Una de las imágenes que mejor retrata la personalidad de José Gregorio Hernández, y no precisamente de las más difundidas, es aquella en la cual se le visualiza, de acuerdo con las palabras del médico y escritor trujillano Pedro Emilio Carrillo "sentado en su cátedra rodeado de discípulos que abstraídos escuchan sus palabras de luz y de sabiduría". A este respecto vale la pena relatar dos episodios que precisamente retratan ese aspecto de la vida del ahora Beato "electo".
Hacia finales de 1907, el doctor José Gregorio Hernández decidió finalmente dedicarse por entero a la vida religiosa y con el apoyo del Arzobispo de Caracas Monseñor Juan Bautista Castro solicitó su ingreso a la orden de los cartujos, orden por lo demás de una gran severidad, cuyos conventos se denominan cartujas. En 1908 fue aceptado para ingresar a la Cartuja de La Farneta, en Italia, a la cual ingresó en julio de ese mismo año, adoptando el nombre de Fray Marcelo. Sin embargo, una vez ingresado, no pudo soportar la rigurosidad allí prevalente así como la realización del trabajo físico y manual requerido por la orden, por lo que el Superior General de la orden le recomendó regresar a su patria y labrar allí su verdadero destino. De regreso en Caracas en abril de 1909, Hernández ingresó al Seminario Metropolitano para estudiar teología, recibir las sagradas órdenes y dedicarse en adelante a ser médico de almas. Sin embargo, el destino le tenía preparada una nueva sorpresa. Un numeroso grupo de estudiantes, entre los cuales se contaban H Toledo Trujillo, Jesús Rafael Rísquez, JB Ascanio Rodríguez, Diego Carbonell y Salvador Córdova fueron a visitarlo al Seminario para solicitarle que reasumiera sus clases en la Universidad, a lo que JGH accedió, siempre y cuando su superior (Monseñor Castro) estuviera de acuerdo. Naturalmente el Obispo, conociendo bien la personalidad de Hernández, no vaciló en dar la autorización correspondiente. No obstante existía todavía otro escollo. Durante la ausencia de Hernández había sido nombrado profesor de la cátedra Enrique Meier Flégel, por lo que se requería que este dejara libre el cargo antes de que José Gregorio Hernández pudiera ocupar de nuevo el cargo.
Una situación similar se presentó en 1913, cuando José Gregorio intentó de nuevo abrazar la carrera sacerdotal, esta vez en el Colegio Pío Latinoamericano en Roma. Por razones de salud, o más bien de enfermedad, tuvo que abandonar estos estudios y regresar de nuevo a Caracas. Nuevamente Monseñor Castro desempeñó un papel importante en su retorno al magisterio universitario. El doctor Antonio Sanabria en su biografía de Hernández, publicada en 1977, lo relata así:
"Monseñor Castro influyó en la decisión de Hernández de continuar su labor como profesor y como médico: "Ponga, le dijo, su vocación en un platillo de la balanza, y deposite en el otro platillo las necesidades de Venezuela urgida hoy más que nunca de hombres ejemplares como usted. A donde el fiel se incline vea la voluntad de Dios y sígala". Sabemos hacia donde se inclinó el fiel de la balanza".
Aunque José Gregorio Hernández tenía fama de ser muy estricto en su relación con los estudiantes, muchas veces mostraba un fino humor. He aquí un ejemplo, tomado del libro mencionado anteriormente:
"Nuestro eminente cardiólogo de hoy, Bernardo Gómez, era por entonces un muchacho inquieto que sentía placer en molestar a sus compañeros en las pruebas de laboratorio. En una ocasión el profesor se le encaró al discípulo para preguntarle de súbito:
-- ¿Cuántos años tiene usted?
Todos quedaron en suspenso cuando Gómez respondió que tenía 18 años. Creyeron en inmediata expulsión. Cuál no sería la sorpresa cuando el doctor Hernández, mirándolo de soslayo como a un microbio, le replicó con voz socarrona: "¡Ay, parece que tuviera cinco!".
Fuente: Antonio Sanabria. José Gregorio Hernández de Isnotú (1864-1919). Creador de la moderna medicina venezolana. Caracas, 1977.