1877 nace la Gaceta Científica de Venezuela (1877-1881) bajo la dirección de Manuel María Ponte(34), en esta publicación se localizaron 21 artículos referidos a las temáticas pediátricas; muchos aparecen como editoriales no firmados; algunos de estos artículos pueden ser atribuidos a José Manuel de los Ríos, a Manuel María Ponte (su editor), a H. Frydensberg (h) o a Juan Manuel Velásquez Level. Estos cuatro eminentes médicos trabajaron con pasión y entusiasmo, la patología y la higiene de la infancia y se identifican como los iniciadores de la medicina infantil en nuestro país. Su preocupación los lleva a darle a la pediatría un espacio especial en el ámbito médico, impregnada de una sensible visión social, conscientes de la necesidad de educar y difundir los valores de la higiene.
En un editorial de Gaceta Científica de Venezuela se puede leer: “... La idea de escribir una serie de artículos que tengan por objeto los cuidados que deben darse a los niños hace tiempo que nos ocupe, pues tenemos la convicción que más de las dos terceras partes de estos pequeños seres son arrebatados por la muerte...”(36).
Cabe señalar que el tétanos, las fiebres reinantes o fiebres de Caracas35, la falta de higiene, enfermedades diarreicas y respiratorias y las enfermedades de la infancia (sarampión, rubéola, tos ferina, varicela, otras), así como el paludismo, fiebre amarilla tifoidea y otras tantas diezmaban la población, y con preferencia a los niños.
En Gaceta Científica de Venezuela se encuentra insertado el primer aviso médico ofreciendo los servicios médicos especializados en las enfermedades de los niños. Se trata del Dr. Francisco de Asís Mejía, cuyo consultorio estaba de “Monroy a Plaza de Carabobo”(37). Indiscutiblemente que Gaceta Científica de Venezuela representó un gran avance en el periodismo médico nacional, y concretamente en la literatura pediátrica. Recordemos que su publicación coincide con el auge de la primera generación de positivistas del país, así como un gran movimiento cultural sobre todo en las academias, funciona el Colegio de Ingenieros, la Sociedad de Ciencias Físicas y Naturales, la Sociedad de Química de Caracas, los Colegios Nacionales y el Instituto de Ciencias Sociales. Esta última, fundada por Rafael Villavicencio en 1877, llama a un concurso para escribir un artículo sobre: “¿Qué influjo ejercen sobre la civilización y el adelanto de los pueblos las publicaciones científicas?”. Esto nos muestra el auge, la importancia y el impacto que las publicaciones científicas reportaron para la sociedad científica y para la cultura de ese momento. Mientras tanto, en Europa, circulaban más de cincuenta revistas relativas a la madre y el niño y aproximadamente otras 400 revistas médicas (1870-1880).
De los primeros veinte años de vida republicana (1830-1850), las memorias o “thesis” representan la literatura pediátrica más representativa. En ellas, temas como las enfermedades venéreas, la atención de los recién nacidos (afecciones cutáneas, cuidado de los ojos, monstruosidades, tétanos), rubéola epidémica (Roseola), sarampión, entre otras afecciones, ocuparon la atención de los médicos que miraban con profunda preocupación las enfermedades de los más pequeños.
Es difícil resumir en estas pocas páginas una relación cronológica de la aparición e incremento de la bibliografía pediátrica venezolana. En tal sentido, al revisar el Cuadro 1, correspondiente a las características de la literatura pediátrica venezolana entre 1830-1888, es decir, en 58 años estudiados, podemos observar un total de 16 tesis, 6 libros, 2 folletos y 83 artículos en revistas o periódicos (incluye editoriales) para un total de 107 publicaciones; de ellas, 26 publicaciones localizadas no están reflejadas en la bibliografía médica existente y 34 referencias aparecen incompletas en las mismas bibliografías, lo cual dificulta su ubicación.
Podemos interpretar, a partir de estos hallazgos, que las tesis o disertaciones evidencian la presencia de los procesos pediátricos en los estudios universitarios. Es importante destacar en este proceso el papel de la higiene, vista ésta como el equivalente de la puericultura (cuidados-previsión). Posteriormente, hacia finales del siglo XIX, las nuevas teorías de Bernard, Pasteur y Koch señalaron a los gérmenes vivientes como causa de las enfermedades, todo lo cual permite cambiar la postura frente a su concepción.
Se sumaba además a la naciente especialidad un vocabulario específico de una noción de saber (puericultura, mortalidad infantil, despecho, nodrizas, “creches”, lactantes, entre muchos otros) y una farmacopea específica a una noción de edad, peso y clima.
Esta primera literatura reflejó nuestros problemas, fue una literatura de denuncia, sensible, impregnada de empirismo, sin desconocer un cierto grado de preocupación por la investigación, con un carácter eminentemente académico, cargada de gran influencia europea (sobre todo francesa). Nuestros médicos sustentaron muchos de sus trabajos en las experiencias y trabajos de eminentes maestros de la medicina francesa como: Grancher, Hutinel, Blanche, Laidreit, Bouchut, Parrot, H. Roger y otros.
En 1880 surge el “Boletín de la Facultad Médica de Caracas” (1880-1881), conducido su cuerpo editorial por los doctores Juan Manuel Velásquez Level, Rafael Villavicencio y Manuel Antonio Diez, con el propósito de publicar las deliberaciones de la sociedad y los trabajos científicos. Como la gran mayoría de nuestras revistas, su vida fue efímera; en ella la pediatría se hizo presente. Tres artículos ilustran sus páginas.
Para 1881, casi simultáneamente con el Boletín de la Facultad Médica, una nueva publicación médica hace presencia en la medicina venezolana, se trata de “Unión Médica” (1881-1888) bajo la dirección de Adolfo Frydensberg (h) y Antonio Ramella; una gran cantidad de colaboradores (más de ochenta) participaron en ella de manera entusiasta, reflejando una libertad de discusión y serias críticas a los trabajos publicados. Se le puede considerar una de las mejores publicaciones médicas del siglo XIX. En ella se describen las contribuciones más novedosas y se reseñan las últimas “memorias” inéditas de la Facultad Médica de Caracas, sus páginas incorporaron importantes artículos pediátricos.
Entre las revistas médicas europeas más citadas figuraron Journal d’Hygiène, La Presse Médicale, entre otras. En el ámbito de la pediatría, se mencionan «Archives de tocologie et des maladies des femmes et des enfants, Journal des sages femmes, Journal des jeunes mères», entre otras.
En agosto de 1883, un nuevo periódico aparece en Caracas, “El Ensayo Médico” (1883-1885, redactado por Doroteo de Armas y Juan Monroy González. En sus páginas se publicaron dos interesantes artículos pediátricos(38). Bajo el seudónimo “z” aparece una severa crítica al funcionamiento de los hospitales de la época, se denuncian deficiencias y mal estado. Podemos ver que el asunto de la mala situación de los hospitales parece ser una constante entre nosotros.
Como podemos ver, tres revistas médicas circularon simultáneamente en Caracas, entre 1887 y 1889 circuló la “Revista Científica Mensual de la Universidad Central de Venezuela” (1887-1889), aunque no fue propiamente una revista médica, en sus páginas se inserta una sección de “Ciencias médicas”; dando valiosos aportes al tema de las fiebres y a las lecciones de cirugía del Dr. F. A. Rísquez, quien era Vicerrector de la Universidad para ese entonces.
Para 1889 aparece la “Gaceta de los Hospitales de Caracas”, dirigida por Juan Pablo Rojas Paul (Presidente de Venezuela para ese entonces), esta revista tan solo duró un año, y está dirigida básicamente al interés oficial, incluye los Reglamentos y Actas de la Junta Administradora de la Beneficencia Pública, entre otros aspectos de rendición administrativa.
En el interior de la República durante este mismo período circularon otras publicaciones médicas donde cabe destacar “la Revista Médico-Quirúrgica de Maracaibo” (1883-1888), surgidas del seno de nuevas sociedades médicas, científicas y filantrópicas, impulsadas por el aire científico y renovador que se empezaba a respirar.
En Barquisimeto, en septiembre de 1888 y hasta 1893, se publicó el “ Boletín del Hospital de la Caridad o Boletín de la Caridad de Barquisimeto”, dirigida por Antonio María Pineda (Revista digna de un estudio especial). Esta publicación editó una rica literatura entre los cuales localizamos siete artículos pediátricos.
Mientras tanto, en Maracaibo se daba inicio a “La Beneficencia de Maracaibo”36 (1883-1933), órgano de la Casa del mismo nombre; fundada por el señor Alfredo Vargas Presidente de la Sociedad de Beneficencia; pero se debe a los doctores Adolfo D’ Empaire y Francisco E. Bustamante, quienes le impregnaron un gran espíritu científico. El Dr. Bustamante dio continuidad a esta revista.
A partir de 1889 nuevas publicaciones periódicas médicas van a circular en el país. En tal sentido, de esta primera gran etapa de dificultades, revueltas políticas y un primer impulso científico, el Cuadro 2 nos muestra un total de diez títulos de revistas revisados entre 1857 y 1888, los cuales reflejan un total de 99 artículos en el área pediátrica en 32 años estudiados, a un promedio de 2,75 artículos por año. Veamos los hallazgos en los 10 títulos de revistas estudiadas:
En la hemerografía revisada, el Cuadro 3 refleja los grandes problemas de la patología infantil, la higiene es vista como prioridad y como puericultura y profilaxis; la pediatría al igual que la medicina en general, debe a la higiene muchos de sus progresos. Así se reflejan un total de 10 artículos referidos a la higiene, ocho trabajos refieren la nosología de los recién nacidos, seguido por las enfermedades de la infancia (sarampión, difteria, tos ferina, erisipela, rubéola y otras); seis artículos refieren las fiebres en todas sus tipologías. Esta patología fue una constante a lo largo del siglo XIX y hasta bien avanzado el siglo XX37; le siguen los fármacos y terapéutica; este cuadro refleja la casuística y los temas publicados en estos diez títulos de revistas revisadas en los primeros 58 años de vida republicana, entre 1830 y 1888. Veamos el Cuadro 3.
En relación con la terapéutica infantil, es importante mencionar la posología y rica farmacopea manejada por los médicos y boticarios, donde la quina, el mercurio, el yoduro de potasio, la quinina, la ipecacuana, la belladona, jarabes, extractos, aceite de ricino, salicilato de sodio, la pilocarpina, tinturas, ungüentos y emplastos, se sumaban a otros fármacos nacionales y extranjeros, atendiendo la edad y el peso del niño, propiciando una posología específica; así encontramos en un editorial la siguiente afirmación:
“... desconfiemos del opio, de los narcóticos en general y del ácido fénico (...) debemos dar preferencia a los extractos, tinturas y jarabes que infieles algunas veces, son siempre seguros y de fácil manejo (...) cuanto más pequeño sea el niño más sobrios debemos ser en drogas (...) el médico deberá aprender el arte de disimular la abstención farmacológica con fórmulas tan científicas como inofensivas...(39).
Al revisar el Cuadro 4 podemos observar que, entre 1830 y 1888, los autores con mayor número de trabajos publicados, relativos a las enfermedades y la higiene de los niños, fueron: Manuel Porras (10 artículos) seguido por J. M. de los Ríos (8 artículos), Manuel María Ponte (8 artículos), Adolfo Frydensberg (h), Manuel Diez y Jerónimo Blanco; indiscutiblemente que ellos sentaron las bases de la nueva especialidad; además podemos señalar la existencia de un incipiente “colegio invisible”38 en relación con la preocupación por las enfermedades de la infancia en nuestro país. Por otra parte, también se observa la presencia en la literatura médica venezolana de autores franceses y alemanes, así la existencia de élites separadas geográficamente, permiten ver en nuestra pediatría la presencia de Francia y Alemania como centros y polos del conocimiento, élite que gozó de admiración por nuestros pioneros; la bibliografía citada por nuestros galenos así lo revela.
Según George Basalla(40) historiador de la ciencia y la tecnología, esta situación se corresponde con la segunda fase metodológica de su estudio, considerada por él como “ciencia colonial” (conocimiento dependiente), no obstante, es a partir de la década 1840-1850, con la entrada de libros y revistas, mayor conciencia nacionalista, más libertad política así como mejoría en las condiciones sociales, cuando se pone de manifiesto una mayor autonomía en el manejo de la ciencia. Con la publicación de las dos primeras revistas científicas se dan las condiciones para que aparezcan en ellas los primeros artículos relacionados con la salud de los niños.
El niño empieza a ser visto como un problema de la medicina, deja de ser un adulto en miniatura. La pobreza, con sus consecuencias sociales y malas condiciones higiénicas, una medicina cada vez más cerca de Europa y una visión cada vez más introspectiva hacia el país, refrendan esta primera literatura.
El proceso renovador, los cambios académicos, el impulso de los adelantos científicos y tecnológicos que llegaban al país, nuevas revistas y libros extranjeros y nacionales, una élite intelectual formada en Europa y un país rural, pobre, con algunos rasgos citadinos como Caracas, Maracaibo y Valencia emprende el movimiento de renovación médica más importante que se conozca.
Las publicaciones continuaron su ascenso cualitativa y cuantitativamente, la pediatría continua su germinación para convertirse hacia finales del siglo XX en una especialidad autónoma, sui géneris, reflexiva y cada vez más científica.
El conocimiento se populariza cada vez más, los médicos insisten en la importancia de la educación popular y de la actualización del conocimiento. En todo este proceso las publicaciones continuaron su papel protagónico.
En el análisis bibliométrico de este período 1889-1908 se deja sentir con más presión la internacionalización de la ciencia y la presencia de los Congresos, Sociedades, Academias, Museos y Laboratorios los cuales invaden el quehacer científico y cultural.
La organización del conocimiento a través de estas estructuras permitió el florecimiento en espacios académicos y de reuniones científicas para debatir las nuevas teorías, todo lo cual es reflejado en las publicaciones. En ellas se dejan sentir los primeros estudios sociológicos y el interés por una medicina geográfica autóctona pero impregnada de un dinamismo universal.
Se modificaba la percepción del tiempo y el espacio. Las organizaciones filantrópicas y benéficas continuaron atendiendo los pequeños pacientes y en ellas la pediatría se nutría de experiencia y observaciones sin perder su sensibilidad humana.
La búsqueda por una “raza mejor” (eugenesia) y la teoría biologicista son temas de actualidad. Todo ello, junto a la pérdida de tantos niños pequeños, fueron motivo suficiente para dar continuidad a la conformación de una disciplina que contribuyera a la salud y atención de los más pequeños.
Entre 1889 y 1908 se publicaron importantes revistas, libros, folletos y tesis, las cuales crecían aceleradamente.
Durante este período la pediatría adquiere su dimensión de especialidad médica, la asistencia de los lactantes, la salud del escolar y una sentida necesidad de proteger a la infancia se hacen presentes en un pequeño grupo de médicos que atendían a los niños.
Nuevos periódicos científicos hacían presencia. Durante este segundo período seis revistas venezolanas ocuparon el escenario médicocientífico; ellas fueron: La revista Clínicas de los Niños Pobres (1889-1907), Gaceta Médica de Caracas (1893-1999), Boletín de los Hospitales (1902-1909), Clases Médicas de Caracas (1906-1908), El Trocar (1894) y Gaceta Médica de Mérida (1893-?)
Respecto a la Gaceta Médica de Caracas, nacida en 1893 como órgano de la Sociedad de Médicos- Cirujanos de Caracas(41), el Dr. Razetti expresó en pocas palabras, para aquel entonces, la importancia de la vital revista, hoy órgano de la Academia Nacional de Medina. Ésta es la única publicación venezolana que ha permanecido desde el siglo XIX (desde 1893 hasta nuestros días). En ella se publicaron 21 artículos referidos a los problemas y patologías de la infancia. En esta publicación los doctores F. A. Rísquez y L. Razetti describieron el moderno Hospital de Niños “Linares”(42).
Posteriormente, se publicó el Boletín de los Hospitales (1902-1909), aparecida en enero de 1902 como órgano del cuerpo enero de 1902 como órgano del cuerpo médico de los Hospitales del Distrito Federal. En esta revista aparece descrito el primer caso de espina bífida(43), y en 1906 el doctor Carlos Manuel Velásquez (hijo del Dr. José Manuel Velásquez Level) publica una serie de escritos titulados: Lecciones de Pediatría. A partir de este trabajo, el término se introdujo en la literatura médica venezolana.
En 1906 y hasta 1908 se publicó “Las Clases Médicas” (revista quincenal), en ella se identificaron ocho artículos pediátricos. Se suman a este estudio “El Trocar”, aparecida en 1894 como órgano de la Sociedad de Internos del Hospital Vargas(44).
Para una mejor comprensión, veamos el Cuadro 5, el cual describe el comportamiento de la literatura pediátrica en las revistas publicadas en este lapso.
Durante este segundo período el balance bibliohemerográfico nos reporta un total de 187 referencias bibliográficas relativas a la literatura pediátrica incluyendo libros, artículos en revistas o periódicos y tesis. Veamos el Cuadro 6.
Como podemos apreciar, una densa bibliografía sustenta el proceso de consolidación de esta especialidad; durante este período se creó la primera cátedra libre de pediatría en la CNP, se dio la primera lección de cirugía infantil en el Hospital de Niños Linares(45), el término pediatría se afianzó entre nosotros, la caridad y la filantropía continuaron atendiendo a los pequeños pacientes. Una postura más científica y más crítica (influía el movimiento renovador) penetraba las cátedras universitarias; los hospitales se reformaron y pasaron a ser centros de enseñanza, incorporando los laboratorios, y un grupo de médicos identificaban su compromiso con la naciente especialidad.
En el ámbito académico producto de estos cambios se presentaron 15 tesis que identificaban la patología infantil (Universidades de Caracas y Maracaibo), en sus temáticas llama la atención que el 33 % de las tesis, es decir 5 tesis, refieren enfermedades gastrointestinales (enteritis, disentería, cólera, diarreas de la dentición). Esto nos permite afirmar la frecuencia de esta casuística, aspecto que se evidencia además en las estadísticas llevadas y reportadas por estos centros en la revista Clínica de Niños Pobres (incluye CNP y Hospital Linares), esta casuística aún permanece entre nosotros en las clases más pobres(46).
En este lapso se publicaron dieciséis libros (incluye folletos y cuartillas), donde la prolífera obra del Dr. de Los Ríos nutre básicamente este período.
La enseñanza anátomo-clínica, el desarrollo de la bacteriología y la teoría microbiana, así como el concepto de etiología juegan un importante papel en todas las teorías médicas de finales del siglo XIX. Finalmente, el Cuadro 7 nos resume bibliométricamente los hallazgos encontrados en los 78 años estudiados. Igualmente podemos observar los logros bibliográficos por período y los totales, veamos:
Desde el punto de vista cienciométrico39 la interpretación de estos datos nos permiten identificar un considerable número de publicaciones, lo cual totaliza 294 trabajos en 78 años estudiados, se incluye un total de 31 tesis presentadas. Cabe señalar que muchas de estas tesis fueron editadas como folletos y reseñadas en nuestras revistas.
Debe llamarnos poderosamente la atención la publicación de 239 artículos en revistas, donde 156 artículos se corresponden a 6 títulos de revistas publicadas entre 1889 y 1908, es decir, en 18 años; esto evidencia el creciente aumento de las publicaciones producto del avance del conocimiento así como la necesidad de comunicar resultados y la sustentación científica de la naciente especialidad. Si estos datos los comparamos con el primer período, donde con un mayor número de años estudiados (58 años), y un mayor número de revistas (10 títulos) (véase Cuadro 7) se observa un menor número de artículos relativos a las temáticas pediátricas.
Todo lo anterior nos conduce a importantes reflexiones, tales como la presencia de una cultura científica entre los médicos. El nuevo saber tuvo mayor difusión hacia finales de siglo llegando a sectores sociales menos preparados (reparto de las revistas en las boticas, artículos de periódicos dirigidos a las madres, catecismos) es decir el conocimiento médico estuvo más cerca de la población. La pediatría en particular se nutrió, además, del conocimiento científico y tecnológico de la época, de las ciencias sociales y de la filantropía. La institucionalización de la ciencia (laboratorios, sociedades, institutos, hospitales privados) favoreció una mejor organización del conocimiento y el desarrollo de los hospitales públicos como centros asistenciales y académicos. La atención médica cotidiana no fue preocupación del Estado hasta la creación del Hospital Vargas.
La imprenta, la importación de libros y revistas, así como el desarrollo de las publicaciones nacionales nutrieron profundamente a la medicina y a la pediatría en particular. Las patologías registradas nos reflejan básicamente la casuística de las clases más desposeídas, pues la visita médica a domicilio a las clases favorecidas fue la costumbre de la época.
Las llamadas enfermedades de la infancia, el tétano (mocezuelo), calenturas o fiebres, diarreas (enfermedades gastrointestinales), enfermedades respiratorias, tuberculosis y la lactancia materna figuraban entre las enfermedades más comunes, reflejadas en una alta mortalidad infantil.
La búsqueda, logros y difusión de los preceptos de la higiene, el espíritu de caridad, la alianza entre las leyes biológicas y las leyes sociales, las comprobaciones y los controles estadísticos (sobre todo en el segundo período) sostienen el valor científico de la puericultura y de la pediatría(49).
Una nueva posición del médico frente a la infancia hizo que se abandonara su estado pre-científico del saber y que se estableciera la pediatría como un conocimiento médico organizado y específico a una noción de edad. de la maternidad, básicamente por obras filantrópicas, tratando de educar y de garantizar la vida de la madre y del niño constituyó el crisol donde se gestó la nueva especialidad.
Los periódicos científicos ilustraron el conocimiento y la razón y nos han permitido hoy conocer el ayer. Así la pediatría, simbiosis del saber científico y de saber social, llegaba para quedarse.
Torno: cilindro giratorio horizontal empotrado de la pared sería para colocar a los niños abandonados en los orfanatos o casas de caridad; en ellos eran dejados los niños sin ser vista la persona; los primeros tornos se establecieron en Italia (Florencia, Roma hacia el año 1200).
Expósitos: denominación que se daba a los niños abandonados en forma anónima en los conventos en los tornos. Estas instituciones existieron desde épocas precristianas. La Caridad no fue una virtud helénica, ni mucho menos romana; los griegos fundaron algunas de estas instituciones organizadas por el Estado, sobre todo para los hijos de soldados muertos y para hijos extraconyugales, se les asignaba un tutor (Epitropos) hasta cumplir los 18 años. La Iglesia Católica asumió posteriormente la atención de los niños huérfanos expósitos y abandonados (desde el s. V) atendían el dolor y la enfermedad y protegían y educaban a niños desvalidos. En las primeras iglesias existía una pila de mármol llamado “concha marmorae” para depositar a los niños expósitos. Estos fueron antecedentes de las inclusas (instituciones cerradas para atender a lactantes y niños de primera infancia) fundadas hacia 1070-1200 (Italia) consideradas las más antiguas instituciones benéficas infantiles(11). “El Hospédale de gli innocenti (Florencia) en 1621 fue famoso por el diseño de Filippo Brunelleschi del famoso medallón de terracota que simboliza al niño en solicitud de benevolencia y compasión.