Miembro Fundador de la SVHM. (1904-1977) Trabajo presentado por el autor en el XXIII Congreso Internacional de Historia de la Medicina en Londres, Octubre de 1972
NR. Para la Dirección de la Revista, los Directivos y demás Miembros de la Sociedad Venezolana de Historia de la Medicina es motivo de satisfacción publicar este interesante trabajo, de uno de los doce ilustres Fundadores de la SVHM. La estructura y el lenguaje del texto reflejan el talento y el dominio de temas históricos del Dr. Perera, quien cumplía funciones en el exterior, como Embajador en Costa Rica, para el año de la publicación. Por otra parte hemos considerado notable dicho estudio biográfico del Doctor José Gregorio Hernández Cisneros (1864-1919), muy oportuno además, en la celebración del Sesquicentenario del natalicio del Dr. Hernández. Especialmente valioso es el análisis que hace el Dr. Perera, sobre diversas facetas de la personalidad y de la actuación del ilustre sabio trujillano, especialmente como educador médico y profesor universitario.
Parecerá audacia y quizás algo inoportuno el que, en un Congreso Internacional de Historia de la Medicina y ante sabio eminentes personajes del mundo civilizado, venga a hablar de un venezolano que, iluminado su cerebro en la cultura médica europea de las décadas postreras del siglo pasado, llego a su patria a violentar, con los métodos de la revolución pasteuriana las y con las conquistas de Claude Bernard, la enseñanza medica hasta el punto de darle nuevo rumbo y de hacer brotar, de la fuente luminosa del nuevo pensamiento, las verdades que dieron nuevas vías a la patogenia, a la cirugía y a la terapéutica médica.
Por trascendental que hubiera sido la labor de José Gregorio Hernández en su papel de vehículo de la revolución pasteuriana, podrá tal vez aparecer impregnada en un sentido regional de posibles semejanzas a la realizada por muchos; otros en las escuelas medicas de múltiples países. Pero es el caso que en José Gregorio Hernández se conjugaron factores de índole variada que lograron tallar la figura de un medico excepcional y al cual hoy se le tributa gran admiración entre gremios médicos y pueblos de varios países de América.
Fue José Gregorio Hernández no solo el fundador de la medicina experimental en Venezuela, sino también el profesor sabio y con gran intuición pedagógica, el filosofo perspicaz y valiente, el profesional abnegado y adornado con la aureola de una caridad conmovedora y con eso que se ha dado en llamar ojo clínico y el hombre de fe que supo encajar su vida en los moldes de elevadísima virtudes las que, a más de 50 años de su muerte, permanecen en el recuerdo con olor de santidad.
Mi propósito de hoy es claro que no puede ser otro que tratar de delinear algunas de las facetas más importantes que se sorprenden en la vida del sabio venezolano. Suerte singular mía seria que pudiera cumplir con mi propósito y ganar la atención de mis egregios oyentes y dejar en ellos grabada la figura de un medico americano que juzgo que merece entrar en las páginas de la historia de la medicina contemporánea.
Dije una vez que la medicina sin experimentación era comparable a la teología sin dogmas, a la jurisprudencia sin códigos, y a la pintura sin colores. De ahí deduje el valor trascendental que represento para la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela la creación por José Gregorio Hernández de las cátedras de histología, de bacteriología y de fisiología experimental y el haber fundado una escuela médica moderna, de donde surgieron numerosos discípulos con potencialidad creadora con ellos nuevas enseñanzas, como la de la parasitología, que lleva al descubrimiento de parásitos mortales o anemiantes, tanto en el hombre como en animales.
El método pedagógico de Hernández tuvo la sencillez con que los sabios exponen lo que verdaderamente conocen y así mismo el don especial de ganar la atención placentera del discípulo. Hernández se salía de los moldes trazados en los textos magistrales y, dotados como estaba de una memoria profunda y bien orientada, dada a sus exposiciones una fisonomía peculiar, sin salirse de lo estrictamente científico y docente. Tenía un poder de síntesis asombroso, con lo que conseguía, en pocas palabras, desarrollar un tema difícil de compendiar. Oigámos como explicaba a sus alumnos la contractibilidad del tejido muscular:
“La única parte contráctil es la masa filamentosa en los protoplasmas de las células; pero en la célula muscular esta propiedad se ha exaltado en grado máximo. No se sebe bien en qué consiste la contractibilidad; en este punto no están de acuerdo los histologista y los fisiologistas. Si observamos un musculo que se contrae tenemos: 1º- Que cambia de forma; 2º- Cambia de dimensiones, aunque propiamente no existe el cambio de dimensiones, pues si aumenta un diámetro lo hace disminuyendo los otros y es por esto que cambia de forma. Si es esférico el cuerpo disminuye en algunos de sus diámetros, pero nunca hay disminución de volumen, como creen algunos; así pues, la contractibilidad es un cambio de diámetro. Este cambio se explica del modo siguiente: se supone que los cuerpos se componen de moléculas; supongamos una fibra compuesta de doce moléculas en dos hileras de seis y que se disloquen en tres hileras de a cuatro: se varia la forma; así se explica la contractibilidad diciendo que es un cierto movimiento en el interior que desplaza la materia en un sentido; pero como esto no es una propiedad característica, se supone que hay fuerzas encerradas dentro de los moléculas bajo las formas de materia y que, en un momento dado, el protoplasma rompe las moléculas y pone en libertad la energía. Así pues, la contractibilidad depende de una elaboración, pues esas materias que representan la energía son elaboradas por el protoplasma, lo que constituye su única propiedad, propia, pues las otras, unión, figurabilidad son físicas y comunes”
Hernández logro especializarse de manera notoria en la histología y fisiología del sistema nervioso. Sus láminas de tejido nervioso llamaron tanto la atención que en medios científicos europeos no las encontraron inferiores a las realizadas por el célebre sabio español don Santiago Ramón y Cajal. Transcribo enseguida uno de los párrafos de las maravillosas descripciones que sobre el sistema nervioso hacìa en sus clases.
“La célula nerviosa es el asiento de la influencia nerviosa, quiere esto decir que la consideramos como el asiento de las acciones. Estas acciones son tres: reflejas, automáticas y voluntarias (consientes o síquicas). A este respecto hay dos escuelas. Para la una esa influencia nerviosa refleja, automática y psíquica es el producto de la célula nerviosa, que la produce de por sí. Para la otra, esas influencias se producen en un principio distinto de la célula, el Alma, que luego las trasmite a la célula nerviosa. Dicho de otro modo, para la primera la célula es el principio de los actos nerviosos, en ella se produce la voluntad, así como la leche en la glándula mamaria, por ejemplo; para la segunda la célula nerviosa es, no el principio, que llamamos Alma, sino el co-principio de los actos nerviosos. Para la fisiología lo mismo da una teoría que la otra, las funciones se verifican del mismo modo con cualesquiera de las dos explicaciones. Esto no es cuestión de fisiología que estudia a este respecto las causas secundarias, sino de la metafísica, o sea la ciencia que estudia los actos primeros. Las dos hipótesis, por consiguiente, no chocan en fisiología sino en metafísica”.
En la anterior explicación se pone de relieve al científico puro, imparcial y respetuoso. Hay que saber que el doctor Hernández era un hombre profundamente creyente y piadoso, para valorar mejor la honradez y la ecuanimidad del científico. Veremos ahora otra descripción de la vida nerviosa dada por Hernández a sus discípulos:
“La célula nerviosa produce también la inervación trófica. Para la nutrición todo elemento anatómico tiene que estar en conexión con ella, porque ella gobierna su nutrición; de lo contrario perece. No sabemos cómo reciben esas influencias los elementos que no están en conexión con la célula nerviosa, los glóbulos blancos, por ejemplo; pero el hecho es que tienen que recibirla porque ellos tienen una vida dependiente; no pueden ser separados del organismo a que pertenecen sin que perezcan. También la célula nerviosa es el centro trófico de sus propias ramificaciones, lo cual se demuestra por una experiencia de merotomia. Si se corta una fibra nerviosa, el cabo que queda separado de la célula degenera”.
Con las anteriores transcripciones de las lecciones del doctor Hernández, tomadas por sus discípulos, no hemos pretendido otra cosa que poner en evidencia el excelente método pedagógico usado por el científico. Expresiones cortas, sentenciosas, claras, se ponen de relieve endichas transcripciones. El maestro tenía el don peculiar de lograr la creación de frases concisas y de fácil comprensión y memorización para sus oyentes.
Tocò al doctor José Gregorio Hernández fundar e inaugurar, en 1891, la cátedra de Bacteriología en la Universidad Central de Venezuela. Por vez primera los estudiantes de medicina empezaron a oír admirados, las lecciones sobre una ciencia que venía a cambiar la etiología y la patogenia con innovaciones trascendentales que echaban por tierra viejos conceptos que se habían tenido hasta entonces como los pilares sostenedores de la terapéutica. Empezó a repercutir en las aulas la palabra de Hernández, cargada del mayor respaldo científico experimental y que proclama la infección como obra de los microbios y señalaba los verdaderos agentes causales de muchas enfermedades, sobre las cuales se habían creado unas fantásticas etiologías, que, como es lógico, conducían al médico a emplear métodos caprichosos en el aire de curar. De las aulas la voz del maestro se extendió, como ondas salvadoras, entre los canosos profesores y profesionales, esclavos reverentes de los miasmas, de las sanguijuelas y de los calomelanos. Costo a los cirujanos tener que hacer caso a los dictámenes de la asepsia y a no confiar ciegamente en las enseñanza de Lister sobre la acción de los antisépticos.
La sorpresa fue mayor cuando vieron al joven venezolano, recién regresado de Europa, entrar un día a su clase con un gran aparato y con unas laminas preparadas por el mismo y que decía que si se miraba a través del grueso tubo dotado de dos lentes milagrosos se podía ver, muy claramente, en las laminas, que en apariencia nada contenían, a no ser una coloración translucida, unos corpúsculos, ya redondos y con varias formas de juntarse o ya como bastoncitos diferenciados entre sí. Nunca antes ningún venezolano, sino los pocos que habían tenido el privilegio de viajar a centros científicos europeos, había visto un gran microscopio y muchos ni siquiera imaginaban su existencia. Apenas pequeños microscopios simples habían sido importados por algún estudioso, como el caso del doctor Daniel Beauperthuy, que se salió del común por poseer una vocación especial alimentada por la siempre prometedora curiosidad científica.
Los alumnos de la cátedra de Bacteriología se hallaron felices al oír de labios del maestro la afirmación de que la luz que la bacteriología proyecta hacia la medicina es de tal intensidad que, por ella sola, había progresado mas en esos últimos años que en los muchos siglos que hasta entonces contaba la medicina científica. Los ávidos y admirados oyentes empezaron a tomar copias de las lecciones que oían y luego las rumiaban para mejor asimilar la nueva verdad que iluminaba al mundo.
Después de varios años dedicados a la cátedra, el doctor Hernández publico una obra compuesta de dos partes; la primera con el título de Bacteriología General y la segunda con el de Bacteriología Especial. En ellas se pone una vez mas de bulto al conspicuo profesor y al sabio que, sin rodeos y adaptaciones más o menos rebuscadas, expone con su habitual método pedagógico, de síntesis y frases cortas y llenas de erudición, todo lo concerniente a la nueva ciencia que le ha tocado implantar en Venezuela. Nada escapa al escritor científico de lo que tenga interés a no quedar en el olvido. El técnico acostumbrado a manipular cultivos, hacer preparaciones e inocular animales, describe los procedimientos conocidos de un modo peculiar suyo, que, a la vez que elimina las dificultades de muchas descripciones clásicas, despierta un interés tal que convierte en placentero lo que a veces es capaz de producir aburrimiento. Se pone en evidencia en las descripciones de Hernández el abundante caudal intelectual que ha recogido en el viejo mundo, de los propios labios de los grandes descubridores e innovadores. El profesor de bacteriología acompaña siempre la teoría a la práctica. De ahí que los conocimientos adquiridos por sus discípulos fueron sólidos y que muchos de estos llegaran a ser, en el futuro, por la técnica bacteriológica, por el inquieto espíritu experimentador y por la constancia en seguir los métodos del maestro, las mejores pruebas de su superación intelectual y docente.
En las descripciones que aparecen en su Bacteriología Especial no escapa nada que pueda dar luz al estudiante y despertar su atención y entusiasmo relacionado con la enfermedad infecciosa y con su agente productor. Sin dejar a un lado su método de síntesis, se ocupa en la morfología, en el cultivo y en la biología del microbio. Habla de los síntomas patognomónicos de las diferentes infecciones y describe, además, la anatomía e histología patológica de las mismas.
De las técnicas especiales aplicadas para el descubrimiento y estudio de cada microbio y hasta de las vacunas y de la seroterapia entonces en uso y de las técnicas de las mismas. En algunos casos las observaciones y experimentaciones personales por él realizadas complementan sus enseñanzas en orden a las variaciones tropicales que algunas enfermedades sufren a consecuencia de factores autóctonos. En este sentido es admirable su trabajo sobre Anatomía Patológica de la Fiebre Amarilla. En él describe lo que ha encontrado en el estudio histológico por el realizado en el vaso, en el hígado y en el riñón de personas muertas por aquella enfermedad. Las conclusiones a que llega son de suma importancia e innovadoras en algunos conceptos clásicos sobre dicha enfermedad.
Aunque ya no se trata de la bacteriología, creo oportuno referir ahora que el doctor Hernandez publicó en 1894 un estudio sobre el número de los glóbulos rojos. En él examina la influencia de la zona tropical sobre los glóbulos rojos y llega a conclusiones revolucionarias que hablan por primera vez, de aquella influencia e introdujo así un nuevo factor en la conocida monografía que trae el Hadluch de Hermann, que solo hablaba de la influencia de la edad, del sexo, del estado de preñez o de lactancia en orden al número de hematíes en la sangre del hombre. No es para sorprender que una persona estudiosa, meditadora y dotada de una espiritualidad exuberante, haya encontrado tiempo para dedicarlo al estudio y a la contemplación filosófica. En 1912 publica su libro titulado “Elementos de Filosofía”. Hasta esa época el nombre de Hernández, como profesor, como científico y como profesional de la medicina había ganado una justa fama en el mercado de la opinión del país y en el corazon del pueblo. Por eso fue una sorpresa la aparición de su nueva obra y de ahí que el Presidente de la Academia Nacional de medicina de Venezuela haya escrito, en la Gaceta Médica de Caracas, lo siguiente:
“Preciso es convenir que nuestro benemérito colega, el doctor José Gregorio Hernández, posee, entre otras múltiples cualidades, el raro don de sorprendernos. Cuando lo suponíamos con la vista fija en el lente del microscopio, para arrancarle los signos característicos a nuestras entidades patológicas, lo vemos ascender, con majestuoso vuelo, a las serenas regiones de la filosofía y en sintético lenguaje, con independencia de criterio que le honra, y revela al hombre de ciencia, aborda los mas abstrusos problemas filosóficos”.
El Doctor Hernandez llego a comprender claramente que la filosófica no es una ciencia meramente especulativa, sino, antes que todo, una exposición de principios que sirven de fundamento a la personalidad del hombre y al uso provechoso de su vida natural. En su texto y refiriéndose a él mismo dice, con clara y sincera expresión, que su filosofía le ha hecho posible la vida y que, confortado por ella, seguirá viviendo apaciblemente. Es dicho texto, un manual de enseñanzas formativas y que al mismo tiempo de ser en extremo didáctico, es un signo de su elevada personalidad, que lo lleva a defender sus tesis con sencillez y valor extraordinario y sin herir ni menospreciar al adversario.
La psicología experimental ocupa gran extensión en la obra de Hernández. No podía ser de otro modo por tratarse de un sabio con vocación y entrega decidida a la experimentación científica. El médico preside en gran parte, con su criterio y su lógica, las exposiciones filosóficas. El mismo método empleado en sus lecciones de Fisiología se evidencia en su obra filosófica. Frases lacónicas, claras y con una concentración de ideas maravillosas, de las cuales, como ejemplo, transcribo esta consideración suya sobre el error: “El error, dice, no está en el objeto, puesto que todo lo que existe es verdadero; no está tampoco en el concepto, porque el concepto, como todo lo que existe, es igualmente verdadero. El error, quien lo produce es el juicio emitido, porque al emitirlo se afirma una relación que no existe en la realidad”.
Mucho espacio dedica al doctor Hernández a la teología racional o teodicea, mas en apenas tres páginas nos habla de las pruebas físicas, metafísicas y morales de la existencia de Dios. Su exposición invita al lector a prolongar por sí mismo y con la orientación excelente que le da, el desarrollo fácil e inteligente de toda la argumentación que se infiere de una corta y grata lectura. En su tratado de Cosmología Racional se muestra con una originalidad y valencia especial cuando habla del origen del mundo. Desglosa, en pocos párrafos, la relación del Génesis y acompaña de una explicación científica sus relatos. En una época que estaba muy lejana de cuando empezó a tener la teoría de la evolución vehementes y entusiastas defensores en el cìrculo de sabios creyentes y de haber empezado la intolerancia a dar paso al estudio y a la comprensión, resulta asombroso que un hombre de vida ascética y de rígida disciplina religiosa, como José Gregorio Hernández, escriba:
“La doctrina de la evolución concuerda perfectamente con la verdad filosófica y religiosa de la creación, a la vez que explica admirablemente el desarrollo embriológico de los seres vivos, la existencia en ellos de órganos rudimentarios, la unidad de estructura y la unidad funcional de los órganos homólogos” y que agregue enseguida que “la misma generación, espontanea nada tiene de opuesto a la creación, pues bien puede admitirse que, reunidos convenientemente los cuerpos minerales que han de constituir el cuerpo vivo, Dios concurra para animarlos, así como una vez que están reunidos el ovulo y el espermatozoide de la manera natural, Dios termina la formación del hombre, creando el alma que ha de animarlo”. No puedo dejar de copiar de una vez lo que nos dice Hernández sobre la doctrina de la descendencia. “Recibe ella, escribe, de la verdad de la creación un grado de verosimilitud sorprendente, porque ninguna inteligencia bien equilibrada podrá nunca admitir que por pura casualidad las fuerzas físico-químicas, que necesitan dirección, hayan podido, en las distintas partes del mundo y en los distintos siglos, producir todos los hombre con una estructura y una organización siempre las mismas; es decir, con el mismo número de partes óseas en su esqueleto, con músculos y nervios enteramente idénticos, con igual número de órganos y de aparatos y no solamente con todas las partes del cuerpo necesarias para el funcionamiento de él absolutamente iguales, sino que hasta los órganos rudimentarios, inútiles para el individuo, están presentes en todos los hombres, revelando la identidad de los individuos de la raza humana y manifestando claramente que, sin la intervención divina, el mundo es completamente inexplicable para la ciencia”.Continúa luego hablando el autor de los fenómenos vitales y de las fuerzas físico-químicas que intervienen en la vida orgánica y se adelanta mucho, en la claridad de la exposición y en la lógica contundente, a la famosa Escuela Filosófica de la Universidad de Lovaina, en la cual el gran Cardenal Mercier brillo con sus lecciones concisas y magistrales que dieron base a su famoso tratado de filosofía, que bien puede servir de texto complementario en una escuela de Fisiología experimental.
El resumen que hace el doctor Hernández en solo veintidós pàginas de la historia de la filosofía deja al lector, que no goza del privilegio del tiempo para dedicarlo a la lectura de interminables volúmenes sobre la materia, con un acopio de datos y enseñanzas suficientes para quedar bien apertrechado, de modo a no sentirse ayuno en las múltiples ocasiones que aquella historia, de uno y otro modo, hace su aparición en el polifacético mundo científico, donde operan las inteligencias ilustradas o ávidas de conocimiento. Trabajos varios, relacionados con las ciencias biológicas y médicas publico el doctor Hernández. En algunos de ellos las observaciones personales vienen a darlo a los mismos notas de singular originalidad. Su estudio sobre la Bilharziasis en Caracas, llegó a constituir piedra fundamental sobre la cual se levantaron las posteriores investigaciones y exposiciones que sirvieron de orientación, en aspectos internacionales, en el estudio de la parasitología. Si la nota original no llega a sorprender en descripciones de Hernandez, si se pone en claro que son hechas después que él mismo ha realizado investigaciones pertinentes a la materia que estudia. Así en sus descripciones sobre casos de anatomía patológica tiene por delante sus propias observaciones macroscópicas o microscópicas.
Creo haber presentado un muestrario de la gran labor científica, pedagógica e interpretativa del doctor José Gregorio Hernández. Sería interminable hacer un juicio crítico sobre el total de su obra, es muy difícil encerrar en una corta síntesis una noción siquiera de sus múltiples conocimientos biológicos, los cuales armonizaban los aspectos fundamentales de la medicina experimental con la erudición humanística tan imprescindible en el profesional de la medicina, si no quiere quedarse a la deriva o como naufrago sin brújula orientadora dentro del mare magnum de la medicina contemporánea.
La obra docente, profesional, publicitaria y de investigación científica realizada por el doctor José Gregorio Hernandez tuvo una gran trascendencia en Venezuela. La Universidad de Caracas presencio la implantación en sus aulas de la revolución pasteuriana. Asimilo aquel de tal manera los conocimientos adquiridos en varios países de Europa, que el joven profesor no tuvo que realizar grandes esfuerzos para hacer comprender las nuevas ideas y los nuevos métodos que la gran revolución iniciada por Pasteur habían hecho cambiar, en proporciones insospechables, los conceptos científicos de la medicina. Fue sin duda la labor del doctor Hernández, en los medios científicos venezolanos, el movimiento más grande, más beneficioso y más noble llevado a cabo en Venezuela después del que, gracias a la dirección genial e incomparable de Simón Bolívar, el Libertador, dio por resultado la libertad y la independencia de la nación.
Así como la obra del Libertador se proyectó gloriosa en el Continente Americano, así también los ecos renovadores de la revolución científica de Hernández se sintieron en varios países. No era fácil imponer la doctrina microbiana con todos sus corolarios en ciertos espíritus aferrados a la vieja escuela y no debe olvidarse que represento una acción ciclópea la de conseguir que personas con mentes anquilosadas aceptaran la asepsia como esencial regla en el arte quirúrgico. En la vida profesional cotidiana la lucha tuvo que ser enérgica, tenaz y permanente para que la obra de la revolución se hiciera sentir, con sus grandes beneficios de incalculables esperanzas, en el cuerpo victimado por la enfermedad. Varios lustros tuvo que pasar Hernandez dando golpes tras golpes con el martilla de la doctrina nueva sobre el yunque de la vieja profesión. La labor hercúlea del sabio venezolano en sus diversos aspectos prolonga sus resultados proficuos hasta nuestros días. En alas de sus discípulos se extendió sublime sobre el ambiente científico del país y a la voz de sus heraldos continua vibrando en las escuelas y en el mundo medico venezolano.
Si la revolución implantada por Hernández consiguió grandes beneficios en su patria, no por eso debe su nombre circunscribir su gloria dentro de los límites de la misma. Hemos visto, y solo como pequeña muestra de sus óptimas virtudes científicas, parte de su variada actividad medica. Creemos que la justicia de la historia de la medicina internacional tendría un lunar dentro del brillo de su cielo, si no tributara a ese gran medico científico el homenaje quela brillantez de su obra merece bajo todo punto de vista.
En el resumen que me he propuesto hace de la vida y obra del doctor José Gregorio Hernández no podía faltar, para terminarlo, un aspecto que juzgo de trascendental importancia para la historia de la medicina mundial. La variedad en las glorias humanas constituye la expresión más feliz de los conceptos referentes a ellas. Encaja bien dentro de las paginas luminosas de la historia de la medicina mundial aquellas fases que llevan a exaltar el nombre de un sabio profesional de la medicina, dentro de un ambiente que tiene repercusión y vigencia en todas la latitudes del conglomerado humano. La gloria, de don Gregorio Marañón y de don Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo, no circunscriben las ondas dispersoras del concepto mundial de sus grandezas, a la importancia de sus estudios de endocrinología e histología, sino que también impone sus personalidades en el terreno de relato histórico y del buen decir para legitimo orgullo del humanismo que sirve de realce a la historia de la medicina.
He hablado de Hernández científico, de Hernández profesional, de Hernández pedagogo y de Hernández filosofo. Son ejemplares los cominos recorridos por el gran venezolano en esas disciplinas intelectuales. Pero hay algo más grande en la existencia de los hombres que las propias realidades de su labor intelectual. La vida misma del hombre, su perseverante e ininterrumpido trabajo de escultor de su propia personalidad es, sin duda, lo más grandioso que puede realizar el artista de su propio yo cuando consigue, a golde del cincel cotidiano de una voluntad bien orientada y enérgica, presentar una figura capaz de merecer la veneración de respetables y gloriosas instituciones humanas.
Es raro en la vida de los hombres sorprender a uno de esos virtuosos artistas de su propia personalidad y más aun cuando el brillo inmenso de su obra reciba el respeto y el alto aprecio de una institución mundial. José Gregorio Hernández, desde su niñez y a través de su vida de estudiante en Caracas y en Europa, llego a su etapa de investigador, de profesor y de profesional de la medicina y hasta su muerte, con el concepto general de santo sustentado por virtudes heroicas y por una modestia y pureza de costumbres que le han merecido hallarse hoy en proceso de beatificación.
Cualquiera que sea la creencia o la no creencia de los valoradores de las glorias humanas, no es posible ignorar, dentro del concepto mundial de la historia de la medicina, el hecho de que un sabio investigador y profesional médico este en camino de recibir, en un futuro imprevisible, el mayor homenaje que la Iglesia Católica Romana, extendida en todo el mundo y con más de 500 millones de fieles, tributa dentro del radio de sus facultades. El hecho actual de que el nombre de José Gregorio Hernández ocupe la atención de un jurado competente de dilatada jurisdicción y de que exista la legítima esperanza de que habrá de recibir un día el culta universal de los altares, es motivo más que suficiente para que, unida a las otras glorias que resaltan de sus actividades fecundas, sea apreciada ésta como una consagración especial que honra en algo grado las páginas de la historia mundial de la medicina. Estoy seguro de que la pequeñez de espíritu no estará presente para imponer un juicio sectario cuando de lo que se trata es de valorar la glorificación de un medico que, es de creer, será proclamada por una institución universal.
Es frecuente confundir las virtudes profesionales con la falta de acatamiento a las normas morales de la profesión. No es raro oír hablar de caridad en un medico y de dedicar a éste el hermoso tìtulo de “Mèdico de los pobres”. Más cuantas veces la abundancia en la entrega al ejercicio profesional, se reciente de graves violaciones de los preceptos morales. Con el dejarse llevar por las inclinaciones innatas y a veces, porque no decirlo, por un vedado apetito de ganancias, se consigue, con frecuencia, fama popular de medico abnegado y altruista, sin que se piense que la gran mayoría de las veces el beneficio que imparten esos médicos, en el orden sentimental, va mezclado con el maleficio que se hace a los enfermos con recetas medicas, muchas veces cargadas de medicamentos inoperantes. Esto es debido al hecho de haberse relegado a un total olvido la obligación moral que existe para el médico de mantenerse al día por el estudio, la meditación y la experimentación, de los progresos que, sin interrupción, va conquistando día a día la medicina, los cuales muchas veces llegan a poner, fuera del terreno científico, conceptos patogénicos e indicaciones terapéuticas. Ese gran pecado moral, tan común por desgracia en la profesión de la medicina, no lo cometió nunca el doctor José Gregorio Hernández. Con desbordante actividad y entre numerosa clientela ejerció el sabio venezolano la profesión médica.
Pero están de acuerdo hasta los más exigentes de sus colegas contemporáneos, los más respetados de la escuela médica de Venezuela y aun aquellos que no compartieron con él su fe y su esperanza o quienes llegaron a ser por su ateísmo intransigente, antítesis suya, en reconocerle que siempre fue un nocturno y asiduo lector, estudioso de la nueva literatura médica que llegaba al país, a través de los mares, por los diferentes canales que tenían entonces a su disposición los adelantos científicos.
La luz que permanecía encendida en su cuarto hasta muy avanzada la madrugada y que era observada por los que, con frecuencia, iban a tocar a su ventana para hacer una consulta, no tenían otra significación que el constante ahínco que él tuvo en quitar horas al sueño a fin de poder cumplir, con eficacia, el deber moral que representa el estudio en el profesional de la medicina. Hasta su muerte fue Hernández exigente, y estricto cumplidor de ese deber moral. Por eso su profesión no se resintió nunca de la ignorancia en sus procedimientos.
Constituye algo extraordinario en la vida de los hombres el ajustar continuamente su conducta científica, profesional y moral dentro de las más estrictas y exigentes normas de los códigos que regulan las acciones humanas según los dictámenes de la conciencia social. La historia, para ser fiel a su condición justiciera y de austera imparcialidad, está obligada a recoger en sus páginas a los seres humanos que, en todas sus manifestaciones, han rendido el más elevado culto a aquellos sublimes principios. De ahí que crea que el doctor José Gregorio Hernández, alto exponente de elevados quilates científicos, de profesional y de pedagogo ejemplar y de continuo y firme practicante de heroicas virtudes, merece formar parte de la gloriosa galería de médicos eminentes que da brillo y ejemplo en las páginas de la historia universal de la medicina. su canonización habrá un día de obligar más aun su consagración en el mundo de las ciencias medicas donde no impera el sectarismo excluyente ni el espíritu de un regionalismo de un todo anacrónico, en un mundo donde las ideas vuelan al parejo de los grandes descubrimientos científicos y de las reformas sociales.