Salud y enfermedad en el siglo XIX: pistas para su estudio

Ponencia presentada en el IX Congreso Venezolano de Historia de la Medicina, octubre 2008.

Dr. Elías Pino Iturrieta

Profesor Titular Facultad de Humanidades UCV. Director de la Academia Nacional de la Historia.

Recibido el 2 de marzo de 2009.

RESUMEN

Refiere y llama la atención sobre el estudio de las enfermedades y de la ciencia en el siglo XIX, las cuales se observan establecidas en Venezuela. La investigación en la parcela de las mentalidades sugiere cautela, al revisar la vida gregaria. Describe partes del primer libro venezolano de Literaturas, Ciencias y Bellas Artes (1895), como también logros y aportes de una élite intelectual, que evidencian avances científicos.

Palabras clave: Salud. Siglo XIX venezolano. Ciencia en Venezuela

ABSTRACT

Refers and draws attention on the study of the diseases and the science in 19th century, which are observed established in Venezuela. The investigation in the area of the mentalities, suggests caution, when reviewing the gregarious life. It describes parts of the first Venezuelan book of Literatures, Sciences and Beautiful Arts (1895), as also profits and contributions of an intellectual elite, demonstration of scientific advances.

Key words: Health. Venezuelan 19th Century. Science in Venezuela.


Hacia finales del siglo XIX las ciencias médicas se observan cabalmente establecidas en Venezuela, hasta el punto de que el investigador tope con un repertorio notable de profesionales que dan cuenta de una evolución persistente de su oficio. De unos orígenes en los cuales predominan los esfuerzos aislados y la intermitencia, aun en el seno de las instituciones dedicadas a su enseñanza, se llega a una cúspide digna de atención. A simple vista se puede distinguir un panorama en cuya conformación se impone el raciocinio de los entendidos sobre el parecer de la gente común, el método sobre las búsquedas incoherentes, el saber de los especialistas sobre la falsedad de los ensalmadores campesinos. Nadie puede negar cómo, en efecto, sucede un desarrollo recurrente de los estudios médicos y el establecimiento de generaciones de sus representantes gracias a quienes, no sólo se comprueba el avance de la disciplina sino también la alternativa de una mejor atención de la población en un país todavía conminado por las urgencias y la miseria. Sin embargo, el solo hecho de que los avances discurran en una sociedad que todavía no se incorpora al club de las naciones opulentas, en una sociedad cuyas escalas de calidad de vida no se observan en aumento sino sólo en un círculo estrecho de sus miembros, permite la alternativa de los matices.

La investigación en la parcela de las mentalidades sugiere cautelas a la hora de calcular el avance de la vida gregaria. Los cambios de la vida gregaria existen y se pueden demostrar a través de numerosos testimonios, dicen los teóricos de la especialidad, desde luego; pero cuando se busca únicamente el estudio de las metamorfosis apenas se llega a reconstrucciones superficiales del pasado, a cercanías parciales en las cuales se esfuma la esencia de la cohabitación que se pretende reconstruir. De allí la necesidad de estar pendientes de los recursos que el pasado tiene para no pasar, para permanecer disfrazado de posteridad, para convivir con el futuro como si fuera de veras una de sus piezas genuinas, cuando no es sino una evidencia de los antecedentes convenientemente maquillados para desfilar como prendas de la correspondiente actualidad.

Entendida desde la perspectiva de la investigación de mentalidades, la historia, en cuanto mandato de los difuntos, en cuanto observación de las pautas que los difuntos transmiten a sus criaturas para que las machaquen mientras ellos reposan en el cementerio, apenas semidormidos, viene a ser una amalgama de sensibilidades en cuya fragua no desarrollan influencia menor los valores y las conductas aclimatados en el pasado. En consecuencia, no conviene tocar el redoblante a cada rato para anunciar lo que usualmente se llama progreso de las sociedades. El tal progreso siempre cuenta con la compañía del pasado, o del retroceso, según dicen algunos. No sólo porque sus representantes luchen contra su establecimiento sino también porque pueden integrar su comparsa con las necesarias prevenciones y, en especial, porque sólo logra implantación luego de una larga duración temporal. Las variantes de la mentalidad colectiva no se calculan mirando el reloj cotidiano, ni el almanaque que usamos a diario, sino sólo a través de medidas de largo alcance que pueden sobreponerse a límites seculares.

La prenda del progreso

El Primer libro venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, que circula ufano en 1895, testimonia el afán de detenerse esencialmente en los pretendidos cambios de la sociedad. A punto de terminar el siglo XIX, la élite de la sociedad, la flor de sus intelectuales, quiere exhibir ante el mundo las pruebas de su avance.

Los círculos cuyo afán consiste en probar que la historia patria no ha pasado en vano, que han bastado unas ocho décadas para subirse en la locomotora de la civilización occidental, se ocupa de redactar un pormenorizado repertorio de lo que se ha hecho para salir de las penumbras y recibir por esfuerzo propio la luz de la centuria liberal y laica. El magisterio del positivismo determina lo esencial de sus páginas, empeñadas en probar cómo Venezuela ha caminado sin pausa hacia el estadio superior pronosticado por Comte. La necesidad de un inventario en cuyos dígitos no haya espacio para la frustración, sino más bien impulsos para ganar los desafíos del siglo XX, dirige la pluma de los entusiastas intelectuales a quienes ha convocado Rafael Fernando Seijas para probar cómo se cuenta con suficientes elementos para ganar la pelea pendiente con “la civilización a raudales” que ya invade todos los dominios del universo1.

1Primer libro venezolano de Ciencia, Literatura y Bellas Artes, Discurso Preliminar por el Doctor Rafael Fernando Seijas, Caracas, Edición del Concejo Municipal del Distrito

Rafael Fernando Seijas encarga a Laureano Villanueva el resumen de los avances en el campo de la medicina, tarea que le es familiar debido a que, después de acudir a las aulas de la Facultad, había escrito un volumen sobre la obra del célebre doctor José María Vargas. En lo que viene de seguidas y de la mano del maestro Villanueva, veremos cómo se aprecian los adelantos en nuestras ciencias médicas en las tres últimas décadas del siglo. Su reverencial recorrido alude al progreso referido antes, pero sirve igualmente para sugerir luego un periplo capaz de llegar a conclusiones más cercanas a la plenitud de la realidad que persiguen los historiadores de las mentalidades.

Veamos, primero, la nómina de celebridades que pueblan sus páginas. Carlos Arvelo, catedrático de Patología Externa en la Universidad que por sus cualidades lo llevó al rectorado, cirujano sobresaliente que había perfeccionado sus conocimientos en Europa, divulgador de sus casos prácticos y autor de artículos sobre fiebres y procedimientos operatorios2. Luis Daniel Beauperthuy, radicado en Cumaná, estudioso de las alteraciones de la sangre en el microscopio y de los fluidos de la economía animal en las fiebres, investigaciones gracias a las cuales arribó a conclusiones de trascendencia para la curación del cólera asiático y del vómito negro que envió en una Memoria a la Academia de Ciencias de París3. Manuel María Ponte, autor de una Historia Natural de la Mujer y de unos Consejos a la Mujer, pero también editor de la Gaceta Científica de Venezuela entre 1876 y1877 y fundador de una Unión Médica que “enriqueció la ciencia con estudios sobre nuestros climas, enfermedades y plantas”4. Luis Rodríguez, descendiente de una estirpe de galenos eminentes, laureado en Caracas, París y Nueva York, catedrático de Patología en la Universidad Central y autor de trabajos reconocidos por el maestro Mallet en su célebre Thérapeutique des maladies de l´apareil urinaire, mas también por Duplay y Reclus en su Traité de Chirurgie5.

2 Ibidem, p. 226.
3 Idem.
4 Ibidem, p. 227.
5 Ibid. p. 226-227.
6 Ibid. p. 227.

Manuel María Zuloaga, introductor de los estudios médicos en el Colegio de Valencia, autor de investigaciones sobre el cólera, el tifus y las fiebres perniciosas de la Laguna de Valencia6. R. Villavicencio, “de ilustración vastísima”, el Dr. J. Esteva, “tan modesto como sabio”, el doctor Dagnino, “a quien debe la ciencia discípulos excelentes y libros útiles”, “los doctores Bolet y J.J. Briceño y su sobrino Rafael, que perfeccionó sus estudios en Europa, el doctor S. Vaamonde, catedrático muy ilustrado de Patología en nuestra Universidad y práctico de inteligencia investigadora, el doctor F. Padrón, que ha utilizado para las ciencias en la estación balnearia que fundó en las trincheras las aguas sulfurosas llamadas de agua caliente; el doctor A. Frías, maestro de anatomía de casi todas nuestras generaciones médicas en los últimos treinta años. Rísquez y Ruíz, obreros beneméritos de nuestra medicina”7.

7 Idem

Luego anuncia a las figuras de la posteridad, formadas por las eminencias que ha referido y en institutos prestigiosos del exterior. Escribe al respecto: “Ocupan los claros que dejan los viejos maestros en el profesorado y en la práctica, muchos jóvenes de luces y amor a la sabiduría educados en Europa, y empapados en los conocimientos del mundo científico moderno, como Mosquera, Aguerrevere, Seco, Ramella, los Herrera, Escalona, Chirinos, Lobo, los hermanos Villegas, J.R. Revenga, E. Celis, López Baralt, Acosta Ortiz, Ríos, Carreyó Luces, Couturier, Razetti, Hernández, N. Guardia, hijo, Elías Rodríguez, hijo, Dominici, Meier Flegel, Ackers, de los cuales algunos sirven actualmente cátedras en la universidad, otros las clínicas del Hospital Vargas y trabajan otros por fundar un laboratorio de fisiología y bacteriología, danto todos pruebas diariamente de talento e instrucción. Estos son los maestros del porvenir” 8.

8 Idem

En el resumen de Villanueva se ve también un empeño por mostrar el espíritu de novedad y la relación con los adelantos producidos en el extranjero, necesarios para presentarnos como partes del pujante universo, estaba a punto de entrar en el siglo XX.

Los párrafos que vienen de seguidas sintetizan lo esencial de su versión: “Hoy llegan a Caracas innumerables periódicos de ciencias médicas de todo el globo; las obras europeas y americanas circulan en manos de los estudiantes; el método experimental se impone en la enseñanza; tenemos especialistas en varios ramos; se ejecutan todas las operaciones de cirugía y estamos hora por hora al corriente de los progresos médicos del mundo. Algunos de nuestros profesores han concurrido a los congresos médicos de Nueva York, Roma, Berlín y París, y otros llaman actualmente la atención por sus escritos y trabajos de orden vario en diversos ramos de la ciencia”9.

9 Ibid, p. 227-228.

Si se juzga por las afirmaciones del autor, ha ocurrido un avance descomunal desde la introducción de los estudios de medicina por el doctor Lorenzo Campíns y Ballester en la universidad ortodoxa de 1766. Se trataba, según escribe, de un estudio circunscrito a una sola clase en la cual sólo se adquirían rudimentos de higiene, fisiología, patología y terapéutica10. Es evidente y elocuente la fábrica realizada hasta las postrimerías del siglo XIX, no en balde conduce a la diversificación de los conocimientos que produce el estudio metódico, a la revolución de las técnicas de enseñanza y a su práctica en las aulas, a la puesta en marcha de investigaciones de utilidad para el país y para la ciencia en general, al contacto con los centros de perfeccionamiento y experimentación más afamados del mundo occidental y al advenimientos de literatura y equipos susceptibles de mantener un avance sin intermitencias gracias al cual se podían esperar con ánimo apacible las conminaciones del futuro.

10 Ibid. p. 214.

Por lo menos es lo que asegura un hombre comprometido con las ejecutorias de la época, con el proyecto político del Partido Liberal y, en consecuencia, seguramente incapacitado para ofrecer un juicio lo suficientemente veraz sobre la materia. El hombre se gradúa de Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Central de Venezuela y ya ha escrito un libro sobre el doctor Vargas, lo cual remite a su capacidad para juzgar sobre una materia familiar que se desarrolla en un ambiente en el cual participa un puñado de protagonistas cuya actividad sucede en contadas ciudades y poblaciones. Pero, a la vez, destaca como redactor en los periódicos de su bandería, en el ejercicio de cargos ministeriales durante los gobiernos de Francisco Linares Alcántara e Ignacio Andrade y en el rectorado de la Universidad Central, un cargo al cual se accede por merecimientos intelectuales, pero también, no pocas veces, por resortes de naturaleza política.

Además, como escritor de uno de los libros canónicos del liberalismo venezolano, la socorrida Vida del valiente ciudadano General Ezequiel Zamora que circula en 189811. El currículo no lo desautoriza para pontificar sobre las ciencias médicas en Venezuela, ni permite que nosotros neguemos en términos redondos sus noticias, pero aconseja prudentes distancias.

11 Ver: Héctor Parra Márquez, El doctor Laureano Villanueva, Caracas, Italgráfica, 1976; Fundación Polar, Diccionario de Historia de Venezuela, Caracas, Fundación Polar, 1997, vol. 4.

¿Acaso no se ha ocupado de una apología que también incluye, entre líneas, un encomio del Liberalismo Amarillo, de la obra que, según las letras oficiales de la época, se hicieron para sacar a Venezuela de sus cavernas bajo la tutoría de una flamante ilustración? Laureano Villanueva trabaja en la parte de la vitrina en cuyos anaqueles se pretende presentar a un país que ha superado con creces los problemas de su tiempo, conducta comprensible en sentido político y cultural, esfuerzo quizás necesario para engordar el ego nacional a través de una actividad de encumbramiento de sus élites cuando las cosas en realidad no han marchado de manera satisfactoria en medio de revoluciones, hombres de presa, pestes y carestías; pero poco confiable, por lo tanto, para una reconstrucción histórica.

La mano de Dios

De allí que las goteras advertidas en el techo de Villanueva, pero especialmente la vocación de historiador de las mentalidades, lleven a un texto de principios de siglo, a un volumen lamentablemente poco trajinado cuyo autor no destaca por propósitos propagandísticos y en cuyas páginas circula un entendimiento de la vida venezolana, o hecho desde la perspectiva de un autor venezolano, susceptible de ayudarnos a situar con mayor propiedad el asunto de la medicina sobre el cual estoy tratando de abocetar algunas pistas aquí.

Hablo de Juan Antonio Navarrete, un franciscano caraqueño quien muere cuando apenas comienza el movimiento de Independencia y quien se ha formado en institutos monásticos de la Colonia en los cuales adquiere una carga de evidente erudición. Aparte de numerosas obras que han desaparecido, le debemos una imponente enciclopedia en dos volúmenes, Arca de Letras y Teatro Universal, cuyas páginas recogen los hechos esenciales de la actividad intelectual de su tiempo y aspectos de la religión, la política y la vida cotidiana que llaman la atención de un sujeto estudioso, curioso y perspicaz. Sobre la enciclopedia de Navarrete ha hecho una edición crítica y un pormenorizado estudio Blas Bruni Celli, a los cuales remito.

Navarrete representa en Venezuela el fenómeno del eclecticismo americano que surge en el período de la preindependencia y que ha estudiado con propiedad el maestro José Gaos. Para Gaos, el pugilato entre interpretaciones de la ciencia, la filosofía y la vida misma conduce a una desembocadura híbrida: “Entre cristianismo y ciencia moderna en particular, modernidad en general, se siente una incompatibilidad no menos radical ciertamente, que la sentida siglos atrás entre cristianismo y filosofía y cultura paganas”12. En consecuencia: “Crecida y multiplicada la filosofía moderna, la situación se complicó. Con el problema de la conciliación de la tradición radicalmente religiosa y la ciencia moderna vino a confundirse el de la conciliación de las numerosas y diversas filosofías entre sí y con aquella tradición […] A esta situación es la que hacen frente […] profesando expresamente el eclecticismo desde la segunda mitad del siglo XVIII”13. Encuentra en el filipense Benito Díaz de Gamarra, autor mexicano de las postrimerías del siglo XVIII, uno de los exponentes principales del tal eclecticismo americano, pero entiende que también forman parte de la corriente los jesuitas antecesores de Gamarra y el cubano José Agustín Caballero, entre otros.

12 José Gaos, Prólogo a Juan Benito Díaz de Gamarra, Tratados, México, Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma, 1947, p. XIII.
13 Ibidem, p. XVII.

El historiador Ocampo López incluye en la lista a Sigüenza y Góngora, Juan José Eguiarea, Diego José Abad, Julián Parreño, Basilio Vicente de Oviedo y “un grupo notable de jesuitas intelectuales”14. En Venezuela se produce el proverbial caso de Juan Antonio Navarrete, cuya Arca de Letras y Teatro Universal es una amalgama de ortodoxia y modernidad, de atrevimiento y compostura, de pasado y presente reunidos sin ambages. Sus contenidos son veta inagotable para el explorador de mentalidades que pretende utilizarlos ahora para que los fenómenos no se observen como los observó un interesado comentarista de 1895.

14 Javier Ocampo López, Eclecticismo y naturalismo en la Ilustración. Colombia en sus ideas, Bogotá, Ediciones Universidad Central, 1999, vol I, p. 161-162

En especial porque Navarrete ha incursionado en los aventurados espacios de la modernidad. Sabe o intuye lo que está pasando en el mundo desde el advenimiento de la Ilustración y escribe sobre los sucesos en sus folios. Maneja los textos de pensadores como Descartes, Gassendo, Voltaire, Leibniz, Locke, Spinoza y Malebranche, o está enterado de las tendencias que representan15. No le faltan pormenores sobre la Revolución Francesa y las invasiones napoleónicas, así como en torno a los descalabros de la monarquía española. Aunque no conoce en profundidad la materia médica, puede incluir nóminas heterogéneas de sus representantes en las cuales incluye a figuras como Galeno, Paulo Zaquías, Tisot, Madame Fouquet, Gazolifacio y Núñez de Castro, para cuyo conocimiento más detallado remite al Tratado de Medicina del Barbadiño16. Maneja el repertorio completo de los cirujanos de la Corte, incluyendo al especialista que se ocupa del cuerpo de la reina, don Antonio de Oliver17. Pontifica sobre la teoría de los humores –sangre, cólera, melancolía y pituita– que proviene de la antigüedad18.

15 Ver: Elías Pino Iturrieta, La mentalidad venezolana de la emancipación, Caracas, bid&editor, 2007.
16 Juanj Antonio Navarrete, Arca de Letras y Teatro Universal, Estudio preliminar por Blas Bruni Celli, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1993, vol. I, p. 293.
17 Ibidem, 296.
18 Ibid. p. 345.

Habla de la profilaxis, a la cual presenta como “Arte de conservar la salud, y precaver las enfermedades”19. Define a la patología como “Ciencia que enseña el conocimiento de las enfermedades”20. En consecuencia, reconoce la existencia de una ciencia cuya especialidad es la enfermedad de los seres humanos y en cuya búsqueda se han creado conocimientos específicos. No estamos ante un improvisado escribidor, sino ante una representación eminente de la cultura de su tiempo. Pero ese ilustrado a la venezolana, ese ecléctico tropical que escribe en su celda del convento de San Francisco, no se arroja placidamente en el regazo de la ciencia moderna. Hay un universo anterior que lo conmina, un acervo debido al cual prefiere sujetarse a alternativas de curación que ya en su época provocan rechazo y burla. Veamos ahora una parte de los recursos a los que acude para bienestar de su feligresía.

20 Ibid. II, p. 347.

El Agnus Dei, en primer lugar, cuyas cualidades describe así: “Tiene virtud para librar a quien lo trajere consigo con fe y devoción de muchos peligros, así corporales como espirituales: de pestilencias […] del peligro de parto en las mujeres […] temblores y posesión de demonios”21. El papa Urbano V lo envió al emperador de los griegos después de explicarle sus portentos, según agrega, mas considera cómo conviene usar el remedio con el aditivo de la pureza espiritual: “advierta el cristiano que aunque tan grandes y tan eficaces son las dichas virtudes del Agnus, no por eso debe confiar puramente en ellas para tenerse por seguro y libre de las iras de un Dios enojado, si por otra parte estando lleno de vicios y pecados no quiere apartarse de ellos”22.

21 Ibid. p. 87. 22 Ibid. p. 88.

En otro lugar detalla los dones que pueden obtenerse gracias al uso de los Brevetines: “Son una especie de relicarios, que es privativo hacerlos a los R.R.P.P. Capuchinos. Se hacen con esta composición: Palma bendita y Oliva también bendita: Cera de Agnus, y algunos le añaden reliquias de huesos de Santos, o pastillas de ellos, que sean verdaderas. Pero esto último de las reliquias de Santos no es necesario, aunque si las hay, es muy bueno ponerlo todo junto. Las que llaman Pólizas son las Preces y Oraciones que se contienen en un papel formado para esto solo; y este, con lo demás expresado, se envuelve todo junto, y se aforra en un retazo de género, o seda, que sea decente, y se encarga con veneración y mucha fe para que aprovechen sus virtudes, que son las mismas de los Agnus”23. No se podía dudar de la eficacia de los Brevetines, concluye nuestro autor, pues la autoridad de Benedicto XIII los había dispuesto como concesión especial a los capuchinos en 1725.

23 Ibid. p. 154.

Como tampoco de los beneficios que concedía santo Domingo de Guzmán a través de un documento. Lo describe así: “Quiero brindar aquí la Cédula para calenturas de este nuestro Santo y prodigioso Patriarca, que así como la Cédula de San Antonio para las lombrices […] hace maravillas notorias y continuas en los niños, como yo lo he experimentado cuando la he echado; del mismo modo esta Cédula de Nuestro Padre Santo Domingo para calenturas.

Y yo mismo soy testigo en esto, pues siendo niño como de trece o catorce años, estando casi desahuciado de calenturas, me trajeron unos santos Religiosos de mi Padre Santo Domingo, que me echaron esta Cédula, y hasta hoy que tengo 53 años de edad, aunque estoy en la Religión de mi Padre San Francisco me acuerdo y lo conozco y confieso, que mi Padre Santo Domingo me favoreció entonces y me sanó”24.

24 Ibid. p. 231.

La ceremonia de echar la Cédula debe precederse de unas oraciones que Navarrete suscribe en latín y de la lectura de fragmentos de los cuatro evangelios, operación de refuerzo que conviene realizar con esperanza si consideramos cómo la generosidad del fundador de la orden que lleva su nombre no discrimina a la hora de ofrecer sanaciones. ¿No ha librado de la muerte a quien más tarde será un notable franciscano en Caracas?

No reduce el vínculo entre la salud y la intervención metafísica a Dios, a los santos, al papa y a las órdenes religiosas. Cuando habla del llamado Mal del Rey, aunque sin el énfasis de los casos anteriores, refiere la cualidad de ciertos monarcas para curar las paperas. Afirma: “Así llaman los historiadores a las paperas o lamparones, cuando tratan de la gracia de curación que tienen los Reyes de Inglaterra […] Y yo no hallo otro fundamento para llamarlo así, sin no el que tenemos de que los reyes de Francia y de Inglaterra tenían el don y gracia de curar dicha enfermedad”25. Remite a la lectura de Albano Butler y a los diccionarios de Terreros y de la Academia española para que el lector se instruya sobre el tema; no compromete su autoridad, como en los casos anteriores, pero asoma la alternativa de que figuras sobresalientes de la potestad civil consagradas por la ortodoxia y respaldadas por la confesión oficial, puedan competir con el Creador y con las criaturas de la Iglesia en el mercado de los tratamientos.

25 Ibid. II, p. 135.

¿Por qué un conocedor del pensamiento moderno se aferra a caminos que el Siglo de las Luces ha censurado o desechado? ¿Por qué, si sabe lo que demuestra que sabe a través de sus lecturas, a través de unas insaciables investigaciones que lo llevan a escribir Arca de Letras y Teatro Universal, un trabajo que hoy circula en dos volúmenes de unas mil quinientas páginas de gran formato? Acaso sus comentarios sobre el juramento de los médicos en el momento de su grado permitan una explicación.

Dice Navarrete: “Este juramento es en cumplimiento de lo establecido por la Iglesia en el cap. Cum infirmitas corporalis […] en donde se manda a los médicos amonestar primero a los enfermos de la salud espiritual del alma, antes de entrar a las medicinas corporales, por provenir regularmente las enfermedades del cuerpo de las enfermedades del alma, como lo dice la letra del mismo Capítulo. Y si con rigor lo examinamos, toda enfermedad del cuerpo proviene necesariamente de la enfermedad espiritual del alma: porque es proposición bien católica, que si no hubiera habido pecado en el mundo, tampoco hubiera enfermedades, que no son otra cosa que castigos del pecado de nuestro primer Padre y de los nuestros propios […] de aquí que toda enfermedad es castigo y efecto del pecado. Esta forma de juramento de los médicos, la apunta el Zaquías en su lib. 6, tít. 1, q. 4 de sus Cuestiones Médico-Legales, No. 9 […], en donde resuelve las cuestiones de cómo peque el médico que no cumple esto y en qué enfermedades está obligado; y si la amonestación la deba hacer por sí, o pueda hacerla por otro, como amigo, párroco, pariente del enfermo, persona religiosa, etc., y si esté obligado a abandonar al enfermo que no cumple su amonestación, y a los cuántos días”26.

26 Ibid, I, p. 365-366.

El fragmento es precioso para penetrar el mundo del autor, rodeado de los hallazgos del siglo pero también determinado por los cánones de la ortodoxia. El franciscano que ve con ojos curiosos las mudanzas sucedidas a su derredor está determinado por un entendimiento previo, por un pasado que no pasa debido a que en general los antecedentes se resisten a desaparecer, pero igualmente debido a que, en su predicamento particular, se ha congelado en una celda conventual en cuya estrecha ventana no pasa con comodidad el aire fresco. De allí que conciba a los profesionales de la medicina como protagonistas capaces de hacer su trabajo con la autonomía que ofrecen el saber y la experiencia, pero apenas relativamente. La doctrina de la Iglesia y aún la propia Escritura los convierten en apéndices de una regulación sobrenatural a la cual se deben someter obligatoriamente, so pena de perder el alma. La medicina y los médicos dependen de una decisión de Dios, tan antigua como la creación de un mundo cuyo origen se debió a la aparición del pecado y cuyo desenlace depende, a la fuerza, de librarse del yugo del pecado.

¿Tal interpretación no explica los antídotos de Agnus, Brevetines, pólizas e imploraciones al papado, a Santo Domingo y a San Francisco que no escasean en nuestra Arca de Letras y Teatro Universal pese a que el fraile que las prodiga no ignora la existencia de una modernidad cuyo fuelle quiere borrarlos del mapa y reemplazarlos por soluciones puramente terrenales?

Entre Navarrete y Villanueva

Ahora bien, ¿el huracán logra su propósito en 1895, cuando Laureano Villanueva se ufana de los progresos de la medicina nacional?, ¿entre 1814, fecha de la muerte del fraile, y 1895, cuando circula el Primer libro venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, ha ocurrido la metamorfosis que alude un prohombre del liberalismo? Las figuras eclesiásticas de finales del siglo XVIII no son todas como Navarrete, pues hay misioneros como los jesuitas Gumilla y Gilij que prefieren mirar a la tierra antes que al firmamento para curar a los enfermos, y quienes buscan el auxilio de médicos calificados para estudiar las pócimas de la orinoquia que han recopilado con afecto y disciplina, sin subestimarlas en lo más mínimo27. Pero los venezolanos que esperan el siglo XX no deben ser como Villanueva, no deben sentir frente a su realidad como el político que espera con fe un nuevo capítulo del progreso. Tal vez la historia que comienza en un convento de Caracas, no concluya cuando la imprenta del Cojo Ilustrado edita los escritos que ha coordinado Rafael Fernando Seijas para fomentar el orgullo de la nación, o apenas funcione como precario puente para desarrollos diversos.

27 Ver: José del Rey Fajardo, Las misiones, germen de la nacionalidad, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 2007, cap. 4.

Hay cuestiones que aún no se han examinado con rigor, pero de cuyo análisis pueden manar respuestas convincentes en torno a las ilusiones de progreso y novedad que usualmente atraen al investigador, pero también sobre el arraigo de la tradición y la influencia de las potestades antiguas a las cuales no se concede peso. Así por ejemplo: las búsquedas de la sociedad para curar a los miles de heridos y mutilados que dejan la guerra de Independencia desde 1811 y las guerras civiles a partir de 1830; los recursos de los humildes ante las epidemias posteriores, el pacto con sus unturas y su preces, con la autoridad del sanador que ya sanaba desde los tiempos de los padres y de los abuelos; la falta de dineros para el establecimiento de una medicina moderna y eficaz, mas también para una educación relativa a su necesidad; la relación de las cúpulas de la época con la opinión de los médicos y con el prestigio de otras sabidurías no necesariamente emparentadas con una profesión universitaria; el crucial tema de la confianza hacia las prescripciones y hacia quien las prescribe, que no marcha necesariamente en línea recta de las sacristías pueblerinas o de las soluciones domésticas al consultorio del doctor que ha estudiado en Inglaterra o da clases en la universidad; más todavía, las rémoras de un topografía disgregada en la cual se extravían los mensajes del republicanismo liberal, los llamados de la sociabilidad escogida como modelo y considerada como incordio por los habitantes de un archipiélago.

La lista de asuntos puede ser larga de veras, no sólo por la cantidad de temas relacionados con el imperio de la ciencia y el predominio de la mentalidad antigua, sino también por la carencia de estudios que hayan abordado el siglo XIX desde la óptica de las mentalidades. De allí que me atreviera a sugerir algo de ellos y a llamar la atención sobre su entidad en esta ponencia por cuya atención les agradezco sinceramente.